Cuando Samanta sintió unos brazos rodeándole, se derrumbó al momento, alzó su rostro para ver a la persona que la abrazaba y cuando vio a Darío con el rostro preocupado, pensó que estaba soñando. — Arquitecto… — susurró, el chico le sonrió. — Dime Darío, linda. — Darío. Él aun no entendía como estaban en esa situación, volteó a los lados de la carretera, no había pasado un solo carro, si él no hubiese llegado, no sabría que hubiese ocurrido con Samanta. La llevó presuroso al coche, encendió la calefacción y le puso una manta alrededor del cuerpo, Samanta se creía aun en una ilusión, pero era tan buena que notó como su dolor, su ira, su tristeza y todos sus malestares iban desapareciendo, alzó su mano y acarició la mejilla del chico con suavidad, él volteó a verla y le sonrió. —