CAPÍTULO VEINTE Anvin caminaba por el yermo desolado arrastrando un pie detrás del otro bajo el calor abrasador del desierto, con cada paso siendo un esfuerzo y cada uno confirmándole que moriría aquí. La sangre de sus heridas se había secado hacía un largo rato y ahora estaba endurecida en la piel mezclada con la tierra, con cada paso haciéndole sentir como si sus heridas se estuvieran reabriendo. Aún cubierto de moretones y contusiones y en agonía por haber sido aplastado, su cuerpo estaba hinchado por el calor y cada paso requería un esfuerzo sobrehumano. Sentía como si caminara bajo el agua. Anvin se obligó a mirar hacia delante buscando una razón para continuar y, al hacerlo, vio en la distancia algo que hizo que su corazón se acelerara. En el horizonte, alcanzó a ver la retaguardia