Darío miró la hora en el celular, apenas había dormido un par de horas, se levantó y sintió un dolor agudo en la muñeca, se observó el vendaje y los recuerdos de la madrugada volvieron a él. “Samanta” recordó el nombre de su heroína, pensando en que hoy de nuevo la vería, había tenido demasiada suerte de encontrarse con un compañero de oficina… ¿O debería decir “una empleada”?
Despejó su mente, no quería pensar en el primer día de trabajo, una parte de él sentía ansiedad por el nuevo comienzo, pero por otro lado se sentía extraño, como si no encajara en esa vida… Recordó el pasado, su razón por la que había huido de su antigua ciudad y como su madre lo había recibido con los brazos abiertos de nuevo en casa, más no así su padre.
Dos semanas antes.
— Me cuesta creer que hayas dejado el despacho, Darío — la voz de su padre resonaba en todo el salón, y Darío solo podía mantener los ojos fijos en el suelo — sabes lo que pienso de las renuncias y el rendirse. No es propio de nuestra familia.
— Armando, por favor, deberías ser más comprensivo…
— ¿Comprensivo? De eso, nada. Él ya no es un niño, Mariana, debe hacerse responsable del futuro de la compañía. Me gustaría que la firma en un futuro quede en buenas manos y así poder retirarme sin problemas.
El señor Armando dio una vuelta por el salón, meditando el siguiente pasó que daría, después de unos minutos volteó a ver a su esposa y luego a su hijo, habló.
— Entraras a trabajar en el bufete central… y no, no quiero que me discutas nada. ¿Querías independencia y total libertad? Te la dimos, e igual nos has decepcionado. Así que ahora harás lo que estoy ordenando, ¿entendiste? — Darío no contestó con rapidez, y su padre comenzaba a molestarse, así que volvió a repetirle — ¿Entendiste?
— Sí, señor.
— Perfecto, ahora retírate, debo hablar con tu madre.
La madre de Darío, le acarició la espalda y le sonrió con tristeza, después se quedó viendo la espalda de su hijo mientras este subía a grandes zancadas los escalones hacia su habitación, cuando este desapareció, se giró a ver a su marido.
— Creo que te has pasado enormemente con él… — replicó.
— Necesita madurar…
— ¿Madurar? Se iba a casar hace dos días atrás, Armando, y ella no se presentó. ¿Imaginas lo doloroso que es para él? ¿Y todavía esperabas que siguiera trabajando con ella?
— Sí, porque eso es lo que se espera de un directivo, Mariana. No debería combinar negocios con sentimentalismos, nunca debió comprometerse con esa mujer… ¿ves porque me oponía?
— ¡Ay, Armando, por favor!
— Por favor, nada… esa mujer nunca fue una candidata fiable para nuestro hijo y he aquí las consecuencias. Ahora creo que le estoy haciendo un favor al ponerlo en la central y no devolverlo al este… ¿no crees?
— ¿No piensas en despedir a esa mujer?
— ¿Y por qué razón? ¿Solamente por no querer contraer matrimonio con nuestro hijo?, ¡Olvídalo, Mariana! — vociferó con enojo — Además, aunque me cueste aceptarlo, la mujer es una de mis mejores titulares, no voy a perder a un m*****o importante por relaciones personales. Menos mal su compromiso no fue anunciado como es debido o sino…
— Solo eso te importa, lo que diga la sociedad de nuestra familia. — se lamentó la señora Mariana, mientras aguantaba las lagrimas en sus ojos, más por la ira que sentía hacía su esposo, que ante la preocupación y tristeza que sentía por su hijo.
— No, Mariana, de nuestra familia, no. De nuestra compañía… que al final del día viene siendo lo mismo.
— Nosotros no somos tus empleados, Armando.
— Lo sé.
Y diciendo eso, el señor Armando dio media vuelta y salió en dirección al patio, dejando a su esposa totalmente enojada e irritada.
En las habitaciones de arriba, un desencajado Darío había escuchado todo, mientras observaba el techo tirado en su cama sintió un pequeño dolor en el pecho, sin advertirlo una lagrima resbalo con suavidad por su mejilla y se la limpió con rapidez, sabía que no debería llorar. Siempre estuvo al tanto de que su padre no estaba a favor de su compromiso con su novia, ahora ex prometida, pero la amaba tanto que no le importó ir contra él, aunque ahora se arrepentía.
No quería recordar los sucesos de hacía 2 días, pero le fue imposible.
Se recordaba sentado en una de las salitas de espera de una de las oficialías de registro civil, se encontraba nervioso y ansioso, sintió felicidad cuando vio a su mejor amigo asomarse por entre las puertas, pero poco le duró.
