“Para tener un buen matrimonio hay que enamorarse muchas veces, siempre de la misma persona”
Mignon McLaughlin
—Por favor, te necesito, quiero estar contigo. —Harris le susurra al oido, mientras ella amamanta a Mateo.
—Deja que duerma al niño —le pide ella dándole un guiño.
—Está bien, voy a darme un baño y regreso.
Harris se levanta de la cama, entra al baño, abre la ducha, lleva una semana ansioso por estar con Emily, después de su boda, se ha convertido en una odisea el poder hacer el amor con ella y tener por lo menos una luna de miel.
Siente el agua tibia recorrer su cuerpo. Se enjabona y lava bien sus partes íntimas para tené una noche de placer con su reciente esposa y ex babysitter. Toma la toalla, se seca mientras tararea alguna canción y silba de alegría. Sale al cuarto, frota su cabello y se sienta en el lado izquierdo de la cama.
Percibe un silencio exagerado en la habitación, apenas los sonidos del bebé seccionando la leche materna. Se inclina para verla. Ella está profundamente dormida y el bebé lo mira con sus grandes ojos, sonríe y mueve sus manitas y pies.
—Emily, mi amor —le toca en las caderas, ella se mueve pero no despierta— Mi amor, Mateo sigue despierto.
Ella abre los ojos, mira al bebé, le sonríe y lo coloca del otro lado del pecho.
—Duérmete sí —le suplica Harris al pequeño, quien pareciera estar dispuesto a no dejar a sus padres disfrutar de esa noche.
—Déjalo mi amor, debe dormirse en pocos minutos.
—Dámelo, tal vez yo pueda dormirlo —Emily se lo entrega, él comienza a pasearlo de un lado a otro de la habitación. Lo mece entre sus brazos pero Mateo está tan espabilado que Harris comienza a ponerse ansioso.
Finalmente nota que está tranquilo, observa sus ojitos cerrados, le hace señas a Emily de que lo llevará hasta su cuna. Camina lentamente y se inclina para acostarlo en la cuna. Justo cuando lo acuesta, el niño abre los ojos y balbucea. Harris exhala un suspiro.
—Dámelo amor, yo lo duermo —Ella descubre su seno y lo coloca, el bebé succiona y esta vez, se queda profundamente dormido, Emily lo coloca en la cama lentamente, él bebé se acurruca. Ella asiente y Harris pasa su mano por el cabello aún húmedo.
Emily toma las almohadas y hace una barricada de ambos lados para evitar que se caiga de la enorme King size que comparten ellos dos. Harris emocionado, ciñe su cuerpo al de ella, posando sus manos sobre los glúteos firmes de ella. Ella gime al sentir su dureza rozando su vientre, por un extraño intento materno, no desea tener sexo en la misma habitación.
—¡Aquí, no! —susurra ella. Harris se rasca la cabeza.
—¿Dónde? En el pasillo no podemos, puede despertar mamá o peor aún Alice.
—Sígueme —lo toma de la mano, bajan juntos las escaleras intentando hacer el menor ruido posible.
—¿En la cocina? ¿Si se despierta Blanca?
—¡Ssshhh! —le pide que haga silencio.
Caminan por el pasillo y van hasta el área de la lavandería. Aquel lugar guarda para ellos, un gran recuerdo. Ella abre la puerta, Harris se abalanza ansioso sobre ella, sus manos recorren su cuerpo, le desata la bata de seda, besa su cuello, sus hombros, besa su pecho, toma uno de sus senos para saborearlo y un chorro de leche le cae en los ojos.
—¡Joder! —Emily deja escapar una carcajada. Harris se limpia con la toalla que llevaba amarrada a la cintura.
—¡Jajajaja! —ella ríe sin poder contenerse.
—¿Te burlas de mí? —la sujeta de la cintura, la sube sobre la lavadora, se arrodilla, le abre las piernas como un compás y se interna entre su sexo, desliza su lengua siguiendo el surco que separa sus labios verticales. Emily gime de placer al sentir la humedad en sus labios y las caricias cunilinguis que Harris como todo un experto en el oral s*x, sabe darle.
—¡Ahhh, ahhh! Así mi amor, sí —se contonea y mueve sus caderas aumentando la fricción entre su lengua y sus labios.
—¿Te gusta?
—Sí, me encanta. —el sonido de sus piernas temblorosas chocando con la lavadora provoca algunos ruidos. Harris sostiene con fuerza sus piernas para evitar los movimientos, pero esto enloquece aún más a la mujer, cuya pelvis se agita cada vez más fuerte e intensamente.
Harris se levanta, coloca su falo en la hendidura, la penetra suavemente, su humedad es suficiente para que él pueda internarse dentro de su caverna y se deslice dentro de ella placenteramente.
