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Déjate querer ¡Amargada!

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Blurb

Gloria trabaja para una importante editorial, no tiene fama de ser amable, es de hecho muy amargada y todos los hombres parecen huir apenas ella se acerca, sin embargo un accidente de su camisa le hace enseñar su escote al jefe y lo deja perplejo, ella lo intentará ahuyentar, pero él insistirá en quedarse e intentará que deje de ser una amargada.

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Capítulo 1: El jefe te quiere en su oficina
Capítulo 1: El jefe te quiere en su oficina Estoy de mal humor como casi siempre que vengo a mi trabajo, no me importa, después de todo ya me he ganado la fama de ser la empleada amargada. Mis tacones resuenan en el piso mientras camino, oigo los cuchicheos cuando paso, los hombres no se atreven a acercarse a mí, ni siquiera en las fiestas, sé que no huelo mal, pero de seguro que mi humor de perros los espanta. Nadie pensaría que anoche estuve en una sesión de fotos donde no tenía ni idea de como posar y me creía una modelo, pensarlo me sonrojaba porque sin duda el fotógrafo era guapo y no dejaba de moverme y decirme como ponerme, un chico amable para variar, pero era profesional y no intentó nada más, así que estaba resignada a que si él no hacía el intento de acercarse yo tampoco debía. Antes de ir a mi oficina voy por una taza de café. —Gloria, el jefe te estaba buscando —dice Holanda, la asistente editorial. —Joder —murmuro entre dientes. Sé por qué me busca y no sé qué le voy a responder. Doy un sorbo a mi café, agrio como me gusta y le digo a Holanda; —¿Puedes decirle que me ha bajado la menstruación y me encuentro fatal? —Ella niega con la cabeza, pero finalmente ante mi insistencia afirma con la cabeza. —Vale. —Te prometo que esta semana te invito a unas hamburguesas—le sonrío, no soy del todo un dolor de culo, solo que la vida a aveces me pasa tan rápido que no me da ni tiempo de tener humor o de ser una joven alocada de esas normales a mi edad. Creo que quemé etapas muy rápido, y aunque llevo ya varios años en la empresa, 4 para ser exacta, sigo sin adaptarme por completo. Veo a algunos con resaca cuando estoy de vuelta, ojeras larga y aliento a alcohol. Asco esa etapa, hace mucho que no la recordaba ni la añoraba quedarme de fiesta hasta la madrugada. Saco las llaves del oficina pero antes de abrir, noto que alguien está a mis espaldas. Y escucho: —Gloria, te estaba buscando. No volteo, solo suspiro, termino de sacar la llave para abrir la puerta, entrando en mi oficina seguida por él. Se espera a que tome asiento tras el escritorio para continuar hablándome. —Gloria Vett, ¿dónde están las correcciones de la obra que te mandé? —pregunta—. Se supone que las enviarías anoche. —Sí, pero era domingo —me quejo, enchufando el ordenador—. ¿Por qué los demás no tienen que trabajar hasta tan tarde? —Porque entregas tarde tus trabajos —replica. —Eso no es cierto. Solo ha sido esta vez —digo. Me atrevo a mirarlo. Dante Hug es mi jefe y probablemente el único hombre de la empresa que se atreve a hablarme. Es probablemente unos años más grande que yo, como unos 34 o 35, yo tengo 27, él es atractivo; cualquiera lo admite. La mayoría de las mujeres de la compañía les gusta, y se dice que se ha llevado a la cama alguna más que a otra. Obviamente en las mías no, ni me atrevería a cruzar esa linea para que luego me deje como trapo sucio. Dante está guapo, muy guapo, pero él tampoco parece interesado en mí. No al menos en ese aspecto. Se dedica a siempre a fastidiarme por cosas del trabajo, arruinarme los fines de semana y para elementalmente arruinarme la existencia. —Pásemelas —insiste, esta frente a mí y no sé por qué siento que me mira diferente, como si me examinara la cara. ¿Tendría algo en los dientes? Lo unico que comí fue... nada, solo café. —No las he terminado aún—respondo, a sabiendas que me va a reprender, sin embargo no me habla, lo vuelvo a mirar Dante sonrie. ¿Uh? —¿Qué hacías anoche? —pregunta de repente. —¿Uh? —digo incredula. Él se levanta da la vuelta y se detiene frente a mí. —Te dejaré pasar esta evidente falta si me cuentas por qué no la has podido enviar —dice. Está muy cerca, nunca me había hablado así, ni sonreído así, ni mucho menos mirado así como me está mirando ahora. —¿Tuviste una cita para follar? —pregunta. ¿Cómo puede hablarme así mi jefe? Me siento... perturbada