CAPÍTULO QUINCE El rey McCloud enfureció mientras marchaba por la plaza ante su castillo, plagado de soldados heridos y derrotados. Sus hombres estaban por todos lados, gimiendo, sangrando; aquellos que no estaban heridos, estaban sentados en el suelo, abatidos. Fue suficiente para hacerle sentir náuseas. No importaba que acabaran de haber tenido cien días de victorias sin precedentes, de despojos, de haber logrado entrar en una parte de las tierras de los MacGil, más allá que cualquiera de sus antepasados. Ahora todo lo que estos hombres recordarían sería su derrota, la pérdida de su botín, de sus esclavos, sus heridas, sus compañeros perdidos. Y todo a manos del muchacho. Era una desgracia. McCloud frunció el ceño, mientras caminaba, pateando al azar a los soldados sentados en el suel