Mary Anne daba vueltas en su habitación nerviosa, su prometido llegaría en cualquier momento. La chica parecía león enjaulado. Densas lágrimas amenazaban con salir de sus ojos sin control, pero no se permitiría llorar, no por un hombre del que apenas sabía su nombre: Thomas Wright. Eso era todo lo que sabía de su futuro marido. Además de los chismes de la comarca, por supuesto, cosas que se negaba a creer por sanidad mental.
Se paseaba de un lado a otro siendo observada pacientemente por su niñera, Margarita, que entendía muy bien la reacción de "su niña". Su padre la había vendido a ese hombre, así, tal como suena, a cambio del título de condesa que ella obtendría al casarse, él solucionaría los problemas económicos por los cuales la familia estaba atravesando desde hacía mucho tiempo. Y Sir Thomas Wright venía muy feliz a solucionarlos a cambio del Título tan ansiado por él.
La madre de Mary Anne entró en ese momento al cuarto, miró a su hija de pies a cabeza con admiración y cierta envidia. La joven era muy hermosa, su cuerpo voluptuoso era muy apetecible, su cabello oscuro enmarcaba un rostro muy bello, adornado por unos lindos ojos negros, nariz pequeña y, una pequeña boca en forma de corazón que hacían resaltar aún más su belleza, pero la hija no lo veía, se creía una mujer fea a la que nadie podría llegar a amar y por más que sus padres le aseguraran que tenía un gran valor, no sólo por su físico, sino que también por su inteligencia y su posición social, Mary Anne no lo comprendía. ¿Cómo comprenderlo si para su padre no había nada más en el mundo que sus fallidos negocios? Y su madre, su madre vivía de la frivolidad de la alta sociedad, de los chismorreos, de las cenas de gala, de los juegos de Bridge. Para ella su hija era su tesoro, siempre y cuando no afectara su propia vida. La muchacha en cuestión no era la más querida por sus padres. Y ahora se lo estaba demostrando fehacientemente su padre.
-Acaba de llegar su prometido, Mary Anne -le informó la mujer con suavidad.
La joven respiró profundamente y no pudo evitar que le saltaran un par de lágrimas.
-Tranquila, hija -la consoló la mujer acercándose y secándole la cara con su pañuelo-, Sir Thomas no es un hombre malo, además es muy atractivo, muchas mujeres se mueren por estar con él y ahora que lo vi, créame que las entiendo.
-Muchas mujeres han estado con él, madre -replicó la hija con tristeza, desdén y algo de orgullo en su mirada.
-No crea todo lo que oye, no todo lo que se dice de él es cierto.
-¿Y qué es cierto, madre? -preguntó con un dejo de soberbia.
-Tiene mucho dinero, sí, también ha tenido algunas mujeres, está en su derecho, es hombre, pero también es respetable y ha trabajado muy duro para llegar a ser lo que es hoy y está dispuesto a sacar a flote nuestros negocios y a casarse con usted a pesar de… -No continuó la oración, pero la joven supo exactamente que se refería a su humillación por su anterior boda fracasada y de las habladurías del pueblo-. Es un pequeño sacrificio el que usted debe hacer, Mary Anne y estoy segura de que con el tiempo usted le llegará a amar como yo amo a su padre.
‹‹¿Amar?››, pensó la joven, ‹‹jamás voy a volver a amar››.
-Bajemos ahora, los hombres nos esperan y un poco de expectación es buena, pero hacerles esperar demasiado desespera y puede ser contraproducente, además que es de mala educación y una mujer de sociedad, jamás debe ser maleducada.
-Vamos, madre, no quiero que ese hombre pierda la paciencia conmigo antes de conocerme -accedió con ironía, pero con un gran miedo interior.
