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La Psicóloga [+18]

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Tyson está afligido por un secreto que guardó durante muchos años, por eso empezará una terapia con una psicóloga muy particular, llamada Sabrina. Con ella descubrirá que la terapia no se parece en nada a lo que había imaginado cambiándole totalmente los planes y la perspectiva respecto a esta psicóloga.

La metodología de esta mujer es algo peculiar, haciendo que entre ella y Tyson se cree una unión que rompe la ética de la terapia, aunque esto se hace de lado sólo con la intención de que el chico recobre su ex amor y normalice su secreto.

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Confianza - Pt 1
Durante años guardé, con mucho pesar, un gran secreto personal. El no poder decírselo a nadie me causa una fuerte angustia, que me carcome por dentro; por eso decidí iniciar terapia con un psicólogo. Esto es algo que me costó decidir, porque uno siempre tiende a pensar que no necesita de los terapeutas, que puede manejar todo solo. Pero yo ya no podía más. Necesitaba sacar esto de mí. Entré a la clínica y la recepcionista me dijo que ya no atendían pacientes con mi Obra Social, me resultó extraño y le aseguré que desde allí mismo me habían enviado a esta clínica. Ella supuso que tal vez tenían desactualizada la base de datos, porque hacían tres meses desde que dejaron de trabajar con esa Obra Social. Como la mujer parecía ser de pocas luces, no estaba seguro de si la equivocada era ella o los de la Obra Social; sin embargo no todo fueron malas noticias. Me dio el número de teléfono de una psicóloga que sí podría atenderme, pero que trabajaba en otro sitio. Agregué el número a la lista de contactos de mi celular y en cuanto regresé a mi casa, llamé a la psicóloga en cuestión. Esperé impaciente, mientras el teléfono sonaba. Nunca había pedido una cita a un psicoterapeuta y aún me costaba asimilar que iría a uno; pero mientras más pensaba en el asunto, más riesgos corría de cancelar todo, por lo que debía actuar de inmediato. Una juvenil voz femenina me atendió y me preguntó en qué podía ayudarme. Le dije que estaba interesado en iniciar terapia, creí que recibiría un montón de preguntas al respecto pero sólo se limitó a decirme qué día y en qué horario podía atenderme. Acordamos que nos veríamos el próximo jueves a las 18 hs. Luego, corté la llamada. El trámite fue mucho más sencillo de lo que imaginaba. Eso me alivió mucho. Me senté frente al televisor y me puse a mirar una serie, sabiendo que ya había dado el primer paso, ahora solo tenía que esperar. *** Llegó la fecha indicada por la psicóloga y empecé a dudar. Tal vez había sido un error, tal vez este era un tema que debía dejar solo para mí… o bien, esperar a encontrar a la persona indicada para contárselo. Todavía estaba a tiempo de cancelar mi cita. Miré el celular. Una rápida llamada y el problema se esfumaría. Pero eliminar las dificultades inmediatas sería solo una solución pasajera. Porque el verdadero problema seguiría allí, tan guardado como siempre. Junté coraje y empecé a caminar hacia el consultorio, intentando mantener mi cabeza ocupada en otras cosas. Como la clínica queda bastante cerca de mi casa, el paseo se me hizo muy corto, pero me ayudó a despejar un poco la mente. El sitio en cuestión era una casa antigua, pero bien restaurada, no tenía nada que envidiarle a las viviendas contiguas. Toqué tiembre y esperé. La puerta se abrió unos segundos después y apareció una chica bajita y algo regordeta, tenía el cabello castaño a la altura de los hombros, la sonrisa cordial le restaba unos años, pero calculé que ella debería tener la misma edad que yo. Llevaba puestos unos anteojos de montura roja que le daban un aspecto confiable e intelectual al mismo tiempo. Me indicó que entrara, y al hacerlo me encontré en un estrecho pasillo que