Soledad mantenía su chocolatada mirada perdida en el horizonte, en la inmensidad del mar, sumida en sus propios pensamientos, suspiraba de vez en cuando. Cris la contemplaba a medida que se iba acercando, la falda del vestido de ella flameaba con la brisa, al ritmo con los mechones de su larga cabellera, entonces la sorprendió abrazándola por la cintura. —Hola, ¿ya desayunaste? Soledad se estremeció, fue imposible no hacerlo, sonrió cuando sintió el cálido aliento de él soplando en su cuello. —Sí, disculpa no haberte despertado, pasaste mala noche, y en la mañana te vi descansar tranquilo, me dio hambre, pedí el desayuno, y vine a caminar por la playa. Cris la giró con delicadeza, su azulada mirada se perdió en los dulces ojos de Soledad. —Creo que he estado muy estresado, y tuv