Ambos jadean y gimen de placer, Emily deja escapar gritos de excitación, él la besa para calmarla, ella se aferra a su amplia espalda mientras sus pieles percuten una contra la otra provocando mayor excitación y placer en ellos. Harris acelera sus movimientos, los alterna de laterales a circulares, de lentos a rápidos y de rápidos a moderados.
—¡Ahhh! —gime ella— ¡Ah, ah, ah!
—Te amo, me moría por estae dentro de ti, por sentirte. Eres mía, sólo mía.
—Sí, sí, te pertenezco. Te amo Harris.
El sonido rítmico de sus cuerpos y el metal de la máquina de lavar se acompasan. En un frenético deseo, un movimiento telúrico los estremece desde adentro. Sus labios se buscan y besan tiernamente. Él la levanta y la ayuda a bajar. Ella se refugia en su pecho, besa sus tetillas, Harris respira aún agitado.
—¿Quie-res más? —pregunta él. Ella lo mira con picardía.
—De querer, siempre quiero, pero es mejor volver a la habitación, el bebé puede caerse.
—Sí, creo que es mejor —se coloca la toalla nuevamente en las caderas y suben sigilosamente hasta su dormitorio. El pequeño Mateo duerme como un lirón, ella se acuesta de un lado y Harris del otro, rodeando al pequeño de ambos lados.
—¡Te amo! —bisbisea ella.
—Yo también te amo. —se inclina y besa sus labios. Ambos caen exhaustos.
Como una alarma, Mateo despierta tres horas después llorando, Harris se cubre con la almohada, Emily vuelve a amamantarlo. Tres horas más y el resplandor del sol, ilumina su rostro. Ella se levanta, se estira y bosteza.
—Mi pequeño, ya estás despierto y… —revisa el pañal— ¡Uffd! Te sale baño. Toma al niño entre sus brazos y sale de la habitación rumbo al dormitorio preparado para Mateo.
Harris abre los ojos en un intento vano para ver la hora. Se levanta azorado, pero cuando verifica, respira profundamente. ¡Es sábado!. Vuelve a enrollarse entre las sábanas
Mientras para él, el día es de descanso, para Emily, no. Debe encargarse de Mateo. Aunque Aghata suele tenderle la mano, Emily ha notado que algunas cosas se le olvidan. Tendrá que contratar a alguien para que la ayude. Quiere continuar con su estudios en la universidad y graduarse pronto.
Después de bañar, vestir y alimentar al bebé, Emily lo lleva hasta su habitación, coloca el móvil de colores para distraerlo. Alice se levanta con su pijama y va hasta el cuarto donde está su hermanito. Emily la abraza.
—¿Cómo amaneciste, mi princesa?
—Bien, me desperté para jugar con Mateo. —la pequeña se asoma en la cuna y habla con el bebé quien pareciera entender lo que ella le dice.
Aghata se asoma a la habitación, al ver que están ellas allí, entra.
—Pues este nene como que tiene la atención de todas las mujeres de esta casa. —Emily asiente.
—Así es. Siento como si no hubiese dormido en toda la noche.
—Apenas tienen una semana de nacido. Poco a poco te vas acostumbrando. Eso sí, después de que una mujer tiene un hijo, nunca más puede dormir.
—Wow! Que alivio. No son muy alentadoras tus palabras.
—¿Y Harris? ¿Ya despertó?
—No, él sigue durmiendo.
—Vamos a desayunar entonces, desperté con mucha hambre, y tú debes alimentarte bien para que puedas amamantar a Mateo.
Emily, toma a Alice de la mano y bajan hasta el comedor. Blanca sirve el desayuno, Harris baja las escaleras, se ve fresco como una lechuga:
—Buenos dias, ¿Cómo amanecen las mujeres más hermosas de esta casa? —saluda entusiasmado, besando a su hija, su madre y su mujer.
—Bien, hijo. Pero no tan bien como tú —le da un guiño.
—Es la felicidad madre de poder tenerlas junto a mí y al travieso Mateo. ¿Por cierto, se durmió?
—No, le di de comer, pero está tranquilo, eso es lo importante.
Terminan de desayunar, Harris se sienta en el jardín para revisar las noticias en su laptop, Alice regresa a su habitación para ver la TV y Aghata sube a alistarse para salir de paseo con su pretendiente. Emily va hasta la habitación del nene, aún está despierto, mece la cuna y termina dormida recostada de la baranda de madera.
Ser esposa, madre y amante no era una tarea nada fácil. Pero aún así, ella estaba feliz, tenía a su lado al hombre que amaba, a sus dos hijos, porque a pesar de que Alice no llevaba su ADN, la conexión entre ellas era única. Y contaba con una suegra muy especial. ¿Qué más podía pedir?