Retrotrayéndose en el tiempo, César Useche, el hijo mayor de Marcos Useche, el tercer hijo en la quinta línea sucesoral de la familia Useche, observando a la distancia recuerda que la reunión a la cual se dirige no es la primera que ha tenido con sus padres en los últimos dos años. En varias oportunidades lo han abordado actuando de manera casi enfermiza, buscando que de alguna manera él cumpla con una de las condiciones necesarias para que pueda ocupar el lugar que le corresponde en la sucesión al mando en el emporio familiar.
Ya el año próximo se cumplen los setenta años de vida de su tío Ulises Useche, el hermano mayor de su padre, y quien ha venido ocupando desde los veintiocho años de edad las funciones de líder del linaje Useche.
César al ser el mayor entre los hijos de Ulises, Martha y Marcos, es el próximo a ocupar el lugar de mando en la sucesión, pero solo sí logra cumplir con el requisito que ha sido el tema de discordia entre él y sus padres, quienes se niegan a dejar pasar la oportunidad de disfrutar sin mayor limitación de las ventajas que representa para todos los miembros de la familia formada por Marcos, y esto es, que uno de sus hijos sea el que tome las decisiones del rumbo del emporio familiar en los siguientes cuarenta y un años, que es el tiempo promedio que César debería liderar a la familia Useche.
Setenta años es la edad que pone fin al mandato, a menos que en el proceso ocurra la muerte de quién ocupe el liderato.
De no ser por lo que para César es un estúpido requisito, no hubiera tanta discordia familiar. Sus padres no estarían encima de él ni se inmiscuirían en sus decisiones, al punto de opinar sobre el rumbo de su matrimonio con Arianna Fontela De Useche.
Precisamente hoy es una noche lluviosa, como si se augurara cuál será el final de la noche. Entre las reuniones y la cantidad de documentos que le tocó revisar, no le dio tiempo de ir a casa a cambiarse de ropa. Hace dos días César prometió a sus padres visitarlos para conversar. Por más que quisiera, no puede evadirlo una vez más. Mientras maneja piensa que no hay que ser adivino para saber cuál será el tema central de la dichosa cena, estima que será una pérdida de tiempo pues una vez más obtendrán su negativa.
César es un hombre respetuoso de sus padres, fue criado desde el respeto y la obediencia, solo que en la medida que fue creciendo y se hizo profesional, se formó una opinión de lo que mejor le conviene apegado a sus convicciones; por lo que, las razones que sus padres le han dado para que cumpla con el único de los requisitos necesarios para ocupar un lugar que para él no tiene mayor importancia, en nada terminarán de convencerlo.
Apenas logra ver el camino, porque la torrencial lluvia golpea el parabrisa como si una nube cubriera su visión, las luces de los faros apenas alumbran el recorrido. Afortunadamente logró llegar a la gran casa familiar con bien. Estacionó su camioneta en toda la orilla de las escaleras para subir a la entrada. Como no tiene con que cubrirse más que su gabardina, descendió del auto por el lado del copiloto y cerró la puerta de un manotazo para subir corriendo las escaleras y quedar resguardado por el techo que cubre la entrada. Sacó las llaves de su bolsillo y en seguida empujó la puerta para entrar con rapidez.
Chorreando agua se fue quitando la gabardina a su andar. Se mueve con la gracia de un felino seguro de sus pasos, todo en él es perfecto, es un hombre con una estatura de un metro setenta y ocho, de complexión atlética, que lo hace ver musculoso, un cuerpo envidiable y objeto de deseo entre muchas mujeres; físico que se ha ganado gracias a las horas que dedica a diario en el gimnasio que tiene instalado en su casa buscando drenar el estrés del trabajo y ahora el que le ocasionan sus padres y la situación personal que viene afrontando con Arianna.
—¡Al fin llegaste! —Escucha la voz de su madre venir detrás de él.
En lugar de avanzar hacia el salón donde suelen estar, César se dirigió hacia la cocina con la intención de pedirle a las chicas del servicio una toalla y una muda de ropa para quitarse la que lleva puesta.
