Capítulo 3

1659 Words
— ¿Estás segura de que quieres hacer esto? — Pregunta Diane mientras caminamos juntas al salón de clases. Asiento con fingido entusiasmo, ignorando el escalofrío de miedo que atraviesa mi espalda. ¿Qué de malo puede pasar? Lo peor sería, en un caso extremo, que me aviente los chocolates a la cara, eso es todo. No puede hacer algo peor que eso, ¿o sí? — James ya ha llegado — dice en mi oreja cuando entramos en el salón de clases —. Suerte — y como si no me estuviera aventando a mi propia muerte, Diane me da un suave empujoncito que me hace trastabillar con el mismísimo piso y, como la torpe que soy, llego tambaleándome hasta mi escritorio con mi orgullo intacto. Vaya, al parecer ponerme en vergüenza frente a las demás personas es mi mayor habilidad. Manoseo la pequeña caja de chocolates que sostengo entre mis manos, totalmente llena de nervios. Despacio, demostrando claramente mi miedo, levanto mi vista hasta toparme con el rostro inexpresivo de James. No me mira, tiene sus ojos verdes clavados en un cuaderno en donde, al parecer, está garabateando o dibujando algo que no alcanzo a observar claramente. Carraspeo mi garganta, tratando de llamar así su atención. Primer intento fallido. — Hola — digo en voz baja y, de nuevo, no obtengo ninguna respuesta de su parte. Lo intento otra vez —: Hola, James — con el sonido de su nombre saliendo de mis labios, él levanta su mirada lentamente, tratando de encontrar el lugar de donde ha salido su nombre. Sus ojos se pasean por todo el salón, buscando y, por último, se fijan en mi asustadiza mirada azul. Él, literalmente, sólo me mira con sus hipnóticos ojos verdes. ¡Sólo. Me. Mira! Aclaro de nuevo mi garganta y, con la mano que no sostiene la caja de chocolates, acomodo mis lentes sobre mi nariz a pesar de que estaban perfectamente en su lugar. Sus ojos recorren las pecas que bañan mi rostro, poniéndome más nerviosa de lo que ya estoy. Dios, estoy tonta. Mordiendo con brusquedad mi labio inferior, finalmente extiendo mi mano para entregarle los chocolates. Un incómodo silencio nos llena. Sus ojos caen en el objeto en mis manos y silenciosamente vuelve a subir sus ojos a los míos. ¿Será mudo? Descarto esa idea porque he escuchado su voz en las muchas ocasiones que ha mandado a comer mierda a los profesores. Entonces, ¿por qué no me habla de una vez y me saca de esta agonía? — Son para ti — susurro torpemente. Nada, no me dice nada. — Los chocolates, son para ti — digo como quien le habla a un niño de dos años. Su rostro se inclina a un lado y me mira como si estuviera tratando de leerme. Me pone tan nerviosa que mi mano temblorosa termina soltando los chocolates, ellos caen con un fuerte sonido en el escritorio. — Lo siento, lo siento — los recojo de nuevo —. Debí preguntarte qué querías — empiezo con mi diarrea verbal mientras jugueteo con el dobladillo de mi falda —. No eres alérgico, ¿cierto? Si lo eres nada más me lo dices y los cambio. Puedo conseguirte otra cosa, de verdad. Es sólo que me pareció lo mejor porque, digo, a todos les gusta el chocolate, o casi a todos, sólo espero que tú no seas de los pocos a los que no. Mi padre siempre me ha regañado por comer tanto, pero es tan rico, ¿no crees? Claro, todo en exceso hace daño, pero supongo que no pienso en ello cuando se trata del chocolate y... Santa Macarena, Thea, cállate — me digo cuando veo su ceja arquearse con diversión —. ¿Hablas? — Pregunto entrecerrando mis ojos —. Puedo jurar que no eres mudo, pero entonces no has dicho una sola palabra y yo... Me callo cuando veo su sonrisa. Entonces, y sólo entonces, lo comprendo. Él se está divirtiendo a mi costa. Y así como así, el miedo se convierte en enojo. Rojo y explosivo enojo. — Mira, sólo quería darte las gracias por lo que hiciste por mí la semana pasada en matemáticas — y le dejo los chocolates sobre su cuadernillo para después sentarme con brusquedad en mi asiento —. Idiota —murmuro lo suficientemente alto para que me escuche. — ¿Un ratón de laboratorio cabreado? ¡Vaya! No es algo que se vea todos los días — lo miro de reojo cuando por fin El Rey Arturo se digna a hablar —. Debo estar haciendo muy bien mi trabajo. — No soy ningún ratón de laboratorio — replico, frunciendo mis labios lo mejor que puedo. — Qué extraño, porque siempre que me miras me recuerdas a uno — me giro a mirarlo, mis brazos bajo mis pechos para tratar de