— Marcela no vendrá, Darío — le dijo — lo siento mucho.
Él no le contestó, con un movimiento de mano pidió que le diera un momento a solas, Noa salió de la sala y una vez solo, contempló los anillos dentro de la cajita, “ella no vendrá” se repitió.
Aquel fin de semana fue larguísimo, pero aun así no le dio tiempo para organizarse, ni pensar, ni el valor para llamarla mucho menos para ir a buscarla.
El día que se presentó en el trabajo, pensó que no la encontraría, pensó que si ella fuera él, que si él hubiese sido quien la había abandonado, entonces simplemente desaparecería… Por eso cuando la observó sentada en su oficina contestando una llamada, todo se le derrumbó en fracción de segundos, se veía tan tranquila, como si nada le afectara, como si lo que hubiese hecho no le quitara el sueño, a él sí, todo el fin de semana había tenido insomnio y Darío no sabía cómo reaccionar, si debía enojarse porque ella no parecía afectada o alegrarse porque ella seguía aquí.
Marcela sintió una presencia extraña y levantó los ojos en su dirección, ambos se vieron, pero los ojos de él huyeron en dirección contraria. Para ella, volver a verlo también le era extraño y un tanto doloroso, había muchas cosas por las cuales hablar, sin embargo, a ninguna podría decirle la verdad. Pero sabía que debía enfrentarlo, Darío entró en su oficina.
— Te estuve esperando el viernes… — le dijo sin detenerse a saludar.
Marcela le miró un tanto asombrada y un poco con lastima.
— Pensé que había quedado claro que no me casaría contigo. — contestó.
— ¿En qué momento lo decidiste?
— Eso no importa, Darío.
— ¿Cómo me vas a decir eso, Marcela? No puede ser que de un día para otro decidieras que finalmente no quieres estar conmigo. — Darío antes tranquilo comenzaba a sentir cierta ira en su interior.
— Deberíamos dejar este tema para horarios no laborales. Ahora mismo…
— ¡No! — gritó mientras se llevaba una mano a la cabeza — necesito respuestas, Marcela, necesito que me expliques porque no quieres casarte conmigo, si tú sabes que yo te amo.
— Darío, por favor.
Ella se levantó y volteó a su alrededor, en ese momento maldijo por tener los muros de cristal, las pocas personas de afuera mantenían su atención en ellos, con lentitud caminó hacía el cordón de las cortinas y jaló suavemente hasta cerrarlas mientras pensaba en su siguiente respuesta.
— No creo que sea un buen momento para hablar de esto, Darío.
— ¿Te importa más lo que digan los demás, que aclarar esto?
— No hay nada que aclarar, entiende. — la chica lo miró con dureza — Si no me casé contigo, es porque no te quiero.
— Imposible — contestó agitado, y sintió que las piernas le flaqueaban — No puede ser que tus sentimientos…
— Hace mucho que he dejado de quererte, Darío. Y esa es la verdad.
— Marcela…
— Y creo que ya es suficiente de esto, tengo mucho trabajo, y no me…
— Está bien — balbuceó sin fuerzas — Tienes razón, hay mucho trabajo. Disculpa todo lo que te he hecho pasar, me retiro.
Darío dio la vuelta y salió de la oficina de su ex sin mirar atrás, sintió la mirada del resto de empleados, pero los ignoró por completo, no solamente le habían roto el corazón, sino que también su vida cambiaría totalmente.
Presente.
El sonido del timbre lo trajo a la realidad, se puso el saco sobre los hombros y caminó hacia la puerta para abrir, su vecina lo esperaba del otro lado, se veía muy diferente a como la había visto hace unas horas atrás, ahora usaba un maquillaje muy sutil que resaltaba sus ojos castaños, su cabello color n***o estaba recogido en una coleta alta y usaba un traje sastre de pantalón, tenía que admitir que se veía muy guapa,
— Buenos días — saludó Samanta, ella también lo veía muy diferente, menos “malo”, pensó.
— Buen día, creí que nos veríamos en el lobby…
— Quería ver como estaba tu mano.
— ¡Ah! — Darío observó su mano y la movilizó un poco — Tengo cierta molestia, pero la inflamación ha bajado considerablemente.
— Deberías ir a ver a un médico…
— Lo haré, no te preocupes — él le sonrió y pensó que le parecía adorable que alguien que acababa de conocer se preocupara tanto — primero hay que ir al trabajo. ¿Vamos?
Samanta asintió y Darío salió de su apartamento, ella le ayudó a cerrar y ambos se dirigieron escaleras abajo.
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