Samanta escuchó un ruido sordo que le hizo levantar la cabeza de los documentos, soltó un suspiro agotador y trató de ignorarlo, pero nuevamente se volvió a escuchar otro ruido más fuerte que el anterior y más cercano a la puerta, volteó a ver el reloj de pared, faltaban minutos para las 4 de la madrugada, ¿Algún vecino se había quedado fuera de su departamento? se preguntó. Una vez más, otro golpe al barandal y luego un ruido sordo contra el piso, como si algo se hubiese caído. ¿Alguien intentando robar?
Temerosa, pero con la idea clara de enfrentar lo que estuviera al otro lado de la puerta, Samanta se levantó de su asiento y se asomó hacía el pasillo, volteó a un lado y al otro, pero no vio a nadie “¿Lo habré soñado?”, se preguntó mientras daba un paso hacia atrás lista para meterse a su departamento.
— Oye tú, aquí abajo, ayúdame. — la voz débil de un hombre le habló, pero no pudo visualizarlo.
— ¿Quién… quién eres? — le preguntó Samanta con rudeza, pero nerviosa.
— ¿Ah? Soy Darío… vivo en el 12C
— Mentiras, ese departamento esta vació — le contestó, lista para resguardarse dentro y llamar al casero.
— Sí, me acabo de mudar… ¿Podrías ayudarme? Creo que estoy lastimado, no me puedo mover.
Samanta soltó otro suspiro, volteó a todos lados esperando ver a alguno de sus vecinos, pero era inútil el piso estaba desierto, además después recordaría que en ese momento era la única que vivía en esa parte del edificio. Por un momento se cuestionó si debía dejar al sujeto desconocido escaleras abajo, presuntamente lastimado, pero totalmente solo, después agitó la cabeza negativamente.
— Oye… ¿sigues ahí? — volvió a decirle.
— Sí, voy.
Se acercó al principio de las escaleras, y en uno de los descansos notó que un hombre joven pero tal vez un poco más grande que ella, se encontraba tirado de lado y sobre su brazo descansaba una caja de cartón ladeada de donde salían un montón de libros, el chico se volteó a verla.
— Hola — le dijo, mientras movía sus deditos de la mano lastimada.
Samanta bajó rápidamente los escalones y con un poco de esfuerzo le pudo quitar la caja de su brazo.
— No muevas tu brazo, puede tener una fractura.
— No, creo que solo se me durmió o tal vez… — soltó un quejido y se apretó la muñeca — un esguince. Me duele un poco.
— No lo muevas… — la chica le tomó la muñeca entre sus manos y le mantuvo el brazo estirado — mantenlo así, iré por un vendaje y algo para el dolor.
— Gracias.
Samanta sonrió un poco, se levantó y corrió hacia su departamento, mientras buscaba lo necesario en el botiquín de primeros auxilios en la repisa del baño, pensó en el perfecto desconocido de escaleras abajo, otra vez se cuestionó si debía brindarle ayuda. Tal vez era peligroso, tal vez mentía, pero ¿y si no? Empezaría una mala relación con el único vecino que tendría, soltó un gritito interno y un minuto después estaba de regreso.
Se arrodilló a su lado y le vendó la mano lastimada, justo como su difunta madre le había enseñado cuando era más pequeña.
— ¡Vaya! Si que sabes hacer vendajes…
— Mi madre era enfermera — explicó, mientras fruncia el ceño haciendo un nudo al final del brazo — debes mantenerlo así, pegado a tu pecho, exacto. No soy una profesional, por lo que te recomiendo que mañana vayas con un médico.
— Ok, muchas gracias.
Ambos voltearon a ver los libros desparramados por los escalones y después se voltearon a ver entre ellos.
— Te ayudaré a recoger.
— Nuevamente, gracias. — el chico le sonrió y Samanta descubrió que sus ojos eran entre marrones y dorados, se notaba agradecido. — Por cierto, ¿Cómo te llamas?
— Samanta.
Acomodaron los libros en varios montones, mientras Samanta los agarraba le llamó la atención que los títulos fueran sobre paisajismo, esta persona también ha de ser arquitecto, pensó, aunque se le hacía difícil de creer por el porte del muchacho.
Unos minutos más tarde habían terminado de llevar todos los libros dentro del departamento, Samanta había notado que le había dicho la verdad, se acababa de mudar, todo su departamento estaba repleto de cajas de cartón de todos los tamaños y muebles cubiertos de plástico protector, se acordó de cuando estuvo exactamente en esa situación un año atrás, aunque esa vez tuvo la ayuda de su hermano y la novia de este para ayudar a desempacar.