sólo daba a una escalera. Subimos por unos escalones de mármol, supuse que antaño la casa había pertenecido a alguna familia de clase media alta. Subimos más de lo que yo esperaba y comprendí que no nos dirigíamos al primer piso, sino al segundo. Entramos por una puerta de madera pintada de blanco. Entramos a un sitio bastante pequeño que se asemejaba más a una oficina común y corriente que al consultorio de un psicólogo; al parecer no todos eran como solía verse en las películas. Esta oficina apenas estaba decorada con un par de cuadritos poco llamativos, una planta en un rincón y una lámpara de pie en otro. El resto del amueblado lo componían un pequeño escritorio de metal pintado de gris claro, y dos sillas, una a cada lado del mismo. La mujer me señaló una de las sillas y me dijo que tomara asiento; ella se sentó frente a mí. Sobre el escritorio no había más que una agenda, un vaso térmico con recubrimiento metálico y dos celulares, uno bastante moderno y el otro viejo, que parecía un pequeño ladrillo. A pesar de lo austero que parecía todo, me sentí muy cómodo allí dentro. Que el lugar fuera pequeño y no tuviera ventanas me brindaba una sensación de seguridad, allí podríamos hablar tranquilamente sin que nadie nos escuchara. La psicóloga me miró sonriendo, sin decir nada. De verdad parecía muy simpática. Mi primera impresión me decía que ella era una persona muy dulce, y que tal vez sabía poco de la parte más dura de la vida. Pero yo no necesitaba una experta en tragedias, solo quería a alguien amable con quien poder conversar libremente. Ella no dijo nada, por lo que comencé a hablar: ―Bueno, creo que primero debo presentarme, mi nombre es Tyson y tengo treinta años. ―Mucho gusto, Tyson, mi nombre es Sabrina. ―Como la bruja adolescente ―dije, con una sonrisa. Ella se rió. ―Siempre me dicen lo mismo, esa serie me arruinó el nombre, pero no soy tan bruja… y hace mucho tiempo que dejé de ser adolescente. ―¿Qué edad tenés?... ―me arrepentí al instante―. Ah, perdón, no se supone que sea yo el que hace las preguntas. ―Está bien, no pasa nada. Tengo la misma edad que vos ―mis cálculos habían sido correctos―. Ahora te quiero preguntar algo yo. ¿Dónde conseguiste mi número de teléfono? Le nombre la clínica que había visitado previamente. ―¿Hay algún problema? ―pregunté. ―No, ninguno, es que se me hacía raro, porque ese es mi número personal, por lo general mis pacientes tienen otro número. ―Imagino que ese número es el de este teléfono ―señalé el más viejo de los dos. ―Exactame, este es el que uso para trabajar. ―Si te molesta puedo borrar el número que tengo, y dame el que me corresponde. ―No, no, no… no me molesta ―parecía estar avergonzada de su propia actitud―, sólo te preguntaba por curiosidad. El número te lo debe haber dado la recepcionista de la clínica. ―Así es. ―No es una chica muy despierta que digamos, por eso en vez de darte mi número laboral, te dio el personal. ―A mí también me pareció medio boluda la mina ―ella soltó una risa―, perdón, se me escapó… ―No te preocupes, vos hablá normalmente, la gente piensa que acá tiene que estar cuidando el lenguaje y hablando de forma rígida y correcta, como si esto fuera una iglesia; pero en realidad lo mejor es que hablen tal cual lo hacen normalmente. ―Bueno, yo normalmente hablo de forma rígida y correcta… cuando no estoy diciendo boludeces. ―Acá podés decir todas las que quieras. No me gusta que mis pacientes se sientan estructurados por formalidades. Yo necesito conocerlos tal cual son, y no con la máscara de comportamiento que usarían en la recepción de un banco. ―O dentro de una iglesia. ―Claro. ¿Y por qué decís que hablas de forma rígida y correcta? ―Bueno, más o menos… es que me dedico a la escritura, por lo que, sin pretenderlo, desarrollé una forma de contar las cosas más cercana a la literatura. Aunque a veces también puedo hablar de forma muy chabacana e informal. ―¿Qué