Lo pasé por mi cabeza y até en mi espalda, sintiendo como la tela rozaba la superficie de mi cuello. Me sentí algo incómodo, porque las mujeres suelen ver sexy a los hombres con delantal, pero era una terrible mentira. Ese trozo de tela me hacía ver más tonto de lo que ya era, pero jamás en la vida le diría a Charles lo que pensaba de ello. Las siguientes horas Charles me indicó donde iba cada cosa: cada tuerca o arandela ―que por cierto son totalmente diferentes―, donde estaban ubicadas los diferentes sierras, martillos e infinidades de materiales de construcción, carpintería e incluso remodelación. Mi cabeza estaba que explotaba por la inmensa gama de información que debía procesar, pero aunque tuviera que tomarme un frasco entero de aspirinas, debía aprenderme todo. La hora de salida d