La fiesta de la cual era anfitrión resultaba ser todo un éxito, cada uno de los asistentes lo llenaban de elogio ante la perfección de cada detalle, el era perfecto y trataba de mostrarlo en todo momento, incluso la mujer que tenía al lado lo era, Diana Peruzzi su prometida con la cual en menos de una semana contraeria matrimonio lo estaba acompañado en esa ocasión, al igual sus padres y gran cantidad de su honorable familia Siciliana.
Diana también era autodenominada como la virgen siciliana, eso le hacía arder la v***a, recordaba lo delicioso que podía ser hundirse en una. Aunque su aspecto no era tan sensual como la gata enmascarada del VIP se le antojaba follarsela en unos momentos.
— Estás tan hermosa "come il fiore più bello di questo giardino, mio amato".— Esta poco a poco empezaba a bajar la guardia, las veces que tuvo oportunidad de verla e interactuar con ella siempre mantenía su distancia, observo su aura etérea e impenetrable lo cual le causaba admiración. Pero ya era hora de hacerle un pequeño control de calidad.
— Gracias, al parecer me equivoque con usted señor Ferro, es muy galante.—Sonrrio algo sonrojada, esas piernas estaban casi abiertas para hacer de las suyas, pensó.
—Puedo serlo más si me permites bailar contigo y después escapar unos minutos a ver la bella noche estrellada que nos engalana el cielo. Claro no se compara con tu divina hermosura.—La joven estaba babeando, había olvidado hasta el desagrado que le manifestó a su padre tener por el hombre en cuestión que le había elegido como esposo.
Bailaron varias piezas, ella no dejaba de mirarlo con deseo, el en cambio por momento la veía solo como un trofeo.
Salieron al jardín privado, solo el tenía absceso a esté, Diana no vaciló en acompañarlo.
—Desde el primer día que te vi, te he deseado con locura.—Le susurro cerca del oído, una clara mentira, ninguna mujer lo había llevado a los extremos de perder la cabeza, siguió sintiendo sus temblores ante su contacto, estaba excitado por revivir una experiencia semejante a la de unas noches atrás.
— ¡Bésame!, eso puede calmar tus ansias Giuseppe.—Le exigió para su sorpresa la tímida Diana.
Complació su petición, capturó su boca, la sensación fue aceptable pero sin el fuego abrasador de la pasada experiencia, trato de acariciarla y por un momento sintió que ella llevaba la delantera, antes de lo esperado, esta se arrodilló y saco su m*****o, se emocionó al ver su enorme tamaño y lo introdujo en su boca con notable destreza, lo chupaba una y otra vez, tenía notable trayectoria comiendo v***a, lo sospechaba por la forma que estaba deleitada, había sido un montón de veces, era un simple fraude sin temor a equivocarse, saco un preservativo de su bolsillo, se lo entrego a la chica, con bastante agilidad se lo coloco.
Luego de un brinco se bajó las pantaletas.
—¡Se cuidadoso, es mi primera vez!.—Expreso la virginal Diana Peruzzi, se acostó sobre el césped y abrió las piernas levemente, la beso antes de acomodarse y penetrarla de una sola embestida, fue una suave caída hacia el precipicio carnal, comenzó a embestir una y otra vez más con mucha fuerza, ella emitía tímidos gemidos congelados, el en cambio hizo esfuerzo para llegar por la falta de emoción demostrada.
Luego del clímax se acomodaron la ropa y volvieron a reunirse con los demás invitados, sin duda Diana era una falsa, aunque eso no le importaba si por lo menos fuera buena amante, para colmo de males más frígida que un iceberg, aunque al final que más daba la deseaba como esposa florero y madre de sus hijos...en unos días tendría su gata de respuesto, esa si sabía hacerlo arder, aún recordaba sus gemidos de pasión y su rico coño, no le importo que le hubiera aruñado toda su espalda esa deliciosa fiera, era ella y punto a quien deseaba más que a nada.
Cuando volvieron al salón donde se desarrollana la fiesta, su prometida estaba melosa, no dejaba de mirarlo con embeleso después de su insípida cogida. Pronto se subió uno de sus socios para presentarlo, le tocaba dar un discurso de despida en nombre de todo el conglomerado Ferro.
Se alistó su saco y subió a la tarima, con toda la confianza que lo caracteriza, era el rey en esa selva, lleno de personajes que lo idolatraban. En el escenario había una pantalla, que lo recordaba, mostrando su rostro cada minuto. Se ubicó frente al micrófono y empezó.
—¡Buenas noches damas y caballeros!.—El discurso fue fluyendo y dando sus matices fuertes como solo el lo sabía hacer, por un momento sintió perder la atención de los presentes y sentir otro sonido detrás de él, se volteó.
En esa enorme pantalla se le observaba a él haciendo sexo oral y luego empezar a penetrar con fuerza a una desconocida enmascarada, desde ese ángulo solo se veía su rostro.
— ¡Quiten ese maldito video!. —Grito con fuerza, ordeno a los seguridad y técnicos de informática ¿quién se habrá atrevido a semejante infamia?.
Los miembros de la seguridad apagaron el dispositivo, todos los presentes murmuraban y empezaban a retirarse, incluso su prometida y toda su familia.
El quedó solo revisando su agravio, pronto su hombre de confianza Lemus, un ex luchador, llevo la memoria que fue conectada. Ahora en la privacidad de su despacho volvía a ver el vídeo, a pesar de la furia y el trago amargo comenzaba excitarse al revivir esa imágenes. Cerró el vídeo y vio otro archivo adjunto cerca, lo abrío y encontró algo interesante.
*Giuseppe Ferro, el auténtico seductor lujurioso, asiduo consumir de sexo convencional, el dinero es su moneda de cambio ante su falta hombría y valor con ser humano para lograr que lo amen......Se presume ser un Mafioso de las altas cúpulas....*
Toda clase de insultos estaban declarados como guerra en ese artículo, pudo notar que no estaba terminado y como cereza del pastel al juez moral se le había olvidado borrar su nombre en el pie de página.
Beatriz Brown, desearás no haber nacido nunca, se juro así mismo, mientras se tomaba una copa de coñac de un solo trago..