Sólo tres horas y algo más después aquellos hombres arribaban a playas dominicanas. El primero en bajar fue George, tremendamente emocionado, como si nunca hubiera pisado una playa en su vida. — ¡Amo este lugar! Sería capaz de vivir aquí. — No le veo la gran cosa. — Dijo Scott al considerar la actitud de George como exagerada. — ¡Es que no has visto nada, delincuente! — Porque tú sí. — Olvida a la amargura viviente esa, él no sabe de los placeres de la vida, George. — Intervino Ernesto, que no solía hablar o meterse en conversaciones ajenas, pero ver como Scott despreciaba el viaje y la tierra que vio a su nana nacer le produjo un poco de coraje. Habiendo tomado cada uno su equipaje, se dirigieron a su cabaña. Alquilaron una de cuatro habitaciones, no querían interrupciones por