Una chica va en una bicicleta. Lleva puesto un pantaloncito corto que deja ver unas piernas delgadas y su piel es almendrada. Sus grandes ojos miel miran con anhelo las tierras que le heredo su abuela, la madre de su padre, Bonifacio. El gran sombrero cubre de manera parcial el rostro ovalado.
La bicicleta fue ralentizando a medida que llegaba a una de las cercas que linda con el rancho de Las Cruces. Desde lejos ve a varios vaqueros que están trabajando en unas alambradas. Sin pensarlo mucho baja del aparato dejándolo en la tierra y se acerca a la alambrada.
— ¿Qué quieres mocosa?— dijo uno de los peones con algo tosco al verla solo por los predios.
Ella lo mira y luego mira el gran predio.
—Estas tierras no son de ustedes— le dijo con voz algo temerosa— no deberían estar ahí.
El hombre la miro y frunció el ceño.
—Estas tierras son del profesor Ucheke y él detesta a las mujeres, por eso es mejor que te vayas— le dijo el hombre que miro hacia donde ese encuentra un hombre montado en un hermoso palomino n***o. El hombre y la montura parecían un hermoso monumento, como eso que hay en las grandes ciudades.
La chica parpadeo pues el sol no la deja ver bien el rostro de aquel hombre. Lo que si podía ver la chica era que era un hombre imponente y muy fuerte.
— ¿Él, es el dueño?— le pregunto curiosa.
—Sí, y ahora lárgate antes que me insulte por estar perdiendo el tiempo contigo— le dijo y se alejó de la joven.
La chica suspiró y vio al hombre.
—Estas son mis tierras— le mostró el otro lado de las alambradas— me voy porque me da la gana.
Su padre la noche anterior le comento que un hombre quería comprar sus tierras. Y ella tenía cierto plan trazado sobre como salir de la trampa que Magaly le había puesto solo con la intención de sacarla del rancho y si de ser posible quedarse con todo lo que era de su padre.
Ella suspiro y se mordió el labio. Al parecer no iba a poder ser ese día. Estaba otros hombres ahí y a ella le avergonzaba hablar con el profesor lo que tenía pensado. Si él la rechazaba por lo menos los otros no lo verían. Así que subió otra vez a su bicicleta y comenzó andar.
Siguió andando cuando vio al hombre que ella le tenía miedo y también cierta animadversión. El venia en su caballo y al verla se detuvo con una sonrisa jactanciosa en el rostro. Sus ojos brillaron al ver las piernas de la joven.
—Buenos día, preciosura— dijo el hombre que tenía un bigote que parecía dos alas de ángel— ¿Qué haces por aquí tan solita?
Ella detuvo la bicicleta pero no se bajó.
—Buenos días, señor Tabora— dijo cortante— estaba visitando al profeisor Ucheki.
El viejo frunció los ojos y luego sonrió.
—Mentirosa mal hablada — le dijo con burla – ese hombre odia a las mujeres, así que vas a tener que buscar una mejor mentira.
Ella trago. Él le daba cierta aprensión en el pecho. Sus ojos la amenazaban constantemente.
—Magaly me dijo que vas ser mi esposa— dijo el viejo sin bajar del caballo – no veo la hora de estar los dos en la cama.
Las mejillas de la chica se pusieron escarlata.
—Magaly no puede hablar por yo— le respondió con brusquedad y de mal modo— a yo soy libre pa escoger a quién a yo quería pa casame.
La carcajada se dejó oír y con presteza bajo del animal. La chica se tensó aún más.
—Mejor vamos arreglar este problema ahora mismo— se le acerco a la joven – si te tomo ahora mismo y te preño ya no podrás negarte a casarte conmigo.
La chica se aterro y rápido comenzó a andar en la bicicleta y anduvo lo más rápido que sus piernas se lo permitieron, pero el hombre subió a su caballo y la siguió. El caballo más rápido que la joven asustada y le dio alcance y la hizo caer de la bicicleta. La chica cayó de la bicicleta y dio varias vueltas estrellándose contra el terreno pedregoso, rodo por la carretera de tierra levantando una polvareda.
—Ahora vas a saber lo que es un hombre, pendeja— le grito con furia y en un estado de frenesí de solo imaginar enterrándose en las virginales carnes de la inocente chica. Bajo del caballo y la alcanzo y la tomó por el brazo
—Uste no puede haceme daño— gimió aterrada. Ella no quería ser violada por ese vejete. Ella aun soñaba en casarse de blanco y muy enamorada.
—No preciosura— le tomo y la miro a los ojos. Ojos que lo miraban con odio y al mismo tiempo con miedo— eso es lo último que quiero hacerte— dijo marcando cada palabra.