Bajaron lentamente las escaleras, sus ropajes y el calzado les impedían avanzar más aprisa, además, según su madre, eso no hubiera sido bien visto, las damas debían deslizarse lento, como si flotaran en el aire y para Mary Anne era mejor así, no quería llegar muy pronto; aparte del dinero y las mujeres, los comentarios también decían que él era un hombre cruel y despiadado que conseguía lo que quería, cuando lo quería y sin importar el medio. De muestra, esta transacción: un matrimonio arreglado donde él la compró para salvar a su familia de la ruina a cambio de obtener un título nobiliario, el título que obtendría quien se casara con Mary Anne, el título de Conde de Werlington y, para entrar realmente en sociedad, como él ansiaba, debía casarse con una heredera y como ella estaba en “venta”, la compró.
Cuando llegó abajo, la joven pisó fuerte en el piso con decisión. ‹‹Yo nunca me vendería››, protestó la joven a sus propios pensamientos. ‹‹Ese hombre podrá comprar mi título, mi cuerpo, pero jamás comprará mi vida, seré una mujer obligada a estar con un hombre al que no amo y él lo tendrá muy claro, no le haré nada fácil su convivencia conmigo, nunca tendrá derechos sobre mí››, decretó para sí misma.
Al llegar a la biblioteca, el duque de Werlington y Sir Thomas Wright, al verlas aparecer, les dedicaron sendas sonrisas observándolas directamente. Thomas se quedó anonadado mirando a la joven que sería su prometida.
-Aquí está mi hija, Thomas. -El duque indicó a Mary Anne extendiendo su brazo hacia ella, invitándola a acercarse, lo que la joven hizo elevando el mentón de forma altiva y caminando con indiferencia.
-Mary Anne -saludó él con una sonrisa triunfal y una mirada cruel que a ella no le pasó desapercibida.
-”Sir” Thomas Wright -recalcó el Sir, mirándolo con desdén, lo que al parecer a él no le agradó en lo absoluto esfumándose la sonrisa de su rostro, aunque no la ironía de su mirada.
Tomó la mano que la joven le ofrecía con altanería y depositó en ella un posesivo beso sin dejar de mirarla con intensidad. La joven se asustó e intentó quitar la mano, pero no lo logró, él la tenía fuertemente asida, aunque no lo pareciera. Aquel gesto le indicó a Mary Anne que debía cuidarse de ese hombre, por su mirada pudo deducir que era un hombre demasiado seguro de sí mismo y, como no, si con su dinero tenía el mundo a sus pies, además era un hombre muy atractivo, demasiado para su gusto.
Para él, en cambio, ella era una de las tantas niñas orgullosas de su título como si eso compensara el vacío de su cerebro y corazón, y la actitud de ella, mirándolo como si fuera una basura, una lacra de la sociedad, le hicieron ver que no habría acercamiento entre ambos, independiente de lo que él hubiera deseado, pero él no sería un monigote de nadie, por muy su esposa que llegaría a ser, ella no haría con él lo que quisiera, ya lo hizo alguien una vez y no lo haría nadie de nuevo.
Cuando Sir Thomas soltó la mano de Mary Anne, ésta dio dos pasos hacia atrás, alejándose un poco de él.
-Es un poco más bonita de lo que imaginé, por lo menos, no es tan desagradable de mirar -comentó el hombre para herirla.
‹‹¿Qué?››, replicó la joven en su mente, pero no dijo nada ni lo diría, eso había sido un golpe bajo.
Su madre iba a objetar, pero el padre hizo un gesto con la mano para que callara, a lo cual la mujer obedeció de mala gana.
El hombre sonrió, si quería lastimarla lo logró, lo pudo notar en sus ojos. Y claro que lo quería, él sabía que si bajaba la autoestima de cualquier persona, sin que ésta se percatara, terminaría siendo un títere en sus manos, de esa forma había creado su imperio. Ahora lo único que le faltaba era el título de nobleza y si para ello debía casarse, lo haría, Mary Anne Kenningston era para él solo una transacción más, un medio para conseguir un fin que debía mantener activo hasta el fin de sus días, lo que no significaba que sería distinto con ella, sería su esposa, sí, para todos los demás, pero para él, no sería más que un bien al que disfrutaría hasta cansarse y luego pasaría a formar parte del inventario de su casa. Nada más que eso.