5. El Tío Cañón

1223 Words
Sin mencionar una sola palabra me dirijo a la barra para pedir la llave del baño a la camarera. Sé que ella me dirá que la agarre yo misma porque tiene mucho lío, también sé que la llave en cuestión está colgada justo al lado de la llave del almacén. Noto la mirada de El Tío Cañón clavada en mi espalda mientras me pongo de puntillas para alcanzar la llave que he venido a buscar, consciente de que la falda de mi vestido se levantará ligeramente dejando ver una mínima parte de mi trasero. Con la llave en la mano me dirijo a las escaleras de la planta baja y le hago un gesto con la cabeza a El Tío Cañón, que no ha dejado de mirarme un segundo, para que me siga escaleras abajo. Una vez en la planta inferior miro ligeramente hacia atrás y veo que él está bajando las escaleras, por lo que sigo mi camino hacia la puerta del almacén. Aprovechando que la camarera estaba liada he agarrado las dos llaves: la del baño para que no sospeche y la del almacén porque, por mucho polvo que tenga, seguro que está más limpio, además también sé que ahí tendré una mayor privacidad. —Esto... —dice El Tío Cañón mostrándome el tanga. —Ay, gracias por traérmelo —digo mientras lo recojo inocentemente con la mano. Agarro a El Tío Cañón de la camisa y me meto en el almacén a oscuras con él, para que no pueda verse la luz desde el exterior. Comienzo a desabrochar su cinturón y me giras para darle acceso a la cremallera de mi vestido. —¿Te importaría? —pregunto. —Para nada —dice él. El Tío Cañón sonríe mientras me baja la cremallera y acaricia la piel de mi espalda desnuda y mi trasero, mientras yo emito pequeños gemidos. Me giro para estar frente a él y pongo sus manos en miw pechos. —¡Vaya! —exclama. —¿Qué ocurre? —Son increíbles —suspira él. Sin permitir que despegue las manos de mis senos, bajo sus jeans y desabrocho su camisa blanca mirándole a los ojos y mordiendo mis labios seductoramente. —Espera —dice El Tío Cañón—. Voy a ponerme cómodo. —Está bien. Me siento en una caja de refrescos que está boca abajo con las piernas abiertas, para que sepa bien a qué hemos venido, y observo como él se quita los zapatos, los pantalones y la camisa. El bulto que hay en sus calzones es bastante grande y el líquido de mi excitación comienza a escapar de mi v****a. Saco un preservativo de la liga de mi media y le quito los calzones. Esta vez he venido preparada, soy consciente de que no usar preservativo con Andy la noche anterior fue un gran error. Sigo sentada en la misma posición y el pene de El Tío Cañón queda a la altura de mis hombros. Él intenta agarrar el preservativo pero niego con la cabeza. —Lo haré yo —digo con una sonrisa. Rasgo el sobrecito, extraigo el preservativo y pellizco el extremo con dos dedos. Con la otra mano lo voy desenrollando lentamente sobre su pene erecto, deteniéndome en cada centímetro de piel mientras El Tío Cañón emite algún que otro suspiro de placer. —¿Te gusta esto? —pregunto completamente excitada. —Sí, mucho —dice él. Sonrío y pongo mi lengua en la punta del preservativo. He elegido uno de fresa porque me gusta mucho su sabor. Lamo suavemente todo el perímetro de su pene y veo que ahora es aún más grande que antes. Mi entrepierna ahora parece una fuente por la excitación. Me subo sobre la caja en la que estoy sentada y me pongo en cuclillas ante él con las piernas muy separadas. Sitúo su mano sobre mi intimidad y me introduzco su pene en la boca. —¡Guau! —exclama El Tío Cañón. —Por favor —suplico— tócame. Mientras mi boca sube y baja suavemente por su longitud, sus dedos trazan lentos círculos en el punto donde se encuentran todas las terminaciones nerviosas de mi feminidad. Conforme mis movimientos se aceleran los suyos hacen lo propio. —Ahh —gime él—. Voy a... —¡No! Aún no. Suelto su pene antes de que termine y le guío para que introduzca sus dedos en mi interior mientras él sigue masajeando mi clítoris. Estoy muy excitada y mis gemidos son cada vez mucho más seguidos. El Tío Cañón sigue introduciendo sus dedos en mi humedad, dos dedos, y yo me inclino para que me llenen más, para que se introduzcan aún más profundo. Estoy a un paso de llegar al clímax pero no me lo permito aún. —Ven —digo. Me levantas y me sitúo ligeramente inclinada sobre una pila de cajas de espaldas a él. —¿Lo quieres así? —pregunta él. —Mmm, sí —asiento. Él se sitúa detrás de mí con las manos en las cajas e introduce su m*****o duro en mi interior. Lo hace muy fuerte y suelto un grito, pero de placer. Sus embestidas son muy rápidas y muy fuertes, por lo que me muerdo los labios para que los gritos de placer no escapen de mi boca. —¿Te gusta esto? —pregunta El Tío Cañón. —Ahh, sí... ahh, me gusta... ahh, mucho... El Tío Cañón agarra mis pechos con ambas manos para pellizcar mis pezones sin dejar en ningún momento de embestirme. Los pellizcos me duelen un poco, pero son un buen complemento a todo el placer que estoy sintiendo, por lo que me hacen disfrutar mucho más. —Bien... —dice él— Pues te voy a dar más... —Ahh, sí... —pido—. Dame más... Ahh, por favor... Sus embestidas ahora son mucho más rápidas y más fuertes y estoy a punto de llegar al clímax. —Pues toma... —dice él— perra... Ese calificativo me hace llegar al clímax, pero no voy a tolerar ese trato hacia ninguna mujer. Mucho menos hacia mí misma. —Se terminó —digo muy enfadada. Me agacho para sacar su pene de mi interior, lo cual me resulta difícil debido a todo el placer que estaba sintiendo, pero estoy totalmente decidida. Me zafo de sus brazos y me pongo el vestido rápidamente. —Pero... —dice él, que me mira interrogante aún con el pene erecto. Siento un pequeño atisbo de lástima al darme cuenta de que él aún no ha terminado. —Nunca llames a una mujer perra cuando estéis teniendo sexo —advierto. —Vaya, lo siento —se disculpa El Tío Cañón—. Creí que eso te excitaría. En realidad me ha excitado, y mucho, tanto como para hacerme llegar al clímax, pero no estoy dispuesta a aceptar ese trato denigrante. Me pongo el tanga cuidándome bien de que vea mi entrepierna por última vez. —Yo... —dice él—. No lo volveré a hacer. —Oh, no, —digo— de eso estoy muy segura. Al menos, no conmigo. —Espera... —te suplica él. —La llave está aquí. Cierra al salir y déjala en la barra. —Pero... Cierro la puerta y le dejo allí.
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