Tierra
Aquella no era la típica mañana que hacia juego con sus sentimientos, y el mundo tampoco era únicamente el triste aspecto que siempre llevaba a donde quiera que fuera.
El sol inundaba alegre un despejado cielo azul intenso iluminando su rostro a través del vidrio, cerró los ojos dejando caer su cabeza lentamente.
Sus abuelos maternos habían migrado a Reino Unido desde Tailandia hacía mucho tiempo y ella era la viva imagen de su abuela Mali en su juventud, siempre se lo habían dicho.
Sus hermosos ojos oscuros rasgados, una tez blanca acompañada de un cabello oscuro y brillante como el azabache que caía por sus hombros como una cascada incesante. A su percepción, demasiado común.
A simple vista podía parecer que nada especial enmarcaba a esa chica, aunque lo cierto era que había nacido con un don que muchos catalogaban como "Otorgado por los mismos Dioses". Desde pequeña había sido tímida y de pocas palabras, hasta que tras la muerte de su abuela y la presión de sus padres por su carrera en ascenso la convirtió en otra.
Apenas en su vida se le había visto sonreír, pero cuando tocaba el violonchelo se transportaba y transportaba a quienes la escuchaban a otro mundo. Bastaba con cerrar los ojos guiados por sus tonadas graves para viajar a otros tiempos, a otro espació único para cada individuo. Cada tonada era espiritual.
Es probable que suene surrealista, y así era.
Sus manos junto al instrumento hacían magia pura, una magia simple y celestialmente terrenal. Con la delicadeza de una dama recogía su cabello lentamente con un elástico a lo alto de su cabeza, apartaba algún mechón rebelde que se escapaba un poco de su frente como una manía habitual e inevitable y miraba el instrumento como quien mira a alguien que ama. Y al mismo tiempo te hace daño. Con una tristeza casi palpable en sus ojos. Esos que cerraba antes de acariciar las cuerdas tensadas con la punta de sus dedos, reconociendo su textura. Lo acercaba a su cuerpo entre sus piernas como un amante, y en un suspiro lento colocaba el arco en posición para deslizarlo suave. Lo hacía tan suyo, comenzando así un armonioso compas en donde se fundía con el bello objeto de madera fina. Suspendida como si el mundo en que vivía no existiera.
Sus padres habían hecho todo para convertirla en la excelencia que era, pues en su cultura y crianza debías ser el mejor o simplemente darte por vencido. Los Suksi no conocían lo segundo. Desde niña se vio forzada a dar todo y más de sí sin nunca objetar, reprimiendo todo un universo de sentimientos dentro que únicamente dejaba salir cuando tocaba.
Con los años de lecciones y las mejores escuelas de música se convirtió en toda una concertista aclamada. Al cumplir la mayoría de edad el nombre de Victoria era reconocido y admirado en toda Europa. Le llamaban "La Magistral Vicky Suksi". Su nombre en letras doradas enmarcaron montones de conciertos estelares, no daba entrevistas y su misterio en lugar de darle privacidad, la hizo aún más popular. Montones de personas pagaban una elevado suma de dinero por asistir a una de sus presentaciones. Otras tantas por saber mas acerca de su vida privada, pero era casi imposible acceder a la fortaleza que le habían creado.
La magistral Vicky era única, era sin duda especial. También era la que detrás de su fama un tiempo se perdió a sí misma y en la actualidad lloraba algunas noches a solas hasta quedarse dormida. La misma que sus padres se pasaron la vida exigiendo más que darle amor y atención a sus verdaderas necesidades, en su corazón solo quería que ellos se sintieran orgullosos de quien era como siempre demostraron por su hermana. A pesar de que con cada gira le robaran la vida de una niña común, luego la de una joven mujer normal sacrificando cada vez más un poco de su esencia. Su luz a vista de todos se fue apagando, mientras crecía en compañía del Violonchelo.
Ella y su hermana mayor Rislen nunca tuvieron una infancia normal. Muy al contrario de Vicky su hermana era considerada una alma llena de paz. Un genio en la ciencia y todo lo que se propusiera amontonando premios, medallas y diplomas en una habitación entera. Siempre estaba sonriente, llena de energía y además era sumamente hermosa. Era la combinación Tailandesa - Indonesa perfecta, como también una cirujana exitosa. Mientras Rislen con los años brillaba y destacaba a donde fuera por su cálida personalidad empática e inteligencia, Vicky se escondía debajo de la capucha de su abrigo oscuro y las melodías sentidas, sin hablar, establecer contacto visual, ni sonreír. No era una persona si no estaba acompañada de su Violonchelo. No era ella misma si no estaba con la banda.
