Capítulo 2

1505 Words
-¿Pasemos al comedor? -ofreció la madre de Mary Anne un poco incómoda por las miradas cargadas de odio entre su hija y su prometido-. El almuerzo está listo. -Por supuesto, Milady. -Thomas hizo una reverencia y luego ofreció su brazo a la joven con caballerosidad, ella lo miró con recelo y accedió a caminar con él hasta el comedor, como podría hacerlo cualquier pareja normal, cuando vio la expresión de su padre ordenándole, con la mirada, que hiciera lo que Thomas quería. Mary Anne no se sentía bien, muy por el contrario, la incomodidad de la permanente mirada de Thomas, su falta de roce social y la tensión de saberse comprada, como si de un mueble se tratara, estaban haciendo mella en su persona. Thomas lo notó, pero no dijo nada, no le quitaba la vista de encima, parecía que en cualquier momento caería desplomada por la palidez de su rostro. Deseó, por un momento, sacar a Mary Anne de ese estado y buscó un tema de conversación para también él poder despejarse y no tener la mirada fija en su prometida. -Esta noche daré una fiesta en mi casa, supongo que ya lo saben, espero contar con su presencia -anunció Thomas con voz ronca, ya que al momento de hablar, ella desvió su mirada hacia él, clavando sus hermosos ojos negros en los suyos turbándolo. -Por supuesto, Thomas -se apresuró a contestar el duque como si lo hubiese invitado la mismísima Reina Victoria-, estaremos allí puntuales. -Esta vez preferiría que no lo fueran, duque, quiero que Mary Anne sea la reina del lugar y, como toda reina, su aparición debe ser digna de ella, además que aprovecharé la ocasión para anunciar el compromiso y que la gente se entere, de una vez, de nuestra futura boda. -Si usted así lo quiere, sir Thomas, así se hará -respondió esta vez la madre-, y no se preocupe, mi hija lucirá espléndida. Thomas no lo dudó. La joven miró a su prometido, éste tenía una sonrisa forzada y cuando se volvió hacia ella, su mirada era de auténtico desdén. Mary Anne también quería ser desagradable con él, pero él le llevaba ventaja, tenía mucha más experiencia manejando a la gente a su antojo, que la que ella tenía siquiera relacionándose con los demás. Pero eso no significaba que se dejaría avasallar por ese hombre, lucharía hasta el último de sus días por su maltrecha dignidad. Él pareció adivinar sus pensamientos por la forma en que la miró, su rostro adusto denotaba orgullo y soberbia, sin embargo a Mary Anne la miraba sólo como a una basura. Quitó la mirada de su prometida y miró a su futuro suegro. -La boda será a principios de marzo, con el fin de que Mary Anne tenga el tiempo suficiente para sus preparativos, les daré el dinero suficiente para todos los gastos y, si les faltase, sólo han de pedirlo. Enviaré una modista para que se encargue del traje de mi prometida y del suyo, milady, y a usted, duque, le enviaré mi sastre personal. -Es usted muy amable, joven -agradeció cínicamente la madre a la cual los vestidos y las cosas caras le encantaban, sobre todo los hechos a la medida, no cualquiera podía darse el lujo de lucir uno de esos, ni siquiera para las bodas. -Para mí no es problema, les daré cuantas cosas necesiten. -Es usted muy generoso, Thomas, pero no queremos abusar -intervino el padre de Mary Anne al notar el descaro de su mujer. -Yo se los estoy ofreciendo, no es un abuso. Sir Thomas Wright hablaba como si Mary Anne no existiera y ella se sentía fuera de lugar, él se dio cuenta de aquello y de la mirada perdida que tenía su joven prometida. Era joven, tal vez demasiado. Rondaría los veinte y él ya tenía cumplidos los treinta. No obstante, el duque no tuvo ningún reparo, y ni siquiera le informó, que su hija era tan joven, como ya había tenido la experiencia de un novio anterior, que la dejó plantada en el altar, supuso que ella tendría más edad, pero apenas era una niña. -Le estamos muy agradecidos por este gesto -volvió a hablar el duque, sacándolo de sus pensamientos. -Debe decirme qué hemos de preparar para el matrimonio, con las cocineras que tengo haremos… -continuó la madre. -¡De ninguna manera, milady! -exclamó con celeridad Thomas-. Mi suegra no cocinará ni trabajará los días previos a un evento tan