por sus preguntas tan directas. —Siento decepcionarte, pero me quedé dormida —respondo. Bueno, no lo hice, pero no quiero que lo sepa, es algo de lo que hice, es decir, cuando llegué a casa adelanté lo de las correcciones, pero al recordar las manos del fotógrafo en mi cuerpo hasta que tuve que bajarme la calentura con mi vibrador. Pero eso es algo que jamás se lo diría a mi jefe. —Entonces no te lo dejaré pasar —dice Dante con una leve sonrisa. ¿Qué le parecía divertido? —Pero... —empecé a decir, sin embargo me interrumpió diciendo: —Entonces no vas a salir ni a comer hasta que lo termines —dice. —Oye pero... —No te vas a morir por un día que no almuerces —me interrumpe otra vez. Se inclina hacia mí en la silla, me quedo perpleja sin saber por qué o qué está haciendo. —Así puede que se te vaya ese cauchito que tienes aquí —dice tocandome el abdomen, lo miro escandalizada. Pero qué atrevido, ¿qué le pasa hoy? —Dante, ¿por qué coños me estas tocando la barriga? Él se rie, ¿por qué de repente todo le parece gracioso? —¿Te molesta que coquetee contigo? —pregunta. —Es una falta de respeto, eres mi jefe, deja de coquetearme —exclamo. Él solo se rie, no dice nada más que llamarme solo se dirige hacia la puerta. —Ya sabes. Termina rápido. —se va cerrando la puerta. Gruño a la nada, me quedo perpleja de que me haya coqueteado y que me haya tocado la barriga.. De repente vuelve a abrir la puerta. Es él otra vez. Lo miro con fastidio. —Te he oído, gruñes como todo un tigre —dice sin borrar la sonrisa—. Por cierto, bonito escote. No sabía que tenías. Cierra otra vez antes de que le grite que existe algo llamado acoso laboral, pero lo cierto es... que me gustan. Dirijo la mirada a mi camiseta y me doy cuenta de que se me ha soltado el botón, uhm, vale, quizá sea un poco atrevida. Pero no tenía más ropa limpia por casa. Ignoro su indiscreción y termino mi trabajo sin comer nada, no quiero ser irresponsable. El estómago me ruge una y otra vez, pero no me despeg. De repente, la puerta se abre, frunzo el ceño sin comprender quién me interrumpe, es Holanda. —¿Por qué no has venido a almorzar? —pregunta, sentándose encima de la mesa. —Tengo que entregar un trabajo, lo llevo atrasado—contesto casi con un gruñido. Estoy ocupada, muy ocupada como para dar explicaciones. —Bueno, bueno, apresurate no puedes estar sin comer —dice. —No, quiero terminar, más que Dante anda como loco, creo que me tiró la onda —le confieso. —¿En serio? —dice confusa—. ¿A ti? —Ya, no tienes que ser pesada—continúo tecleando para terminar en cuanto antes esta puta tarea de mierda. —Uhm, pero es que no sabes todo el contexto —dice y me doy cuenta de que me mira con los ojos brillantes. —¿Qué contexto? —Esta mañana llamó el fotografo fotomano La miro, Fotomano es el que me fotografió anoche. La causa de mi falta de trabajo. —¿Y? — Me ha dicho que fuiste una buena modelo. Y que espera que vuelvas. La miro, si esa sesión fue por ella, la ayudé porque ella no podía ir ayer, fui porque dijo que me daría dinero, no volvería a ir. —Ve tú —digo y continuó mi trabajo. —¿No ves que ahora eres tú su modelo? —No. —Está bien guapo. —No sé —respondo. —Debe ser que eres de piedra para que no te palpitara entre las piernas... —Oye —la miro escandalizada. —Fotomano podría haberse tirado a un montón de mujeres —continúa ella—. Pero es muy selectivo. Te juro que yo lo he intentado un par de veces sin... —No lo quiero saber —me tapo las orejas. —Uhm, pero es que está tan rico.... —Estoy ocupada, dejame. Ella resopla y me mira en silencio mientras yo continúo mi trabajo. —Ya sabes, el viernes te espera —dice—, llevate unas lindas braguitas. Sin darme a tiempo a contestar, sale del despacho entre risitas. Está tan loca. Le encanta el sexo y me parece maravilloso, pero a veces hace que se me suban los colores con las cosas que dice. Termino las correcciones y se las envío a mi jefe Dante sintiendo que por fin puedo respirar de alivio. Me sorprendo cuando responde enseguida. Suspiro y lo abro, es Dante. Asunto: Tu botón. ¿Cenamos esta noche? Propongo ir al restaurant de la Crewé. Trae esa camisa sin ese botón, me provoca un buen postre. Dante Hug. Releo el correo una y otra vez sin caer en cuenta de que realmente es cierto, que esto lo está diciendo Dante, mi jefe, hacia mí. Miro el botón de mi camisa, se ha soltado otra vez, ¿eso fue lo que lo enloqueció o ya se había vuelto loco?

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