CAPÍTULO UNO
Royce miró fijamente el Espejo de la Sabiduría, y por un instante, lo único que podía ver era el reflejo del mundo a su alrededor.
Vio el colapso de la primera de las Siete Islas, el flujo de las olas alrededor del barco, la presencia de Mark, Neave, Matilde, Ember el halcón, y Gwylim el bhargir lobo.
En esos momentos, parecía imposible entender por qué Dust había gritado al mirar dentro, por qué su padre había advertido a Royce que no mirara, o por qué había vuelto loco a Barihash, en la cueva bajo el volcán. No parecía más que un espejo ordinario.
“Royce, ¿esto es una buena idea?” Mark preguntó desde más atrás en el barco. Su amigo sonaba preocupado, y Royce podía entender las razones de ello. Todos habían pasado por mucho, y los peligros de las Siete Islas eran más que reales. Mark llevaba al menos una cicatriz fresca de la experiencia, mientras que las cenizas de la isla se quedaban en su cabello oscuro.
Neave y Matilde se sentaron en el corazón del barco, controlando la vela entre ellas. Royce podía verlas en el espejo, la chica Picti de cabello oscuro y tatuajes en la piel, el cabello rojo de Matilde enmarañado con lo que podría haber sido sangre de una de las muchas peleas que habían tenido. En el espejo, Royce pensó que había visto un destello de algo: las dos en una cabaña en algún lugar…
Royce siguió mirando, decidido a ver todo lo que el espejo le mostraría. Gwylim ladró una advertencia, pero Royce ignoró al bhargir. Necesitaba saber… necesitaba ver lo que le había pasado a su padre.
En el momento en que el espejo comenzó a conectarse con él, se sintió como si el mundo entero se enfocara, el reflejo del cristal se extendió de tal manera que parecía abarcar todo lo que Royce podía ver. Mirando el mundo en el espejo, se dio cuenta de que podía ver cada hoja de césped en las playas lejanas, entender cada movimiento de las corrientes que amenazaban con arrastrar el barco de un lado a otro. Casi sin pensarlo, Royce se movió hacia el timón, haciendo una pequeña corrección de rumbo que los envió más allá de un punto donde las rocas esperaban justo debajo de las olas.
“¿Por qué hiciste eso?” preguntó Mark.
Royce abrió la boca para explicar lo de las rocas, pero incluso mientras lo hacía, podía sentir que su agarre a lo que veía en el espejo se deslizaba, los patrones que había ahí eran demasiado complejos para contenerlos y explicarlos, la vista de los cuales podía ser demasiado retorcida por cualquier intento de explicarlo. Royce cerró la boca, decidido a seguir mirando.
Royce podía ver ahora cómo el Espejo de la Sabiduría podía volver locos a los hombres. Las posibilidades pasaron por su mente como las rocas que caían del volcán colapsado que estaban cada vez más lejos a cada momento. Incluso esas rocas contenían posibilidades, con Royce viendo las formas en que cada soplo de viento o sacudida de la tierra podía hacerlas caer en una dirección ligeramente diferente.
“¡Y son solo rocas!” Royce se exclamó a sí mismo, mientras continuaba mirándose al espejo. Había una especie de claridad y concentración que nunca antes había experimentado, pero que amenazaba con abrumarlo si no tenía cuidado. Había tanto de todo lo que había que ver en el espejo que era casi imposible concentrarse en una cosa, y Royce tenía que concentrarse en lo que quería una y otra vez.
El vuelo de los pájaros lo distrajo por un momento, luego el juego de la luz del sol con las olas. Cada uno tenía tantos secretos, y el simple hecho de saberlo todo hacía que el cerebro de Royce se sintiera como si estuviera a punto de estallar. Vio todas las posibilidades, y tratar de reducirlas a solo las que importaban era como tratar de elegir un solo árbol de entre un bosque, con todos sus diferentes caminos.
“Muéstrame la lucha por venir”, le exigió Royce al espejo. “Muéstrame lo que tengo que hacer. Muéstrame a mi padre”.
