—¡Estás despedida!
Esa frase retumbó en la mente de Soledad, sus ojos marrones se anegaron de lágrimas, y sus labios empezaron a temblar.
—¿Por qué? —balbuceó intentando contener su llanto.
—Eres muy torpe haciendo la limpieza de los consultorios, semanas atrás bañaste al doctor Duque, aunque él por ese incidente no puso ninguna queja, más adelante protagonizaste un escándalo en la fiesta benéfica, con el hermano del mismo médico. En este hospital no permitimos ese tipo de comportamientos inadecuados de las empleadas —enfatizó con voz ronca la encargada de recursos humanos, observaba a la joven con desdén.
—Yo no hice nada malo, el doctor se tropezó, y con respecto al incidente en la fiesta, fue el hermano de él quien se propasó conmigo, solo me defendí —explicó con voz trémula.
—Por tu culpa, todos los médicos, enfermeras, y personas que colaboran con este hospital, se enteraron de la vida privada del doctor Duque. —La mujer de aspecto severo la acusó con el dedo, como si hubiera cometido un delito—, pobre hombre, quedó en ridículo. ¿Te parece correcto?
Soledad se armó de valor, mantenía la cabeza agachada, y la levantó, clavó sus oscuros ojos en la desagradable mujer.
—Pero él no me ha reclamado nada.
—¿Piensas que un neurocirujano con ese prestigio se va a rebajar a hablar contigo? —cuestionó la mujer mofándose del aspecto humilde y sencillo de Soledad.
—Por eso nos pidió tu despido —mintió, Cris no había dado esa orden—, súmale a eso que hay una pérdida de medicamentos en el consultorio de la doctora Tamara Ramírez.
Soledad arrugó el entrecejo, sintió un escalofrío recorrer su columna, pensó que el doctor, luego de que la defendió en la fiesta, era buena persona, no imaginó que pidiera su cabeza.
«Esa gente no sabe de necesidades, y de la falta que me hará el empleo»
Ella era una mujer honesta, su único pecado era ser pobre.
—Yo no soy ninguna ladrona —recalcó.
—Eso no lo sabemos, más bien agradece que no te hemos denunciado, ya no hagas más problema, firma la renuncia. —Extendió el papel hacia la muchacha.
Soledad era ingenua, no conocía mucho de leyes, apenas con esfuerzo había logrado cursas tres primeros cursos del colegio, sabía que tenía todas las de perder, no tuvo otra alternativa más que firmar su renuncia.
La encargada le entregó un cheque con una cantidad irrisoria, que apenas le alcanzaría para comprar las medicinas de su abuela para una semana. Soledad no hizo ningún reclamo, pensó que no valía la pena desgastarse más, y sobre todo no quería más problemas.
Desempleada, con el corazón oprimido, lágrimas en los ojos, y con una abuela muy enferma, así salió del hospital donde laboraba, la sencilla muchacha metió la mano en el bolsillo de su envejecido suéter, y contó las monedas para tomar el autobús.
Empezó a caminar hacia la estación y de pronto para ahondar su situación de la nada, una terrible lluvia empezó a caer.
Sus envejecidos zapatos se llenaron de agua, su ropa estaba empapada, y le faltaban varias calles para llegar a la estación del bus.
Miró a la gente en lujosos autos pasar por poco bañándola con el agua que se empozó en las calles, había personas dentro de los restaurantes con tazas de café o chocolate humeante en sus mesas. El estómago de Soledad rugía por alimento; sin embargo, pensaba que todo eso para ella era un lujo que jamás se podía dar, sentía que la vida se había encargado de hacerle honor a su nombre, era una muchacha muy sola, no contaba con la ayuda de ningún familiar, era huérfana de padres, y solo tenía a su abuela, una mujer muy enferma, entonces soltó un suspiro, tuvo que quedarse bajo el techo de una casa, tiritando de frío, esperando que la lluvia pasara.
****
El doctor Christopher Duque, descansaba en su consultorio, la cirugía a la cual se enfrentó minutos antes había sido la más delicada de toda su carrera, pues había operado a su hermana, sabiendo que quizás la chica podría perder la vida.
Era un hombre joven, apenas tenía treinta y tres años, y ya tenía una sólida fama, era considerado el mejor neurocirujano del país, se había decidido por la medicina para salvar la vida de su hermana menor, quien tenía un tumor en la cabeza y esa tarde había extirpado esa masa.
De pronto dolorosos recuerdos de la noche de la fiesta benéfica de semanas atrás, vinieron a su memoria.
—¡Suélteme! —había gritado Soledad, la muchacha de limpieza, quien esa noche, hizo de mesera, peleaba con Juan David Duque, el hermano menor del afamado médico.
—Ya escuchaste a la señorita, déjala en paz —ordenó Cris, al momento que se acercó, al ver que su hermano discutía con la joven.
Juan David resopló, agarró la copa de la mesa, la bebió hasta el fondo.
—¿Quién me lo va a prohibir? ¿Tú?
—¡Estás ebrio! —reclamó Cris a su hermano menor—, miró a la chica bañada en champagne, sin querer sus ojos se posaron en la blusa de la joven, era como si hubiera participado en un concurso de camisetas mojadas, sus firmes pezones se veían tras la transparente tela de la blusa, claro llevaba brasier, pero estaba mojado.
Cris sacudió la cabeza.
—Es mejor que vaya a cambiarse, señorita —recomendó.
—No, que no se vaya, ella viene conmigo. —Juan David de nuevo intentó agarrarla, pero Cris se colocó en el medio.
—Déjala en paz, no la molestes.
