Aquella tarde de domingo tuve que excusarme con mi familia para no asistir a la misa de las 19 horas. A mi madre no le agradó mucho que yo me ausentara, no es porque siempre me obligara a asistir, sino porque ese día se unirían a nosotros algunos miembros de la familia; sin embargo cuando dije que debía prepararme para un importarte examen parcial que tendría lugar a mediados de mayo, mi padre dijo que el estudio era muy importante y logró calmar el temperamento de su esposa. Creí haberme librado de mi familia por el resto del día, pero me equivoqué. Luego de que la misa concluyó alguien llamó a la puerta de mi cuarto. Se trataba de Abigail que, con pena me explicó que debíamos unirnos a la cena familiar que estaban preparando. Tanto mi hermana como yo detestábamos esas malditas reuniones