Obviamente, antes de dejar la villa el joven Ronzi, o su ayudante en su nombre, telefoneó a la familia. Así que, en la entrada de la comisaría, incluso antes de que el hijo llegara desde la no cercana villa, estaba presente su padre, el general, mirando hacia la puerta. Estaba en pie a poca distancia de la mesa del funcionario encargado de la recepción y el control de los ciudadanos que querían ver a un funcionario, normalmente no por sorpresa, sino con cita previa. El cabo procedía al registro de los datos personales y luego les entregaba la acreditación de visitante, que había que ponerse a la vista sobre la ropa. Ronzi ya lo tenía y colgaba del bolsillo superior de la chaqueta cruzada beige. Había sido D’Aiazzo el que le había permitido quedarse en la entrada, tras ser consultado por el
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