Vio entonces, y por un momento, el horror de este amenazó con abrumarlo, amenazó con hacerlo gritar desesperadamente como lo había hecho Dust. Vio entonces todas las razones por las que Dust había ido tras él. Vio la muerte que seguiría en las batallas, las formas en que la guerra podría prolongarse. Royce vio la lucha contra el Rey Carris arrastrando a todo el reino a una sangrienta guerra civil, y las interminables, incesantes muertes que podrían seguir.
Vio el potencial de victoria, y los intentos de hacer del reino un lugar mejor, pero Royce también vio todas las formas en que podría salir mal. Vio cortesanos corruptos, vio un hijo con Genevieve que crecería y…
“No”, dijo Royce, sacudiendo la cabeza, obligándose a mirar más claramente. Tenía que recordar que así es como funcionaba el espejo: no mostraba una sola línea de referencia, simplemente exponía las consecuencias de las acciones. Podía ver caminos oscuros, caminos llenos de muerte, pero también podía ver maneras de que el mundo fuera algo más. Era menos como un vidente que miraba en las entrañas por una respuesta, y más como un navegante, tratando de elegir un camino basado en cien conjuntos de mapas.
“Deberíamos alejarlo de esa cosa”, dijo Matilde, su voz sonando distante, aunque llegó a Royce tan claramente como cualquier otro susurro de sonido en ese momento.
“No”, dijo Royce, levantando una mano. En el espejo, él podía ver que eso sería suficiente para detenerla. Momentos tan cercanos eran fáciles de ver, con tan pocas decisiones que se ramifican los caminos. “No, tengo que entender”.
“Déjalo”, dijo Neave. “Hizo cantar a la piedra y cruzó el puente hacia la torre. Si alguien puede hacer que la magia antigua se incline a su voluntad, es Royce”.
Royce casi se rio de eso, pero no lo hizo, porque vio que sus amigos creerían que estaba loco si lo hacía. No se trataba de doblar el espejo a su voluntad, porque ese fue el error que la gente cometió con él. No era una cosa de voluntad, sino una cosa de claridad, de posibilidad. Barihash lo había hecho parecer lleno de maldad, Dust había retrocedido aterrorizado, pero Royce vio otras tantas posibilidades hermosas.
“Tal vez sea eso”, reflexionó Royce en algo que era casi un susurro. “Es un espejo, así que ¿quizás te devuelva lo que le has aportado?”
“Royce”, dijo Mark. Royce no miró a su amigo, porque en ese momento había demasiado que ver. “Royce, vamos a llevar el barco a casa. Dame una señal de que puedes oírme”.
Por supuesto que Royce podía oírlo; ¿por qué no iba a poder hacerlo? Royce asintió con la cabeza, pero luego se quedó quieto, porque incluso ese pequeño movimiento parecía enviar ondas a través de algunas de las posibilidades que había, y Royce las necesitaba todas si iba a trazar un camino para que las siguieran.
“¿Qué pasa si las cosas continúan como están?” Royce le preguntó al espejo, tratando de dar forma a los vagos pensamientos que tenía en una pregunta; tratando de concentrarse.
Vio la respuesta a eso reflejada en el espejo. Vio a gente muriendo por cientos, por miles. Vio sangre y más sangre, con una guerra que parecía no tener fin.
Buscó una forma de ganar esa guerra, mirando fijamente al cristal una y otra vez, aunque cada intento parecía terminar peor que el anterior. Se vio a sí mismo, a sus amigos y a la gente que había venido a apoyarlo morir de cien maneras diferentes, y más. Muchas de las posibilidades parecían conducir a la sangre.
Lo que sentía por Genevieve parecía ser parte del problema. El amor que sentía y las cosas que estaba dispuesto a hacer por ella, solo parecían alejar a Royce de hacer lo correcto. Los caminos que lo llevaban a ella también parecían llevar a algunos de los mayores dolores. A pesar de eso, Royce descubrió que no podía apartar la vista de ellos.
