Una tarde me encontraba leyendo una novela tranquilamente en mi cuarto, cuando mi madre me anunció que tenía visita. El ver a Lara me sorprendió; no la esperaba ni habíamos acordado encontrarnos. Sin embargo, me alegré mucho de verla. Con ella podría permitirme salir de mi monótona rutina diaria por un rato.
Como Lara y yo estudiábamos la misma carrera podíamos encontrar fácilmente temas de conversación. Su nivel académico era muy similar al mío. No tenía dudas de que ella era una chica inteligente.
A veces pienso que nuestra forma de actuar es prácticamente opuesta. Ella es tímida, algo retraída. Casi siempre habla en voz baja; muy al contrario de mí, que soy más extrovertida y segura para hablar con la gente. Ella es una de las personas que más se ha quejado de mi tono de voz, el cual suele estar siempre entre alto y muy alto. No lo hago a propósito, es una cualidad que está inscripta, de forma indeleble, en mi personalidad.
Una vez más, Lara quedó asombrada con nuestra residencia; su casa no era fea, en absoluto, pero sí era mucho más pequeña que la mía. Nosotros teníamos la suerte de estar muy bien posicionados económicamente, y mi madre se encargaba que eso se notara en nuestro hogar, donde todo relucía de limpio gracias a un pequeño personal de limpieza. Las habitaciones eran amplias y modernas; el blanco reinaba por doquier, en algunas paredes, techos, pisos, hasta en varios muebles. Su obsesión con el blanco era enfermiza. Ella lo consideraba como un símbolo de luz y pureza, debíamos tenerlo siempre presente, incluso en nuestra vestimenta. Con un poco de trabajo de hormiga junto a mi hermanita, logramos que ese blanco sea menos incandescente; que aportara armonía de una forma más sutil y que no todo el ambiente estuviera plagado del mismo color, de lo contrario no se podría distinguir una silla o una mesa, del resto de la habitación.
Luego de que Lara pasara por el escrutinio que mi madre escondía tras una falsa sonrisa, la conduje hasta mi cuarto; donde nadie nos molestaría. El amueblamiento de mi dormitorio no había escapado a las insistentes decoraciones de mi madre, aunque allí pude incluir algunas preferencias personales. Decoré las paredes con algunos pósteres de mis bandas favoritas. También colgué un “cazador de sueños” detrás de mi cama. Mi madre detestaba ese objeto, ya que lo consideraba “pagano”; pero yo me había aferrado mucho a él y le dije que a mí no me importaba lo que simbolizaba, sino que simplemente lo veía como un bonito adorno artesanal. El resto de la decoración consistía en algunas repisas, donde podía exhibir chucherías sin valor alguno o viejos juguetes de la infancia; un ropero, con un amplio espejo en la puerta del centro; y una mesita blanca, con tres sillas del mismo color. Antes solía tener una cuarta silla, pero me molestaba que hubiera tantas y decidí sacarla. Por lo general usaba esa mesa sólo para estudiar, pero era perfecta cuando recibía visitas en mi cuarto; si es que tenía alguna visita, claro está.
―Mauricio insiste con que salga con él ―me dijo Lara, una vez que estuvimos sentadas.
―¿Y vos seguís diciéndole que no? ―el tema no me resultaba particularmente interesante, pero le seguía la corriente; al menos tenía alguien con quién conversar.
―Así es. Es que él no me gusta, me pone un poquito incómoda tenerlo cerca.
Mauricio era uno de los chicos más apuestos de nuestro curso, la mayoría de las chicas se embobaban con él, y se perdían en sus expresivos ojitos pardos; pero Lara parecía inmune a esos encantos, y yo evitaba sentir esas emociones con los hombres, por miedo a recibir alguna reprimenda.
―Me molesta un poco que sea tan mujeriego ―continuó diciendo― y también me jode que todas estén atrás de él como si fuera el único tipo lindo del mundo. Podrá ser muy lindo, pero es bastante estúpido y agrandado.
―En eso tenés razón, creo que va a la facultad sólo para hacer relaciones sociales, porque en el estudio no se destaca para nada.
―Aprobó solamente una de todas las materias que tuvimos el año pasado ―para nosotras eso era un horror; el sólo pensarlo nos ponía la piel de gallina― además a mí me gusta Ariel Martínez ―concluyó.
―¿Ese chico de anteojitos y pelo rubio? ―era un compañero que se nos había sumado este año, no veía atractivo alguno en él y tampoco era un gran estudiante, de hecho a veces me olvidaba de su existencia.
―Sí, es muy educado y buenito, siempre me sonríe cuando me ve.
―¿Y vos por qué no le decís algo? ―conocía esa respuesta, pero me vi obligada a preguntar de todas formas.