Samanta dejó de recordar y estuvo cuidadosa de mantenerse cercana todo el tiempo a la puerta, por si debía huir, sin embargo, dio un salto hacia un lado y había dado un grito si no fuera porque estaba aterrada por lo que observaba. Sobre el piso se encontraba un enorme terrario que contenía arena y arreglos con plantas, adentro había una serpiente color amarillo que se deslizaba y enroscaba sobre un tronco.
— ¡¿Por qué tienes una serpiente?! — gritó y corrió hacía el otro lado de la habitación.
— Ah sí, es mi mascota — Darío observó al animal en el terrario enorme tras de él y después se volvió sonriente hacia Samanta.
— ¿Tu mascota?
— Sí, es una pitón, se llama Nagini.
— ¿Nagini? Suena japonés.
— Mmm no, tengo un amigo, se llama Noa es súper fan de Harry Potter, so… le puso Nagini. — trató de explicar, mientras acomodaba su vendaje, estaba muy tranquilo.
— No entendí nada.
— ¿No viste Harry Potter?
— No… no soy fan de la fantasía.
— ¡Pero es Harry Potter! — le dijo sorprendido, como si Samanta hubiese dicho una falacia y fuera algo difícil de creer.
— Lo que sea…
Se encogió de hombros, agitó la cabeza negativamente y sintió un escalofrió recorriendo su espalda cuando volteó a ver a “Nagini”, comenzó a caminar hacia la puerta manteniendo mucho cuidado de no acercarse al terrario.
— Pareces estar mejor, así que paso a retirarme.
— Si, gracias por lo de hace un rato y disculpa la hora.
— No te preocupes, solo espero no sea algo recurrente.
Darío miró al techo de manera despistada evadiendo la mirada de Samanta y evitando contestar, ella solo pudo fruncir el ceño.
— Como sea… buenas noches. — se despidió.
— ¡Ah! Espera… trabajas en la firma Villaverde y asociados, ¿verdad?
Samanta se giró a verle con sorpresa, no entendía como esta persona a la cual había conocido hacía unos minutos atrás podía saber eso, pensó que debía huir inmediatamente, debía mentir y huir, mudarse, renunciar… sus recuerdos no fallaron y la trasladaron rápidamente al pasado, recordando a Samuel y a…
— Creo que te asuste, no quiero parecer un acosador — trató de explicarse Darío cuando observó el pánico en los ojos de la chica parada frente a él, lo que menos quería era verse amenazante — Pasa que te vi observando atentamente mis libros y perdón… es solo que yo empezaré a trabajar mañana ahí, bueno hoy y seria genial ya conocer a alguien.
— Entiendo… — Samanta se había olvidado de respirar y volvió a hacerlo después de esa confesión, no obstante, todos sus sentidos seguían alerta — Sí, trabajo para esa firma.
— ¡Genial! Podremos ir al trabajo juntos, desde mañana… que diga, desde hoy, seremos compañeros. ¿Tienes coche?
— Mm no.
— Entonces yo te llevaré… — le interrumpió abruptamente, Darío estaba feliz de encontrar un compañero antes del primer día.
— No es necesario, agarro el bus y…
— No, no, es en p**o por lo que hiciste hoy por mí, deja que te lleve.
Samanta lo miró un momento y soltó un suspiro de cansancio, no quería seguir discutiendo, debía irse inmediatamente a su departamento y tratar de dormir un poco.
— Ok, como sea… nos vemos en el lobby a las 8:15.
— Ahí estaré.
Lo último que ella vio al cerrar la puerta, fue al chico despidiéndose con la mano sana, demasiado sonriente para ser las 4 de la madrugada.
A Samanta físicamente le había parecido un chico malo, alguien de quién debía cuidarse, con un estilo parecido a un James Dean de esta época y aunque admitía que su rostro le había parecido atractivo, su estado era de un perdedor total, de su carácter poco podía decir, le había parecido bastante atolondrado, o sea ¿Quién se muda a las cuatro de la madrugada? Y aun en su cansancio fue jovial y alegre, aunque para su gusto él hablaba demasiado.
Antes de acostarse, se debatió si había sido prudente haberle aceptado la invitación, si bien tenía ese primer pensamiento de que parecía un chico malo, no lo encontraba peligroso y así con esos pensamientos en su cabeza, se recostó y durmió pensando en su nuevo vecino.
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