“Necesito encontrar un camino donde la gente viva”, insistió. Se lo propuso, aunque sentía que su conciencia empezaba a desvanecerse en sus bordes.
Quedaban pocos caminos buenos. Parecían una delgada colección de hilos plateados atravesando un mundo que de otra manera estaba cubierto de oscuridad. El problema era simple: gente como Altfor y su familia, como el rey Carris, harían cualquier cosa si eso significaba mantenerse en el poder. ¿Qué esperanza había de conseguir que renunciaran a ese poder sin una lucha que arrastrara a todos los demás con ellos?
El hilo era tan estrecho que Royce apenas podía creer que existiera. Sin embargo, podía ver los elementos que lo formaban, las decisiones que se tomaban una tras otra, tantas que sería casi un milagro si todas coincidieran. Sin embargo, podía ver dónde comenzaba.
Necesitaba encontrar a su padre.
“¿Dónde?” Royce murmuró. Podía imaginarse a sus amigos mirándolo, pensando en lo loco que debía parecer. Los vio brevemente ahí, mirando hacia atrás a través del barco, sus miradas sospechando de él. ¿Qué estarían pensando? ¿Qué podrían estar planeando?
Royce se dio cuenta a tiempo. ¿Fue así como Barihash comenzó? ¿Fue la mera facilidad de ver tanto como para empujar a alguien a la locura? Obligándose a sí mismo a concentrarse, Royce dirigió su atención a su padre, tratando de ver a dónde había ido cuando dejó la isla. Le costó todo el poder concentrarse, la vista del espejo parecía alejarse de esa única cosa en una posibilidad tras otra. Royce las atravesó como un hombre en una tormenta de nieve, tratando de enfocarse.
La claridad parpadeó a través de él, y se dio cuenta de que ya sabía a dónde había ido su padre. Había papeles entre las cosas de su padre, desgarrados y vistos por Royce por unos momentos. Había palabras en ellos, y ahora Royce sabía lo que significaban, a dónde llevaban.
Royce pudo ver todo entonces, todo lo que necesitaba hacer. Miró hacia arriba, alejando los ojos del espejo. Para su asombro estaba oscuro cuando lo hizo, las estrellas brillaban, la luz de la luna derramándose sobre el agua, y las Siete Islas eran ahora solo un punto en el horizonte.
“¿Estás bien?” preguntó Mark, con aspecto preocupado.
Casi de inmediato, todos los maravillosos detalles que Royce había visto en el espejo comenzaron a desvanecerse. La compleja red de elecciones y decisiones era demasiado para contenerla a la vez.
“Sé a dónde tenemos que ir”, dijo Royce. Puso su mano en el timón, moviéndolo y poniendo el barco en un nuevo rumbo. Sabía con tanta seguridad como podía ver la luna que esta era la dirección correcta, y que su padre estaba adelante.
“¿Qué estás haciendo?” Matilde exigió.
Royce no tenía las palabras para explicarlo, o, mejor dicho, podía, pero incluso intentar formar las palabras hacía que todo lo que sabía se sintiera como una burbuja de jabón, lista para estallar en la nada y en el caos. Quería decírselo a sus amigos, pero decírselo cambiaría las cosas por sí mismo.
“Tenemos que ir por este camino”, dijo. “Mi padre… sé dónde está”.
“¿Está seguro?” Mark preguntó. “Pensamos que estaría en las Siete Islas”.
“Yo…” Royce no pudo explicarlo. No pudo. “¿Confías en mí, Mark?”
“Sabes que sí”, dijo Mark. A su alrededor, los demás asintieron con la cabeza, uno por uno.
“Entonces tenemos que ir por aquí”, dijo Royce. “Por favor”.
Por un momento, pensó que ellos iban a discutir, que iban a intentar regresar con el barco hacia el reino, o decirle que estaba confundido por el espejo. Pero uno por uno, se sentaron en su lugar, esperando mientras el barco seguía su curso.
Iban a encontrar al padre de Royce, y esta vez, Royce sabía dónde estaba.