Capítulo 3

1563 Words
Definitivamente, estaba decidido; de aquí en adelante mi meta seria hacerme rico; si Gerardo Pascuale, quien había decidido que ahora se llamaría Don Pascuale, porque eso lo investía de mas autoridad; lo había logrado, yo también lo iba a lograr. ¿Cómo iba a conseguir dinero?; pues, haciendo lo que mejor sabia hacer; simplemente robando, pero a una escala mas alta, ¿a quien iba a robar en este pueblo?; Pues, al único que tenia dinero en este pueblo; a Don Pascuale; a el le iba a cobrar lo que el mundo me debía, solo tenia que ser cuidadoso y planificar bien lo que tenia que hacer. Desde entonces, comencé a vigilar a Don Pascuale y a sus hombres; me propuse realizar esta tarea solo, no podía involucrar a nadie en este negocio, ya que Don Pascuale, tenia ojos y oídos en todas partes y podían delatarme. No era tarea fácil hacer el trabajo solo, y esta primera tarea de vigilancia me tomo mucho tiempo      Primero procure familiarizarme con los rostros de los hombres que trabajaban con Don Pascuale, y seguir a cada uno de ellos para saber, quienes manejaban y trasladaban el dinero que recaudaban, y por ultimo, que día y quienes se encargaban de llevar el dinero al único banco del pueblo. Esto me llevo mas de un año y para ese momento ya había cumplido diesiseis; ya sabia que el dinero recaudado, lo acumulaban durante un mes y que el primer lunes de cada mes lo llevaban al banco en horas de la mañana, unas veces en una mochila grande de lona  y otras veces en dos algo  mas pequeñas; de esto se encargaba un solo hombre que hace el trabajo de administrador ; Don Pascuale decía que en el pueblo de Aguas  Claras, no había alguien tan desesperado y tan loco, como para aventurarse a robarle a el.       El hombre con el dinero sale de la fortaleza, que así se llama la casa de Don Pascuale, ubicada frente a la plaza, cruza la calle, cruza por el centro de la pequeña plaza, cruza la siguiente calle y entra al banco, ubicado justamente al otro extremo de la plaza frente a la fortaleza. Seleccione el mejor punto para interceptar al administrador, justo en el ultimo extremo de la plaza donde hay un árbol con el tronco muy grueso donde podía ocultarme, para sorprenderlo desde alli; tenia un viejo revolver que me había vendido en cómodas cuotas, el señor “ojo de pirata”; apodo del hombre que me compraba a muy bajo precio todo lo que le llevaba producto del robo.     El principal elemento a mi favor es que en el pueblo, nadie corría tan rápido como yo; en varias persecuciones nunca lograron atraparme; la estrategia era, someter al hombre con mi rostro cubierto, amenazándolo con mi revolver, y usando una voz grave que había practicado bastante, y  tomando las  las bolsas, retirarme en veloz carrera cruzo a la izquierda en la primera esquina, luego a la derecha, en la próxima , nuevamente a la izquierda y a media manzana me subo a un árbol , lanzo las bolsas al otro lado de la pared donde ha crecido mucho el pasto , me lanzo detrás de las bolsas , las escondo bien y me cambio de ropa , que previamente había dejado allí en un bolso, vuelvo a trepar la pared y regreso al lugar de los acontecimientos, donde nadie va a sospechar que un niño se atrevió a robar a Don Pascuale.     Llego el lunes esperado y yo me mantuve algo alejado de la plaza para no estar tan visible y con un sombrero que ocultaba mi rostro, dentro del cual ya tenia un pañuelo preparado para cubrir mi cara;   vigilando la salida de la fortaleza, vi salir al administrador trayendo una gran bolsa; con la cabeza gacha, me aproxime al árbol de la plaza, rápidamente me tape el rostro disimulándolo con el sombrero bien bajo; cuando el hombre paso a mi altura, de un salto me puse detrás de el, incrustándole el cañón de mi revolver en la nuca y ordenándole que soltara la bolsa-, el hombre no opuso mucha resistencia, le quite un arma que llevaba en la cintura , lo empuje fuertemente , me incline a tomar la bolsa y un golpe en la nuca me hizo perder el conocimiento.      Cuando desperté, estaba sentado sobre una silla de madera, atado con cuerdas a su respaldo, delante de mi había un escritorio y al otro lado del mismo estaba sentado Don Pascuale. Había escuchado historias de su crueldad y ensañamiento contra sus enemigos, lo había visto en algunas ocasiones, y desde cierta distancia cuando pasaba con su habitual caravana de siete vehículos, por la calle principal hacia un destino desconocido, en las afueras del pueblo.  