Carolina Al ingresar a la habitación que Elizabeth me ha dispuesto para hospedarme durante los cuatro días que Gus y yo pensamos estarnos en la tierra de sus ancestros, siento una sensación de tranquilidad y calidez. La anciana busca en un armario unas cobijas que me ayudarán a resguardarme del frío, una contradicción necesaria debido al aire acondicionado que se enciende en todas las habitaciones de la casa para combatir el sofocante calor del verano. Agradezco su amabilidad y atención, consciente de que aquí seré tratada con la misma calidez que han demostrado en nuestra bienvenida. Mis ojos se posan en las fotografías enmarcadas en las paredes, retratos que me hacen saber a quién solía pertenecer esta habitación. En esas instantáneas veo a una joven Olivia, mi suegra, en diferente