Heinrich contempló a la divina mujer de cabello ondulado, marrón, con mechas amarillas, pero que el predominante era el dorado, por lo que se podía que era rubia. Apreciaba el vestido con mangas largas, oscuro, con cuello de tortuga. Sostenía en su mano una copa en la que habían servido vino tinto, así pudo apreciar que los brazos los tenía abrigados con amplios guantes de terciopelo, que se notaba suaves y delicados al tacto. Era más hermosa que como la recordaba en fotos y en la televisión. Había escuchado que tenía fama de tener mal carácter, enojadiza y de ser sarcástica con las personas. Además, que no guardaba apariencias y se mostraba tal como era, sin exhibir al mundo una falsa humildad o un carisma amable. La tirana, era un buen apodo para ella. Mas, no se podía negar que era prec