—¿A dónde vas? —Le pregunta en un grito su madre cayendo en histeria al ver que sigue caminando sin prestarle la más mínima atención—. César Augusto Useche —Lo llama por su nombre completo en un grito estridente.
—Mamá, ¿No ves que estoy empapado? —Le responde molesto al tiempo que se detiene sin voltear a mirarla ante su falta de consideración—. Me cambio y ya los alcanzo —Le dijo en tono de voz firme.
No le dio tiempo a seguir hablándole, y si lo hizo, él no la volvió a escuchar; apresuró el paso por el pasillo hasta llegar al fondo de la casa, donde está ubicada la enorme cocina. Allí consiguió al ama de llaves y a tres chicas del servicio moviéndose de un lado a otro como cual hormigas.
—Buenas noches —Saluda acentuando el tono grave y varonil de su voz, logrando que las mujeres se paralizaran y en seguida voltearon hacia él.
—Buenas noches, señor César —Lo saludan todas al mismo tiempo.
—Necesito una toalla y una muda de ropa —Pide mirando fijamente al ama de llaves.
Sabe de la adoración que las chicas del servicio sienten por él, si por ellas fuera, lamerían el suelo por donde él pase, harían todo lo que él les pidiera, pero como no es de su interés involucrarse con ninguna mujer, ni siquiera en juego, más allá de la responsabilidad que hace año y medio asumió, las ignora.
—En su habitación tiene todo lo necesario, señor —Le contesta el ama de llaves—. Sí quiere suba, tome una ducha de agua tibia y en seguida subiré con una taza de café a seleccionarle una muda de ropa.
—Perfecto, Diana —Contesta César.
Sin pensarlo mucho se encamina por el mismo pasillo que transitó hace unos segundos hasta llegar a las escaleras que conducen al segundo nivel de la casa donde está su antigua habitación. Se duchó, y al salir encontró sobre la cama la muda de ropa seleccionada por Diana y una taza de café tan necesaria para esta noche friolenta y lluviosa.
Terminaba de vestirse cuando su teléfono repicó. Al ver que es Arianna contesta con rapidez.
—Amor —Lo saluda Arianna con su voz aterciopelada—. Llevo rato llamándote. ¿Dime que estas bien, amor?
—Tranquila, amor. Estoy bien. Acabo de llegar a la casa de mis padres. Justo ahora salgo de la ducha. Me mojé y tuve que llegar a cambiarme de ropa —Le explica con ternura.
—Me alegro mucho. Espero todo salga bien con tus padres —Le desea Arianna, pero César al sospechar cual es la razón de ser de esa reunión hace un gesto de rechazo torciendo los labios a su deseo esperanzador.
—Ya veremos, amor. Al salir de aquí te aviso. Volveré a casa —Le promete—. ¿Tú cómo te has sentido? ¿Tomaste el medicamento?
—Bien, amor, bien. Sí, sí. Como me siento algo friolenta me acosté. Decidí ver una película mientras llegas —Le dice con su acostumbrada ternura.
—Es la lluvia la que hace que la temperatura descienda, cúbrete bien, en unas horas estaré allí para cubrirte con mis brazos mi vida —Le dice en voz baja—. Te dejo, voy a bajar para ver si salgo de esto de inmediato.
Pensando en Arianna, sorbo a sorbo se tomó el café para entrar en calor. Al acabar con el líquido, tomó sus llaves y su teléfono y decidió bajar a enfrentar a sus padres.
Por más que retarde esta nueva conversación no escapará de la necesidad de dejarles clara su posición respecto de ese requisito que les ha ocasionado tantas discusiones y su indiferencia a ocupar el lugar en la sucesión.
—Buenas noches —Saluda al ingresar al gran salón donde se encuentran su padre sentado en un sillón que ocupa buen espacio del rincón al lado de un enorme piano mientras que en el sofá con una copa de Martini en su mano derecha se encuentra su madre, la excelsa Angélica de Useche.
