ABIGAIL
La reunión del consejo se enfoca en el chico recién llegado, y mientras algunos profesores e incluso el decano le hacen preguntas a las que él responde con monosílabos y sin la menor intención de ahondar en ellas, yo siento que su mirada se posa sobre mí en más de una ocasión, haciéndome sentir muy consciente de mí misma, especialmente de lo que tengo puesto hoy, un suéter tejido color celeste, unos jeans blancos y tenis blancos, mientras que él parece sacado de una película de motociclistas o algo por el estilo.
Su mirada empieza a ponerme nerviosa, especialmente cuando los miembros del consejo comienzan a molestarse con su actitud y es claro que van a suspenderlo al menos por un semestre, lo cual sería bastante malo para cualquier estudiante, pero él parece aún más preocupado de lo que creí posible, considerando su actitud cuando entró a la sala de juntas, ahora parece arrepentido de haber sido grosero.
“Lo siento, no pretendía sonar como un idiota, prometo que no crearé más problemas,”
“Señor Moore, si no fuera por su nivel académico sobresaliente, créame que en este momento estaríamos informándole de su expulsión definitiva de la universidad,” El decano le dice.
“Necesitamos que se dejen sentados algunos compromisos hoy,” uno de los profesores le dice.
“Sí, por supuesto, lo que sea,” él responde.
“Tendrá que atender a todas sus clases, además de acceder a dar tutorías gratuitas dos veces a la semana a estudiantes que lo soliciten,” el decano le informa.
“¿Tutorías?” él pregunta con confusión.
“Creo que la señorita Smith le puede explicar mejor sobre esto, ella también hace parte del programa, ¿no es así, Abigail?” el decano me pregunta, y yo asiento, de forma tensa, pues ahora el chico parece estarme perforando el cerebro con su mirada intensa puesta sobre mí.
“Si cumple estos compromisos, revisaremos su estancia en la universidad, de lo contrario se irá de inmediato y esto quedará en su hoja de vida de forma permanente,” el decano le informa y él asiente de forma obediente.
Después de ello el chico se va, pero los demás nos quedamos para discutir otros asuntos, aunque realmente no puedo concentrarme en nada ahora mismo, pues en mi cabeza siguen apareciendo sus ojos grises, viéndome con intensidad, y yo trato, sin éxito, de olvidarme de todo ello, pero el destino tiene una forma de jugar con tu cabeza, y cuando salgo de la sala de juntas escucho pasos acercándose a mí de forma apresurada.
“¡Hey, tú!” escucho que me llaman y me giro hacia la fuente del sonido.
“Lo siento, es que olvidé pedir tu número,” el chico, de apellido Moore, me dice.
“¿Disculpa?” le pregunto confundida.
“Bueno, el decano dijo que podías ayudarme con el tema de las tutorías y tú aceptaste hacerlo, así que asumí que debíamos poder comunicarnos de alguna forma, pero si no quieres darme tu número entonces creo que al menos deberíamos intercambiar emails,” él responde, como si nos conociéramos de toda la vida.
“No, está bien, te daré mi número,” le digo, estirando mi mano hacia él para que me dé su teléfono y poder anotar mi número en él; y él parece un poco indeciso al principio, pero luego me lo da con una expresión incómoda.
Tomo en mi mano un teléfono que ya está bastante desactualizado, pues han salido al menos unas cinco versiones después de esta, y además tiene la pantalla rota, por lo que es un poco difícil de maniobrar, no obstante me abstengo de hacer cualquier comentario y después de guardar mi número, se lo devuelvo y le digo:
“Bueno, adiós,” antes de darme media vuelta para dirigirme a mi próxima clase.
“No, espera,” él me dice, acercándose a mí demasiado y en menos de dos segundos mi guardaespaldas, el cual usualmente se queda a unos metros de distancia, está a su lado mirándolo con expresión de molestia.
“Al, está bien, no me está molestando, no te preocupes,” le digo y él asiente, antes de alejarse, pero primero le lanza una mirada de advertencia al chico.
“¿Tienes un guardaespaldas? ¿Quién eres? ¿La hija del presidente?” él me dice en tono burlón, y yo le enarco una ceja antes de empezar a caminar de nuevo.
“Oye, no te vayas, discúlpame, no quería ser grosero,” él me dice.
“¿Se te ofrece algo más?” le pregunto con tono mordaz.
“Soy Ezra, un gusto en conocerte,” él me dice, alargando su mano hacia mí, y yo dudo por un momento si tomarla o no, pero finalmente pongo mi mano sobre la suya y puedo jurar que siento cosquillas en el lugar en el que mi piel se toca con la suya.
“Soy Abigail,” le respondo.
“Lo sé,” él me dice y yo frunzo el ceño con confusión.
“Quiero decir, escuché al decano llamarte así antes,” él se corrige rápidamente.
“Debo ir a clases,” le digo con una sonrisa leve.
“Oh, sí, claro, ¿quieres que te acompañe?” él me pregunta y yo lo miro sorprendida.
¿Acaso él está coqueteando conmigo?
Pero antes de que pueda responder, una rubia se acerca a él y sin mediar palabra le da un beso en los labios, luego le sonríe y le dice con un tono agudo y molesto:
“Me quedé esperándote en la cafetería, bebé, quedamos de vernos hace media hora allí, ¿recuerdas?” ella le dice y él me mira con incomodidad.
Pero yo decido no quedarme a interrumpir su momento que claramente es bastante íntimo, y me doy vuelta para retomar mi camino a clases, sintiendo una leve molestia, pero no tengo idea por qué.