—¡No puedo hacerlo, Hosanna! ¡No puedo matar a Inés dos veces! —dijo y rompió en llanto, cubriéndose el rostro. Sus palabras provocaron escalofríos en Hosanna. Ernesto se sentó al borde de la cama, ella se acercò a èl, estaba perpleja. —¿De qué hablas? Ernesto limpió su rostro. —Por favor… ¡No me pidas esto! —Siquiera explícame lo que hablas, Ernesto, dame una forma de creer en ti. Él la mirò, hundió la mirada. —Fui yo, yo conducía el auto, Inés quería dejarme, me pidió el divorcio antes del accidente, no pude saber por qué, supliqué que se quedara, que sería el mejor esposo, que la amaba, pero, estaba decidida a dejarme, luego ese auto nos embistió. ¡Fue mi culpa, si la hubiera dejado ir! Sus ojos se llenaron de lágrimas, Hosanna se acercó, acarició su rostro. —No es tu culpa, E