—Yo me voy a casá con el profeisor— le dijo llena de terror.
El viejo se detuvo y la miro a los ojos. Ella le sostuvo la mirada.
—El jamás se casaría contigo— dijo con burla.
—¿Po qué no?— pregunto desconcertada por aquellas palabras.
—Porque él es un hombre estudiado y con mucha clase— le dijo – además él odia a las mujeres.
La joven lo mira sin comprender lo que dice el hombre mayor.
—Vamos hacer una cosa— la suelta y le dice con reticencia — te doy una semana para que te cases con él, si terminado ese tiempo no estas casada, entonces yo seré tu marido.
Ella solo lo mira y soba su brazo que esta lastimado tanto por la caída como por el agarre fuerte del hombre.
—Mi pa lo va a…
—Tu pa no me va hacer nada— le interrumpió con burla sabiendo él que Bonifacio le debe hasta los calzones — a él lo tengo bien agarrado por los….
Se detuvo cuando escuchó los cascos de caballo que se les acercaba.
—Ahí viene tu amado novio— le dijo con burla al identificar el jinete y subió al caballo— solo tienes una semana para hacer lo que me dijiste. ¡De lo contrario prepárate para ser mía!
La chica al ver que él hombre se va se desploma al piso desmayada.
Momentos antes…
— ¿Quién era esa chica?— pregunto de mala forma Jairo a su peón— les tengo dicho que no quiero mujeres en mi propiedad.
El hombre solo se limitó a mirarlo y a mecer su sombrero en sus manos.
—Esa chica dijo que era la dueña de esas tierras— comento el hombre incomodo por la reprimenda.
Jairo miro la dirección por donde se había marchado la joven.
— ¿Ella dijo eso?— le preguntó con los ojos entrecerrado— ¿Y tú la conoces?
—No señor— dijo el hombre— es más yo le dije que se largara.
Jairo giro su caballo y busco el portillo y salió a la carretera y cabalgo para darle alcance a la joven que momentos antes estuvo allá.
Desde la distancia él vio el caballo apalusa del viejo Tabora. Era el único en la región que tenia de esa r**a de caballo y frunció el ceño. Algo dentro de él no le gusto. Ese hombre era un déspota con las mujeres.
En la tierra yace el cuerpo de la joven y bajó de un solo salto de su caballo y se acercó a la joven.
La mira y ve que esta toda herida. Sus piernas a la altura de las rodillas, las manos y el mentón sangran. Tiene raspaduras por varias partes del cuerpo.
—Maldito, trato de abusar de ella— maldijo en voz baja y con cuidado la levantó del suelo y la subió al su caballo y la llevo hasta su casa. Una casa que está a medio hacer porque él de la ira y el dolor quemo la antigua casa. Él no quiere tener ningún recuerdo del pasado por eso cambio de lugar la nueva construcción cuando comenzó la nueva casa.
Con cuidado la recostó en el sillón y la acomodó.
— ¡Madeleine!— llamo en voz alta.
Una mujer entrada en años de ojos azules y el cabello rubio tenido con canas, salió de la cocina.
—Dígame, profesor— dijo la mujer y al ver a la chica se acercó— ¿Qué le paso a la joven?
—La verdad no sé. La encontré en el camino. Iba en bicicleta.
—Tal vez se accidentó— la mujer salió rápido a buscar el botiquín de los primeros auxilios. Madeleine con cuidado la curo.
—Quiero llamar al médico— dijo nervioso Jairo. No le gusto ver a la chica herida.
Madeleine lo miró y guardo una sonrisa. Desde que estaba con él nunca lo había visto preocupado por alguna mujer
—Si quiere lo llamo— dijo ella y se levantó de donde estaba curando las herida de la joven.
—Si, por favor— le rogo. Él solo la mira de donde se encuentra. Es muy joven y está toda mallugada
—«Maldito viejo sádico»— pensó él furioso— «tratar de tomar a una mujer a las malas es de cobardes»
Los quejidos de la joven interrumpieron aquellos tenebrosos pensamientos y se acercó pero no mucho.
—¿Onde estoy?— dijo llevándose la mano a la cabeza— ¡Ese hombre me quiere tocar!
Él apretó los dientes al oírla, pues eso confirmaba lo que él sospecho desde cuando la vio tirada en el camino. Quería partirle hasta el alma si era posible.
—Cálmate— le dijo— estás en mi casa.
Ella lo miro y quedo embelesada con aquel rostro moreno cerrado en una barba que le rodeaba los labios. Unos ojos marrones que se limitaba solo a verla desde la distancia.
Con mucho dolor se incorporó del sillón.
—Gracia seño— dijo con timidez— pero debo ir a onde mi pa— el dolor la hizo quejarse.
