Me miró y se colocó las gafas en la cabeza. ¿Qué has hecho, Cristine? Se rió, encantado con su propia broma. Sus risas parecían papel de lija; sus dedos, cuchillos de filetear que me arañaban la piel. Su sonrisa se torció, abriéndose de par en par con dientes afilados que descendían por sus labios y salían de su boca. Colmillos. ¿Qué has hecho, Cristine? volvió a preguntar, con su voz deformada persiguiéndome y sus ojos llenos de un hambre que no se acercaba ni de lejos al amor. Caminó hacia mí con la sangre goteándole por la barbilla, la piel dorada desvaneciéndose lentamente en un pelaje marrón arena. Se colocó detrás de mí y me rodeó con los brazos, una postura que conocía demasiado bien de él. Sus dientes me rastrillaron el cuello, sobre la piel de gallina y las venas palpitantes. S