Caigo al suelo sin remedio, mis manos se llenan de fango, pero el agua del torrencial que cae del firmamento hacia la superficie de la tierra recorre mi piel hasta llegar a mis manos, descubriendo poco a poco las cicatrices y marcas que aquel lugar me ha ocasionado.
Cada día en ese lugar fue una agonía y el respirar se ha convertido en una horrible pesadilla. Aún recuerdo esas noches en que desee morir, ya no quería seguir sufriendo, los golpes diarios, algunos injustificados y los trabajos forzados, eran tormentos que ya no estaba dispuesta a soportar.
Mis lágrimas caen de mis mejillas hacia el suelo, se mezclan con el fango. Estaba preparada para morir, al fin de cuentas eso era lo que deseaba, ya no quería seguir sufriendo, por lo que la fecha establecida para mi muerte se había convertido en una luz de esperanza, iba a dejar de ser tratada como un animal, finalmente vería de nuevo a mis padres, pero la muerte decidió no venir por mí y ahora soy libre.
Levanto la vista y observo a mi alrededor, no hay nadie transitando las calles, no con el torrencial que cae sin parar. Me levanto de mi posición lamentable. Los Grifas que me arrojaron ya han sellado de nuevo las puertas de la prisión de Kruto, el lugar más custodiado de todo el reino y quizás el lugar más cruel. La miseria que se vive en su interior es verdaderamente angustiante, la gente muere todos los días, lo que sobrevivimos de milagro estábamos acostumbrados a convivir con la muerte, ella parece ser una compañera más que deambula entre las celdas y se lleva a los más débiles, a los enfermos y heridos, los grifas suelen decir que la muerte es la única compasión que se nos puede ofrecer, pero para mí, la muerte es igual que un Grifa, un homicida.
Durante el tiempo que estuve encerrada en ese lugar, no he escuchado de alguien a quien le concedan su libertad, todo el que sale de ahí, se va en una caja de madera.
El frío cala mis huesos, aquella sensación me hace reaccionar, ciertamente no tengo cabeza siquiera para refugiarme de la lluvia como cualquier persona normal lo haría, pero la verdad, esa sensación en mi cuerpo me ayuda a entender que lo que está ocurriendo es cierto, real y tangible, puede sentir el frío y no el que se cuela por las grietas de mi celda.
Doy un paso, se siente tan liviano, como si a mis pies les faltara algo, es extraño caminar sin las cadenas, mi cuerpo se ha acostumbrado al peso de llevarlas todo el tiempo que me es difícil caminar sin sentir que estoy por caerme.
La lluvia se incrementa en poco tiempo, pero no me importa, sigo caminando sin un rumbo fijo, le agradezco a la lluvia que se lleve mis lágrimas entre sus gotas. Aquel día lo percibo no muy lejano, recuerdo los detalles perfectamente, por alguna razón es el único recuerdo que me interesa rememorar una y otra vez sin descanso, quizás porque aún no le encuentro lógica a lo que sucedió, ese recuerdo tan vivido es lo que me permite mantener el rostro de mi padre en mi memoria, como si acabara de verlo y de la misma manera recuerdo a Stefan, su rostro desencajado, la expresión de preocupación y angustia en su rostro, no sé qué ha ocurrido con él, después de todo él atacó a un Grifa y ese es un delito que se castiga con la prisión.
Stefan apenas hizo algo para ayudarme, por lo que mi idea es que solo ha recibido un par de meses de prisión preventiva, quizás en el pueblo, en verdad eso quiero creer.
No puedo imaginar el destino de su familia, evite pensar en eso todo ese tiempo porque me sentí culpable y al final de cuentas no pude hacer nada para ayudarlo, pero no tengo la menor duda de que su madre y hermanas sufrieron bastante su ausencia.
Me detengo a mitad de la calle al ver un pequeño grupo de personas que están aglomeradas alrededor de una carreta, tratan de liberarla del fango, se ha atascado. Observo la escena por un par de segundos sin la intención de ayudarlos y aunque quiera no tengo la fuerza para hacer algo por ellos.
Mi mirada se detiene en un edicto real que está pegado sobre el muro, ver aquel escudo me obliga a recordar la muerte de Savile, lo extraño en como se suscitó todo, mi encierro y la inexistencia de mi juicio, me hierve la sangre.
Me acerco con la intención de arrancar el papel, arrojarlo al fango y hacerlo trizas debajo de mis pies. Lo odio, él es el causante de todo, de alguna manera sé que es de esa forma, quien si no él, tiene el poder para hacer y deshacer cualquier cosa en el reino. Incluso también he pensado en la posibilidad de que la reina tuviese algo que ver, después de todo Savile ocupo su lugar en el lecho del rey, pero hay cosas que no encajan, por ejemplo mi liberación, si ella ha ordenado la muerte de Savile no tiene sentido liberarme si conmigo muere la verdad de lo que ocurrió ese día.
—¡Más fuerte!—indica una voz masculina detrás de mí. El observar el escudo real me hace olvidarme de lo que sucede a mi alrededor, como el sonido de la lluvia y el gritar de las personas que aún intentan sacar su carreta del fango.
Repentinamente, escucho un llanto infantil, un bebe. Busco con la mirada el origen de aquel sonido y encuentro a una mujer de mediana edad sostener un pequeño bulto entre sus brazos mientras intenta refugiarse de la lluvia debajo del techo de un comercio sin éxito.
Ella debe saber al igual que yo que mantenerse en ese lugar es perjudicial para su hijo, no dudo que la cobija que lo cubre ha comenzado a empaparse, el bebe ya debe sentir frío en su pequeño cuerpo.
Miro nuevamente el edicto, deseo tanto expresar mi odio y frustración, pero aquel sonido incesante es aún más irritante que la voz en mi cabeza que me exige destruir cualquier símbolo que represente al rey, no tengo otra opción más que callar a ese niño.