importante. Con los gastos del banquete corro yo, su única preocupación será lograr que Mary Anne luzca radiante aquel día, lo cual, supongo, no será difícil. -Así será, sir Thomas. -Sonrió la mujer. -Quiero que esa noche sea inolvidable para su hija. Por el modo en que lo dijo, Mary Anne se estremeció, sabía de antemano que aquella noche sería inolvidable, él tomaría lo que era suyo sin importarle nada. Él volvió su mirada a su prometida con una sonrisa en su rostro, en cambio, Mary Anne le devolvió la mirada con indiferencia, como si todo aquello no importara. -¿Usted qué opina, Mary Anne? -le preguntó él directamente, sin rodeos. -Yo no tengo nada que opinar. -Vamos, usted también tiene que decidir algunas cosas. -No, no “tengo” -cargó la voz en la última palabra para hacerle entender que con ella no jugaba-, para eso están ustedes, además es su boda, no la mía. La sonrisa en el rostro de Thomas desapareció como por arte de magia. Ella sería una mujer muy difícil de domar... Thomas reculó de inmediato a su pensamiento, las mujeres no eran animales para domarlas. -Es nuestra, Mary Anne -precisó con sequedad y se aclaró la garganta. -A mí no me interesa, lo que para usted es una boda, para mí es el cadalso. -¿Tan malo considera casarse conmigo? -¿Malo? No, en lo absoluto, Sir Thomas Wright -replicó con sorna. -Es usted muy rebelde, lady Mary Anne, pero a mí no me amilanan sus aires de grandeza, si quiere guerra, guerra le daré, sus deseos son órdenes para mí -terminó con una sardónica inclinación de su cabeza. Mary Anne resopló con furia, ese hombre la sacaba de quicio y no se lo permitiría. Lo que más le molestaba era la tranquilidad que él demostraba, particularmente con ella, si no fuera por las miradas de desdén que le ofrecía, diría que ella no significaba nada para él. Volvió a levantar su vista a él y se encontró con sus ojos de burla. Iba a contestar pero su madre lo impidió poniendo su mano en su brazo. -Hija, no debería hablarle así a su prometido -la censuró con fingido cariño-, eso no hacen las mujeres decentes, ¿qué haríamos sin ellos? Se merecen todo nuestro respeto, yo siempre le he enseñado así, no nos deje en vergüenza delante de él. La joven miró a su madre, era cierto, ella estaba pasando la edad casadera y ya era mal vista en la comarca, no era que le importara, pero tampoco podía ir contra la sociedad, demasiado estricta. -Lo siento -se disculpó intentando calmarse, llevaba las de perder; en esa situación el único que podía ganar era su prometido. Sentía sus mejillas calientes, debía estar roja tanto por la rabia como por la vergüenza de tener que aceptar la reprimenda de su madre delante de ese hombre. -No se preocupe, milady, Mary Anne aprenderá a comportarse junto a mí, además su personalidad intensa es lo que me gusta de ella. ‹‹¿Aprenderá a comportarse junto a mí? ¿Qué se cree? Además, ¿le gusto? ¿Cómo puede gustarle mi personalidad si ni siquiera me conoce?››, pensó Mary Anne irritada por la situación. -Y hay que tomar en cuenta que esta insolencia suya es la reacción obvia ante quien la compró, ¿verdad, querida? Quizá no estaba preparada para mi presencia, pues se acaba de enterar, ¿no? -repone mirando con censura al padre. Ella lo miró con furia, ‹‹¿querida?››. Estaba a punto de perder el control y si lo hacía no le importarían ni su madre, ni su padre, ni el maldito matrimonio, por lo que tomó aire y, mentalmente, contó hasta diez. -Si usted lo dice… -aceptó con contenida suavidad. Él le dedicó una pequeña sonrisa, el triunfo reflejado en sus ojos la desconcertó, él quería un títere a quien manejar a su antojo y al ser un simple objeto de compra, no tendría más opción que obedecer como un cordero a todo lo que él ordenara, por lo menos mientras siguiera bajo el techo de sus padres. -Así está mejor, hija -concedió el padre con firmeza. El resto del almuerzo transcurrió normalmente, los hombres hablaban de negocios y las mujeres, en silencio, terminaban su almuerzo. Al finalizar la comida, los hombres se dirigieron al despacho del duque a hablar “cosas de hombres”, en tanto las mujeres salieron al patio a caminar por los jardines.
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