—Hijo, ya estas cómodo —Responde su padre, con un fingido tono de voz de preocupación.
—Sí, afortunadamente —Le contesta César tomando asiento en otro sillón alejado de ambos.
—¿Te pido un trago de whisky? —Pregunta su padre.
—No, no me quedaré por mucho rato, solo vine a cumplirles, debo regresar a casa —Les informa.
—Habíamos quedado en que cenaríamos juntos; de hecho, tu hermano acaba de subir a cambiarse porque también llegó empapado —Le dice Angélica—. Ya no vienes casi a casa, y cuando lo haces pareces visitador médico —Se queja fingiendo estar dolida.
—No estoy para discusiones ni reproches —le advierte César con voz firme—. Bien sabes que mi esposa esta enferma y requiere de mi atención.
—Mi esposa, mi esposa —Se queja en forma despectiva Angélica—. Como si te sirviera de mucho la inútil esa.
—Te exijo un poco de respeto, no estoy aquí para recibir insultos —Se pone pie molesto.
—Sin ánimos de menospreciar, César, tu madre tiene razón —Interviene Marcos—. Desde que te casaste, esa chica no ha hecho sino darte problemas.
—¿Para esto querían que viniera? —Les pregunta César con expresión de fastidio. No es la primera vez que terminan atacando a Arianna, por esa razón no la invita a acompañarlo las veces que se atreve a visitarlos.
—Bien sabes que no —Contesta Marcos—. Pero es inevitable no hablar de ella y dejar ver el enorme obstáculo que representa para el logro de tus metas hijo.
—¿Mis metas? —Le inquiere César sintiendo repulsión al comprobar una vez más la forma de pensar de sus padres—. Saben de sobra que no me interesa nada de eso, estoy bien con mi trabajo y con mi esposa. No pido más de lo que tengo; y si así fuere, no haría algo que ponga en riesgo la vida de ninguna de las personas a las que amo.
—Entonces divórciate —Le propone Angélica en un arranque desesperado, como su solución magistral a la necesidad de remover a toda costa cualquier objeto o persona que represente un obstáculo a su mayor deseo.
Es su madre, y la adora, pero César conoce a la perfección que la ambición es el móvil que la mueve. Angélica de Useche no hace nada que no esté calculado y le represente un beneficio económico o el ingreso a una de las organizaciones que la enaltecerán como la dama de sociedad que hasta ahora ha logrado demostrar ser.
—¡Qué fácil se te hace dar soluciones de este tipo cuando no te duelen las personas Angélica! —Exclama César tuteándola porque la ira que siente no le permite tratarla con respeto.
—Tonterías tuyas, un niño tan bello como tú, con un futuro prometedor por delante ¡Qué vas a estar pensando en eso de que amas! —Se burla Angélica—. ¿Cuál amor? ¿A esa chica enfermiza con la que te casaste? Si yo hubiera conocido el historial clínico de esa niña antes de que cometieras ese gran error de casarte con ella, créeme que hubiera hecho hasta lo imposible para impedir ese maldito matrimonio, no la hubiera dejado entrar a la familia Useche.
—Ya, Angélica, contrólate —Marcos al ver que el objetivo de la cena se está desviando y que de seguir así pronostica otra noche pérdida, busca calmar el ambiente—. No discutamos, busquemos una solución a esto. Ven hijo, vuelve a tomar asiento, ya te pido algo de tomar mientras está lista la cena.
César del enfado se había puesto de pie y caminó hasta la entrada del salón. No concibe que su madre sea tan carente de compasión ni siquiera por él, que es su hijo. Entiende que no quiera a Arianna, pues las personas no están obligadas a querer a todo el mundo, pero Arianna hace parte de su vida, y como tal debería hacer el sacrificio de por lo menos aceptarla y respetar su situación, la pesadilla por la que ellos están pasando.
—Diana —Llama Marcos al ama de llaves.
Esta llegó en seguida y apenas Marcos le dio la orden de traerle tres tragos al ver aparecer en la entrada a su otro hijo, se retiró para cumplir con la orden.