—Tú no eres nadie para darme órdenes —vociferó Juan David, empujó a Cris.
—¡Soy tu hermano mayor!
—¡No lo eres! —gritó Cris—, eres un recogido, mi papá te dio el apellido por lástima, no eres un Duque, no perteneces a nuestra familia.
—¡Juan David! —Marypaz la hermana de ambos, recriminó. —¡Cállate!
—¿Por qué? —gritó el joven—, estoy diciendo la verdad.
Juan Andrés y Paula, los padres de ambos hombres, escucharon la pelea, se acercaron.
—¿Qué está pasando? —preguntó el señor Duque con seriedad.
—Nada, papá, Juan David, no sabe lo que dice —intervino el médico.
Juan David puso los ojos en blanco, soltó una risa irónica.
—Hablo el hijo perfecto, el ejemplo de la familia, el consentido —vociferó—, pero no dejas de ser un recogido, el hijo de un loco esquizofrénico —gritó.
Christopher volvió a la realidad, pero esa frase: «El hijo de un loco esquizofrénico» retumbaba en su mente, ese era el principal motivo por el cual vivía sumido en una profunda soledad, no tenía pareja, menos deseaba tener hijos, tenía miedo de que sus descendientes heredaran alguna de las enfermedades mentales de su verdadero padre, un loco, obsesivo y enfermo que le hizo mucho daño a su familia, se puso de pie, debía ir a casa hablar seriamente con su hermano, luego de haber escuchado las malas intenciones que tenía Juan David con Soledad, debía intervenir.
«¿Qué extraño. ¿Por qué habrá renunciado esa muchacha?» pensó, y luego sacudió la cabeza, a él jamás le había importado si se cambiaba o no el personal de limpieza, y no porque no fuera empático con las personas, sino que a veces ni cuenta se daba de lo que ocurría a su alrededor, pero había algo en la mirada de Soledad, que había llamado su atención.
Entonces la puerta del consultorio se abrió, y Tamara, su amiga de confianza, por así decirlo, porque en realidad eran amantes, ya que no había otra forma de etiquetar a los encuentros íntimos que solían tener, entró, ella era una prestigiosa pediatra, se conocían, de tiempo atrás, en la facultad de medicina. Tamara estaba perdidamente enamorada de Cris, y estaba dispuesta a agotar todos sus recursos para atraparlo.
—Supe que la operación de tu hermana fue un éxito, te lo dije, tú eres el mejor. —Se acercó y lo abrazó.
—Gracias a Dios, pude extirpar ese tumor, sin comprometer la vida de Marypaz, no me lo habría perdonado —explicó Cris, su azulada mirada se posó en los oscuros ojos de Tamara.
—No digas eso, más bien hay que celebrar, vine a invitarte a mi apartamento, te ves muy cansado. —Se acercó a él y empezó a darle un masaje en el cuello.
Cris la tomó de la mano, y se puso de pie.
—Hoy no, solo deseo ir a casa, estar solo, ¿me comprendes?
Tamara fingió una sonrisa.
—¡Por supuesto! —mintió, en el fondo sentía que la sangre le hervía, odiaba sus rechazos, a pesar de eso le dio un suave beso en los labios, y salió del consultorio.
La doctora caminó por los pasillos, agitaba sus dedos, pensativa.
«Debo encontrar a la mujer que me sirva para tener a mi bebé con Cristopher» llegó a su consultorio, se sentó en el sillón y recordó su delito de semanas atrás.
—¡Es una locura! —había exclamado Margarita, amiga ginecóloga de Tamara.
—Por favor —suplicó—, es la única forma en la cual seré madre, congela los espermas de Cris.
Margarita la miró, negó con la cabeza, por una parte, podía entender la desesperación y el anhelo de su amiga de ser madre, pero de ese modo, no, no era ético.
—Te has robado los espermas.
—No, él tiró el condón, yo lo sustraje de la papelera, me aseguré que los preservativos que compré no tuvieran espermicidas.
—Pero no es legal, él debe estar de acuerdo, no se lo consultaste, no quiero perder mi puesto.
—Por favor. —Tamara se puso de rodillas—, solo quiero que los congeles, no hay mucho tiempo, sabes que sobreviven dos horas en el preservativo, ayúdame, no tendrás problemas, no harás tú el procedimiento —sollozó—. Buscaré una clínica de fertilización, necesito que los pongas en el lugar adecuado, y me ayudes a que sigan vivos. —Sollozó—, lo que más anhelo es un hijo de él, sabes que lo amo desde siempre, desde que íbamos juntos en la facultad de medicina.
Margarita se conmovió del dolor de su amiga, se colocó los guantes, tomó el preservativo, y fue a ponerlos en el bote adecuado para luego congelarlos como era el procedimiento.
—¿Quién será la madre?
—No lo sé, aún no lo he pensado, quizás ponga un anuncio buscando un vientre de alquiler.
Margarita arrugó el ceño.
—¿Usarás óvulos de un banco?
—Sería lo más lógico, sabes que los míos no funcionan —comentó Tamara con profunda tristeza. —O quizás busque yo misma una donante, no lo sé.
Tamara volvió a la realidad, exhaló un suspiro, abrió una especie de folder, era como un álbum con las posibles candidatas a ser madres de su hijo, se colocó los lentes de lectura y empezó a leer.
—Ninguna me convence, requiero alguien a quien yo pueda manipular a mi antojo, pero ¿quién? —agitó sus dedos sobre la mesa—, requiero una mujer necesitada, alguien que por dinero sea capaz de acceder a todas mis condiciones.