Las manchas negras se habían apoderado de la mayor parte de mi visión, pero unos vibrantes ojos plateados atravesaron la oscuridad hasta llegar a mí. Entonces no hubo nada más que el frío abrazo del silencio. Corrí por el bosque. Negra como el carbón y fría, la brisa nocturna se mecía entre los árboles como un poltergeist amargo que se burlara de mí. Mis pies tropezaban con hojas y ramas caídas, mientras las ramas bajas intentaban atraparme en su afilado abrazo. El aire fino y frío no me llenaba los pulmones. Me detuve y traté de encontrar la luz, el camino hacia la carretera, pero todo lo que encontré fue un par de ojos dorados y enfermos que me miraban fijamente. Se acercaron hasta que el resplandor reveló un rostro que conocía demasiado bien. Jhon me sonrió, con los colmillos asoman