tipo de cosas escribís? ―Novelas cortas, de ciencia ficción o aventuras. ―Parece interesante. ―No sé si serán interesantes para todo el mundo, pero al menos a mí me está dando para vivir, y disfruto haciéndolo. Aclaro antes de que me lo preguntes, porque todos los que se enteran que soy escritor me preguntan lo mismo. No soy un autor conocido, de hecho uso varios seudónimos diferentes, ya que escribo por encargo para una editorial. A veces son novelas cortas basadas en videojuegos, o cosas por el estilo. En ocasiones ni siquiera tengo mucho control creativo sobre lo que escribo. Tal vez algún día me dedique a escribir algo más serio, con un perfil orientado a un mayor público. ―Comprendo. Lo importante es que lo disfrutás, y que, como bien dijiste, te da de comer. Decime, Tyson, ¿estás casado, en pareja, soltero, separado? ―En este momento, soltero y sin pareja ―imaginé que ella estaba recaudando información sobre mí, para comenzar a trabajar. ―¿Y con quién vivís? ―Solo, en un departamento a pocas cuadras de acá. Me gusta vivir solo, me da mucha tranquilidad para mi trabajo. ―Está bien, ¿y tu familia, cómo está compuesta? La charla siguió por ese rumbo durante varios minutos, le comenté que no tenía hermanos y que mis padres vivían juntos en su propia casa. Le narré brevemente cómo había sido mi infancia y mi adolescencia. ―En general fueron etapas de mi vida muy tranquilas. La pasé bien, el único problema lo tuve siempre con el sobrepeso. Desde chico que tengo varios kilos de más, y a pesar de haber hecho miles de dietas, nunca llegué a adelgazar demasiado. Ahora mismo me vendría muy bien perder unos diez kilos, más o menos. ―¿Sufriste ataques de tus compañeros de colegio por tu sobrepeso? ―Muy pocos, casi nada. Por lo general eso ocurría al principio, cuando recién me conocían, pero con el tiempo dejaban de hacerlo. ―¿Porque vos se lo pedías? ―No, porque siempre les contestaba con algún chiste sarcástico y me burlaba de ellos, siempre tuve la cualidad de saber responder muy rápido a la gente, y de forma ocurrente. Cuando se daban cuenta de que no me podían seguir el juego y de que, al final, los más humillados eran ellos, ya no me molestaban. Gracias a mi personalidad también hice muchos amigos, tanto en la primaria como en la secundaria, muchos de los cuales aún sigo viendo. ―Qué bueno, tu inteligencia te ayudó a enfrentar la situación ―me sentí halagado por ese comentario―. Entonces veo que el motivo que te trajo hasta acá no viene por el lado de tu vida social. ―No exactamente… depende lo que se considere vida social. ―¿En qué pensás? Me quedé en silencio durante unos segundos, ella tampoco dijo nada. ―Disculpame, ahora mismo no me siento preparado para hablar de ese tema. ―Está bien, no te preocupes, vamos de a poco, vos tomate tu tiempo. ―Te prometo que para la próxima sesión voy a venir mejor preparado mentalmente. Nunca antes había hecho terapia, por lo general no tengo problemas con los médicos; de hecho hace poco me hice unos estudios de rutina y fui muy relajado, y también me dejaron muy tranquilo; sin embargo el proceso acá es diferente, acá tengo que contar muchas cosas personales… ―Sí, no es exactamente como ir al médico; pero vos tomate esta semana para organizar tus ideas, y no te presiones tanto. ―Gracias. Todo resultó ser mucho más ameno de lo que me imaginaba. Ella no me presionó a contar nada. Le hablé de cuestiones cotidianas, de cómo era mi día a día. Nada demasiado personal. Ella me aseguró que esto también la ayudaba a conocerme mejor, por lo que no estábamos perdiendo el tiempo. Avanzariamos de a poco. Lo importante era que yo asistiera a todas las citas que tenía con ella. Estuvimos charlando durante unos minutos más hasta que Sabrina me indicó que daríamos por terminada esa sesión y que no veríamos en la próxima, manteniendo día y horario.

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