— ¡Quédate ahí!— dijo con brusquedad y ella se asustó. Jairo alzo mucho la voz – disculpa. Por favor no te muevas, pronto va a llegar el médico y te revisara.
—No. No pasó na— le respondió incomoda. No quería molestar — el viejo ese no me hizo na, pero quería tocarme— trago con angustia— debo ir a busca al prefeisor Ucheki— dijo
Jairo omitió la sonrisa al oírla hablar tan mal.
—Es Ucheke— le corrigió con voz baja para no volver asustarla.
—Bueno. El profeisor Ucheke, me urge buscalo— le dijo y volvió a intentar levantarse. Las rodillas le dolían por que la piel se quemó cuando se raspó con las piedras de la carretera al caer.
— ¡Auch!- se quejó.
—Ya te dije que estés acostada— le regaño y se le acerco y un poco más— ¿Para qué quieres al profesor Ucheke?
Ella lo miro y suspiro profundo.
—La Magaly, la moza de mi pa, me vendió al viejo Tabora y yo no lo voy a pemiti— dijo – yo soy libre y me voy a casá con el profeisor Ucheke.
Jairo la miro muy serio. Si era una broma era de muy mal gusto. Pero la joven se notaba inocente y por la forma de hablar también iletrada.
— ¿Quién eres tú?— le preguntó.
—Yo soy la hija de Bonifacio Pedraza. Soy Mercedes Pedraza, pa servile a uste— dijo ella con una límpida sonrisa. Él solo la miro en silencio.
El médico llego y la reviso con mucho cuidado.
— ¿Todo bien?— pregunto Jairo al doctor que la revisaba.
—Tranquilo profesor— le dijo y le dio una fórmula médica— esos golpes son producto del accidente y se desmayó por la impresión y el estrés que le produjo ese desalmado.
Jairo ahora está más tranquilo al saber que la chica no había sido violentada sexualmente.
—Gracias doctor Morán—le estrechó la mano y el médico Jorge Morán se marchó.
Luego salió y llegó hasta la cocina y le conto lo sucedido a Madeleine.
—Entonces ¿Qué piensa hacer profesor?—le preguntó ella ahora preocupada— si ella va a esa casa esa arpía es muy capaz de entregársela a ese maldito viejo promiscuo.
Jairo pensaba pero no halla ninguna solución.
— ¿Te podrías quedar esta noche aquí?— le pregunto.
Ella lo miro y asintió de forma afirmativa.
—Llama al señor Bonifacio y dile que ella se va a quedar en este rancho porque sufrió un accidente con su bicicleta, que mañana tu misma la vas a llevar.
Madeleine enseguida se puso en acción. Luego ella misma llamo a Antonio y le comentó lo sucedido.
—Pero, Madeleine, ¿Ese hombre abuso de la chica?— le preguntó molesto— hay que llevarlo a la policía.
—No el medico la reviso y dijo que eran los golpes de la caída, pero por lo que ella dijo, Magaly la madrastra la quiere negociar.
—Déjame que hablo con mi mujer y nos la traemos para acá— dijo Antonio—ella debe estar protegida y vigilada para que ese hombre no le haga ningún daño.
—Gracias Antonio— dijo ella con un dejo de tristeza. Aun sus sobrinas y hermana no le permitían verlas y ellas tenían toda la razón, ella les hizo mucho daño y lo tenía bien merecido su castigo. Por lo menos ahora vivía con su esposo en el pueblo. Ya no estaba muy sola.
Con mucho cuidado Madeleine llevo a la joven hasta una habitación y la instaló en ella por órdenes de Jairo.
—Seño— insistía la joven— yo no quiero molestá— dijo la joven.
—No quiero molestar— la corrigió con cariño la mujer— y no estás molestando, solo será hasta que mejores un poco.
— ¿Uste sabe dónde vive el prefeisor Ucheke?— le pregunto la joven inquieta.
Madeleine la miro con curiosidad.
— ¿Para qué quieres saberlo?— le pregunto mientras la acomodaba en la cama.
—Pa pedile que se case con yo— dijo.
Jairo estaba en el quicio de la puerta y se sorprendió al oírla. La joven no estaba bromeando.
— ¡Muchacha, estás loca!— la reprendió Madeleine— aun eres muy niña para estar pensado en eso— dijo como si se tratara de una broma, porque no estaba segura si la chica hablaba en serio.
-Yo no bromeo, seño- dijo muy seria la joven sin saber que el profesor la estaba escuchando- no me importa que a él no le gusten la mujeres, yo solo quiero que él me salve de ese viejo odioso- y las lágrimas de desesperación corrieron por el rostro de la joven.
Estas lágrimas molestaron profundamente a Jairo que se marchó a su oficina a mascullar sobre la maldad del ser humano.