Siempre iba mirando por la ventanilla medio abierta, y como la gente sabia, que el iba en el centro de aquella caravana en un vehículo azul oscuro, se aceraban a la orilla de la calle para saludarle, tratando de congraciarse con el, pero el nunca le sonreía a nadie. Por primera vez, veía en sus labios y ha una distancia de dos metros, una sonrisa; pero aquella no era una sonrisa común; era mas bien, como cuando una fiera, comienza a mostrar sus dientes, dispuesta para el ataque.  me imagine que aquella, era una sonrisa exclusivamente para sus enemigos; a mi me pareció que, a esa expresión de su cara, solo le faltaba la capucha oscura, que enmarca la calavera de la muerte con su macabra y permanente sonrisa.  Sus ojos brillaban con la excitación de un poseído lunático, que acaba de encontrar la salida de esa prisión mental que lo atormenta.  Había sucedido algo que le había puesto un paréntesis a su larga y aburrida rutina, algo diferente había estimulado su perversa adrenalina. Me retorcí en la silla tratando de zafarme de aquellas ligaduras, que me obligaban a mirar aquel paisaje diabólico, que emanaba de la expresión de Don Pascuale, pero me fue imposible, habían tejido un buen trabajo a mi alrededor. Don Pascuale se levanto, rodeo su escritorio y se acerco a mi con un afilado cuchillo, colocándose detrás de mi; un escalofrió recorrió todo mi cuerpo y todos mis músculos se tensaron.      Había estado en peligro  en pocas ocasiones, y en algunas de ellas me había sentido asustado, pero siempre tenia la oportunidad de escapar , pero ahora estaba atrapado, y atado a una silla, sin ninguna posibilidad de escape; yo no estaba asustado en esta ocasión; por primera vez, había conocido el miedo; era un terror que me hacia perder el control de mis esfínteres, que amenazaban con dejar salir, una prueba palpable de mi desesperación;  pensaba que el muy desgraciado y  malnacido, me iba a matar con sus propias manos, pero el se deleitaba viéndome así y se tomaba todo su tiempo, se complacía viendo el terror en sus victimas, de pronto sentí un movimiento brusco y las cuerdas cayeron al piso – me relaje un poco- aunque parecía que estábamos solos, estaba seguro de que había alguien mas vigilando mis movimientos y dispuesto a intervenir si fuera necesario, eso mismo paso en el banco, cuando ingenuamente pensé que todo era pan comido y aquí estaba pagando bien caro mi error       El sueño de hacerme rico había durado muy poco, el intento me quedo muy grande; había subestimado a Don Pascuale y aquí estaba en sus manos y sin esperanza de volver a correr por las calles. Don Pascuale guardo el cuchillo en una gaveta de su escritorio y se volvió a sentar y por primera vez me hablo. - ¿Cómo te llamas? - me pregunto. - Sebastián Fajardo – le respondí con altivez. - ¿Quién es tu padre? –volvió a preguntar. - Froilán Fajardo- le dije. - ¿Dónde vive? –pregunto nuevamente. - En el cementerio- dije. le resulto gracioso y sonrió, volviendo a preguntar: - ¿Dónde vives tu? -. - En la calle- respondí. - ¿y tu madre? - pregunto. - Se fue y me abandono- dije - Entonces; ¿no tienes familia? – volvió a interrogar. - No la necesito- le dije. - ¿Qué pensabas hacer con tanto dinero? – pregunto. - Hacerme rico –dije - ¿Con mi dinero? –inquirió. - No, con el mío; usted me lo robo-respondí. Soltó una sonora carcajada. - Yo no le robo a nadie- dijo.  - ¡Usted le desgracio la vida a mis padres, y la mía! –le dije en voz alta.  La sonrisa se borro de su rostro; ya no le causaba gracia mi respuesta; sintió el odio que había en ella; Don Pascuale sabia que el no era una persona grata, sabia que la gente en la calle le saludaba con amabilidad y le sonreían, pero en el fondo deseaban verle frito en el infierno; el estaba acostumbrado a eso, sabia que se lo había ganado con creces, pero que un jovencito le dijera esto; con tanto odio, no se lo esperaba.  Me dolía la cabeza, tenia la camisa manchada de sangre y la boca muy seca, no me esperaba nada bueno, Don Pascuale no es de los hombres que perdonan, era despiadado con los que le desobedecían y mucho mas con aquellos que podían significar un peligro para su economía y tranquilidad
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