—¿Son ideas mías o el ambiente está tenso? —Pregunta Marco Antonio, el segundo de los tres hijos de Marcos, mirándolos fijamente a uno y otro.
—Toma asiento —le ordena su padre.
La habitación quedó en silencio por unos minutos.
—¿Cómo va Arianna con el tratamiento? ¿Qué te han dicho los médicos? —Pregunta Marcos en voz pausada, rompiendo el tenso silencio, esta vez dirigiéndose a César Augusto.
—La enfermedad está estancada, lo cual en cierta forma es un alivio. Debe seguir con sus tratamientos y mantenerse en reposo —Le contesta César mirando hacia el piso con el cuerpo inclinado, los codos sobre sus rodillas y las manos unidas en reacción a la ira que acaba de pasar.
—Sí, bueno, dentro de todo, esta es una buena noticia, supongo —Aduce Marcos. Guarda silencio por unos segundos buscando las palabras adecuadas para hacerle la pregunta que motiva esa cena y ha sido el discordante entre ellos en los últimos años—. Hmm…, hijo, ¿Le has planteado al doctor la posibilidad de que ella quede embarazada? ¿Es eso posible? —De sopetón se atreve a formular la pregunta aterradora.
—¡Por Dios, padre! —Exclama en respuesta—. Arianna tiene un cáncer de estómago en grado tres, ¡Cómo te atreves a preguntar eso! La sola idea de considerarlo es un riesgo para su vida ¿Cómo crees que voy a pedirle eso a ella o planteárselo a su doctor? —Responde César sintiendo una corriente eléctrica recorrerle la espalda del impacto que esta pregunta ocasionó en su cuerpo y de solo imaginar lo peligroso que esto puede ser para su vida.
—No se como vas a hacer para cumplir, alguna solución tienes que conseguir para cumplir con todos los requerimientos que se exigen, por culpa de esa niña no podemos perder todo lo que nos corresponde por derecho —Interviene Angélica en actitud de histeria.
—No pienso someterme a sus estúpidas convenciones y poner en riesgo la vida de la mujer que amo para satisfacerlos a ustedes —Aduce César alterado.
—Debes darnos un nieto, pero uno nacido dentro de ese matrimonio desgraciado que te inventaste al casarte con esa chica —Le exige Angélica actuando de forma irracional—. Estás a tiempo de divorciarte y casarte en seguida y de inmediato embarazar a una chica que no esté podrida por dentro. Si quieres yo me encargo de buscarla y hacerle los estudios médicos que sean necesarios, pero debes cumplir con ese requisito.
—Estás enferma, tú sí de verdad tienes una enfermedad más grave que el cáncer que tiene Arianna, la enfermedad tuya si que no tiene cura —Sorprendido por la solución que Angélica propone, César se pone de pie para irse.
—¡No veo cuál es el problema! —Exclama Angélica mostrando inocencia ante las miradas sorprendidas de los tres hombres por la solución que acaba de plantear—. ¿Dime si no es una solución rápida y sin traumas? Es más, te divorcias, y como veo que no la vas a abandonar, mantienes a la dos mujeres. Continuas con Arianna; pero eso sí, la escondes del mundo; y te casas con la otra, tienes el heredero que te dará la sucesión al poder y la tranquilidad que te dará inmunidad en la familia Useche por los próximos ochenta y dos años, porque ese bebé al ser el primero en la siguiente línea sucesoral dado que tus primos y hermanos parece que, por ahora, no se quieren casar, mucho menos tener hijos, tendrás una ventaja sobre todos ellos, hijo, asegurarás tu futuro y el nuestro por muchos años —Explica Angélica como si de un cálculo aritmético se tratara—. ¿Ven que es sencillo? —Les pregunta a todos.
Aunque Marcos quiere que su hijo cumpla, ver la facilidad y la frialdad con la que Angélica plantea una solución de tal magnitud, le aterra, pues si es capaz de esto, de ahí a que proponga algo peor no es difícil de imaginar.