La piel marcada de uno de sus guardaespaldas, hizo que mi cabeza zumbara de dolor. Esas mismas marcas permanentes las había visto en el pasado, dentro de una lujosa camioneta de vidrios ahumados y en las manos y camisa del mismo sujeto. Él era el guardaespaldas principal, el que le seguía la sombra y lo protegía hasta del fuerte aire que aspiraba en mis tierras. Al escucharme pronunciar que tenían que matarme para llevarse mis reses, con violencia extrajo un arma de su espalda, calibre desconocido para mí, y la apuntó justo en el medio de mi frente, totalmente dispuesto a matarme. A esas alturas, era poco lo que me importaba mi vida. Si ese asesino quería acabar conmigo, que lo hiciera en ese momento y me ahorrara el resto de la historia. Gilbert tenía cinco guardaespaldas, pero ese era e