Esa noche que regresaba a casa después de un día entero de ensayo le recordaba mucho a aquella en particular, la noche en que su vida cambió para hacerla finalmente más miserable. Era una mezcla entre la profunda tristeza y la impotencia, era fría y despejada. Miró las estrellas que comenzaban a aparecer en el azul índigo por la ventana del auto lujoso que la llevaba a casa, sus ojos se empañaron, sus manos comenzaron a temblar percatándose que las tenía en un fuerte puño. Las miro con la respiración agitada y de vez en cuando echaba un vistazo hacia el retrovisor, esperando a que el conductor siempre vigilante no la sorprendiera a punto de un ataque nuevo de ansiedad.
Descubrió un poco las mangas de su abrigo y junto con ellas las marcas del dolor resaltaron en su piel con cicatrices rosas sobre sus visibles venas. Se llevo ambas manos a su cabeza hundida en el asiento, tratando de contener sus horribles y constantes pensamientos. Como en terapia comenzó a respirar lentamente contando los números del uno al tres.
Su vida había perdido el sentido desde que perdió a su familia y su remota existencia era un constante sufrimiento, desde entonces se había recuperado apenas de episodios profundos depresivos. Su manager, quien era también su tío y su único familiar vivo insistía que la música era su salvación chantajeándola emocionalmente con que era lo que sus padres hubiesen querido.
Finalmente canalizó su talento como la única forma de comunicarse con su sus seres queridos imaginándolos siempre en primera fila y tocando para ellos. De allí provenía que los últimos dos años removiera aún con más fuerza los sentimientos de quien la escuchara. Su silenciosa y solitaria rutina la hizo un ser ausente, melancólico y medicado.
En la enorme mansión de cristal en donde se encontraba sólo las paredes blancas y el exquisito diseño moderno que la rodeaba la recibía. Caminó rápidamente sobre sus converse negros y las manos en los bolsillos de su abrigo hacia la cocina, apretó un control a distancia, la música clásica junto a los divinos instrumentos resonaban en los rincones aislando sus pensamientos. Abrió un cajón repleto de pastillas ordenados por colores y nombres de días de la semana, tomó un par con un vaso de agua de la sofisticada llave y miró con desgana a su chofer que se encontraba cual centinela en la puerta observando sus movimientos con cuidado. Su tío le pagaba para acompañarla y vigilarla en silencio desde que despertaba hasta que iba a dormir, aunque lo conocía de toda su vida.
El Sr. Hunt, un Británico en todo el sentido de su palabra había sido su única compañía, un cómplice y a opinión de su psiquiatra su salvador. Era alto, rubio, demasiado blanco con unos ojos claros y redondos. Como única prenda en su dedo índice en la mano izquierda siempre llevaba un anillo plateado muy grande con una piedra púrpura y un anillo de bodas, aunque jamás le conoció hijos o esposa. Sólo sabía que después de tanto tiempo ya era como parte de la familia, un amigo de confianza y su único fiel guardia de seguridad. Casi no hablaban, si no fuera por él muchas veces hubiese terminado con su agonía de vida. La miraba sin expresión o siquiera juzgar sus actos, sabía perfectamente como era. Aunque ella poco podría imaginar siquiera lo que pensaba.
Su trabajo debía de ser difícil a pesar de que en apariencias era de lo más sencillo, seguramente era la única persona en el mundo capaz de distinguir el patético contraste abismal entre la que tenía en frente, la que solía ser en algún tiempo y la elegante chica con vestidos preciosos maquillada perfectamente resaltando su peculiar belleza. La Vicky que se sentaba en medio de un escenario enorme repleto de gente para deleitar a las masas más exigentes y la diosa. Detrás de su protagonismo la acompañaba una orquesta magnifica, entonces al cesar la música y los aturdidores aplausos entre lagrimas y emociones ella se apagaba con las luces. Volvía debajo de su enorme abrigo n***o, soltaba las horquillas con flores de su cabello sedoso, se lavaba el rostro como queriendo desaparecer con el maquillaje y se encerraba en su casa de cristal bajo su siempre atenta vigilancia.
Mientras hacían efecto los sedantes se dejaba caer en las cómodas butacas blancas del jardín mirando el cielo despejado y estrellado. Entre tanto, el Sr. Hunt en completo silencio encendía el fuego en la paila de cerámica preciosa ubicada en el centro como una fogata. Era un hombre adulto y a pesar del tiempo no se le notaban los años. Lo miró con desgana para luego levantar su rostro al espacio contando una a una hasta que las poderosas pastillas hacían su trabajo y dejaba de pensar, de sentir. Sus ojos se cerraban lentamente queriendo en el fondo que fuera para siempre, al tiempo que una estrella fugaz cruzaba de un extremo a otro.