parecer intimidante —. Con tus enormes ojos asustadizos y diminuto cuerpo tembloroso eres la clara personificación de un miedoso ratón de laboratorio. — Eres un imbécil — le digo entre dientes. Una sonrisa ladeada es lo que recibo de su parte. — De verdad debo estar haciendo muy bien mi trabajo — dice sin borrar esa estúpida sonrisa de sus labios —. Le he sacado una mala palabra a la niña pija y mojigata de la escuela. — ¡Hijo de puta! — ¡Señorita Anderson! — Cierro mis ojos cuando escucho el grito del diablo llamándome la atención. Oh, oh. He hablado más alto de lo que quería. — ¿Sí, profesor? — Pregunto casi en un chillido, girándome suavemente para verlo a él y a todos los alumnos mirándome con sus rostros llenos de sorpresa. — ¿Qué son esas palabras? — Me quedo mirándolo, totalmente muda —. Esta vez pasaré su mala actitud por alto porque su comportamiento en esta escuela siempre ha sido intachable, pero será la primera y última vez, señorita Anderson. ¿Entendido? — Sí, señor — me encojo aún más en el asiento, intentando hacerme más pequeña para que todos dejen de mirarme —. Imbécil — vuelvo a decirle a James, pero esta vez sí me aseguro de que sólo él me escuche. Su risa es lo que recibo de vuelta. La clase pasa igual de aburrida y sin sentido como siempre. Mientras el diablo habla de límites y números radicales, yo me imagino a unicornios volando en la nube imaginaria que creé en mi cerebro. Allí no tengo a un odioso compañero de clases que me ha hecho pasar la mayor vergüenza de mi vida. El profesor empieza a entregar los exámenes de la semana pasada y cuando por fin llega a nuestro escritorio, los nervios ya me están comiendo viva. — Señorita Anderson, es una grata sorpresa la que he recibido de su parte — me entrega el examen con un enorme diez en él —. Por el contrario, señor Harrison, esperaba más de usted — miro su examen cuando se lo entrega para ver un claro y redondo cero. Por un momento siento pena por él, pero sólo por un momento muy fugaz —. Espero siga así, señorita Anderson — murmura el diablo, avanzando hacia el siguiente escritorio. — Sí, señor. — Deberías dejar de decirle "señor" — miro a James de reojo cuando de nuevo escucho su voz. — ¿Y eso por qué? — Pregunto un tanto altanera. — ¿Sabes cuántas fantasías eróticas tienen los maestros con sus alumnas? ¿Y sabes en cuántas de ellas son llamados "señor"? Abro mi boca para decir algo, pero nada coherente llega a mi cabeza. ¡El sujeto está loco! Cuando por fin logro conectar mi lengua con mi cerebro, le digo —: Eres repugnante. — Y tú muy inocente, Ratón. El timbre suena indicando cambio de clases. Afortunadamente tenemos que ir al salón de música en donde no tendré al lado a éste... éste... éste sujeto. Estiro mi mano para tomar la caja de chocolates porque ya me he arrepentido de dársela, pero su mano me gana y con rapidez la mete en su mochila. — Mi regalo — dice con arrogancia —. Tal vez puedan darme algo de dinero gratis si lo vendo. ¿Cuánto te ha costado? Digo, así sé cuánto pedir por él. — Imbe... — me estremezco cuando calla mis labios con uno de sus grandes dedos. — Shhh, Ratón — me mira con seriedad, pero sus ojos brillan con diversión —. Las niñas buenas no dicen malas palabras. Y sin dejarme decir una sola palabra más, se pone de pie y camina hasta la puerta. Antes de salir del salón de clases, se detiene y gira su rostro para mirarme —como si supiera que mis ojos no se han apartado de él en ningún momento— y me guiña un ojo. ¡Se atrevió a guiñarme un ojo! Guardo mis cosas, murmurando malas palabras por lo bajo, totalmente concentrada en insultar a mi compañero de clases, así que me sobresalto cuando siento una mano en mi hombro. — Soy yo — dice Mathew, mirándome con una sonrisa en sus labios. — Ah, hola — cuelgo mi bolso en mi hombro y le hago una seña a Diane y a Ben para que me esperen —. ¿Necesitas algo? — ¿Podemos hablar un momento? Lo miro totalmente incómoda. La verdad es que no me apetece. Esta semana me he concentrado exclusivamente en ocupar mi mente para no pensar en Mathew y me ha salido a la perfección. Mirarlo ya no duele tanto. — Lo siento, tal vez otro día — le regalo una pequeña sonrisa y paso por su lado para ir hacia Diane y Ben. — ¿Todo bien? — Me preguntan ambos al tiempo. — Todo bien. Sí, claro. Todo lo que puedo pensar es: ¡James es un idiota!
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