―Porque me muero de la vergüenza ―nos quedamos unos segundos en silencio; sabía lo difícil que era para Lara animarse a hablar con alguien― ¿che, puedo pasar al baño?
No tuve que responder, simplemente señalé la puerta del baño que, por suerte, estaba dentro de mi habitación y no debía compartirlo con nadie. Eso me brindaba mucha intimidad. Apenas Lara se perdió de mi vista noté que había dejado su teléfono celular sobre la mesa, me sorprendió ver que la pantalla estaba encendida, eso significaba que no estaba bloqueado. Lo agarré por mero aburrimiento; como cuando uno se pone a jugar con las llaves, o cualquier objeto que encuentre al alcance de la mano, sin pensar mucho en lo que hace. Di unas rápidas vueltas por ahí, chismeando qué aplicaciones tenía instaladas; nada fuera de lo común. Llegué a la galería de imágenes. Tenía solamente tres fotos: una de ella mostrando una blanca y radiante sonrisa (ella solía utilizar esa imagen como foto de perfil en las r************* ); otra de sus padres, abrazados cariñosamente; y la tercera de Puqui, su perrito pequinés, al cual yo odiaba con todo mi ser. «¡Menuda mierda de perro!», dije para mí misma. Amo los animales, pero ese perro no merece el perdón de Dios; es maldad pura. No entendía cómo Lara podía amarlo tanto.
Mi interés por el smartphone se fue disipando rápidamente, pero cuando entré a la galería de videos y vi que había uno guardado, mi instinto femenino activó una señal de alerta; lo reproduje sin siquiera pensar en las consecuencias.
¡Gran Error! De no haberlo visto mi vida hubiera sido muy diferente; más normal. Fue un sencillo acto de un segundo que alteró por completo mi existencia.
Al principio me costó un poco encontrarle una forma a la imagen, pero un segundo después supe que se trataba del vientre de una chica y ésta tenía las piernas flexionadas y separadas; se acariciaba suavemente el estómago con una mano y debajo de ésta se podía ver una delicada bombachita rosa. Con un rápido movimiento la mano se sumergió dentro de ella; no pude ver ni rastros de vello púbico, todo era blanco y suave como la porcelana. Los dedos comenzaron a moverse ágilmente, pude oír unos leves gemidos y agradecí que el volumen del celular estuviera muy bajo. En pocos segundos me puse sumamente nerviosa, mi corazón latió al ritmo del de un colibrí. Por la pulsera en la muñeca derecha de la chica, no cabían dudas de que se trataba de Lara. ¡Estaba viendo un video de ella masturbándose! Si bien sólo podía ver el movimiento de sus dedos debajo de la bombacha, éstos evidenciaban al máximo sus intenciones.
Actué rápida e instintivamente; ni siquiera sé por qué motivo lo hice, fue uno de esos tantos impulsos que marcaron mi vida. Activé el sistema bluetooth en mi celular e hice lo mismo con el de mi amiga; tan rápido como pude, con dedos torpes y temblorosos, manteniendo los oídos atentos al menor sonido, especialmente si provenía del cuarto de baño. Conseguí transferir ese video a mi teléfono. A continuación borré el historial de archivos compartidos en el celular de mi amiga. Cuando creí haber eliminado toda evidencia, dejé ambos aparatos en la mesa y aguardé inquieta, con las manos húmedas, aferrándome a los lados de la silla intentando aparentar normalidad; sin embargo sabía perfectamente que había hecho algo muy malo.
La excitación me estaba volviendo loca; no era excitación s****l, sino que me la provocaba el hecho de haber visto algo íntimo y prohibido de una persona que confiaba en mí. Esto era algo que podría perjudicar nuestra amistad, si me descubría. Lo peor vendría si ella supiera que le robé el archivo, no tendría forma de explicar por qué motivo invadí su privacidad.
Cuando Lara salió del baño nuestros ojos se cruzaron, temí que ella notara la culpa que me carcomía por dentro. Hasta llegué a imaginar fugazmente que ella se enfadaba conmigo y me gritaba.
Aparentemente ella no notó nada raro. No hizo comentario alguno. Mis ojos se detuvieron en sus blancas y delicadas manos, con dedos finos y uñas prolijas que apenas sobresalían; eran hermosas. El saber que esos eran los mismos dedos que había visto en el video me llenaba de incertidumbre. Luego cometí la torpeza de mirar su vientre, el cual estaba cubierto por una remera de algodón color verde claro, pegada al cuerpo. No podía ver su tersa y blanca piel; pero sí podía adivinar la curva de sus caderas y el camino descendente que llevaba hacia… de pronto quise que se vaya de mi casa; no porque no la quisiera cerca, sino porque quería mirar ese video otra vez. La curiosidad siempre fue una de mis grandes debilidades y fue lo que me llevó a perder la virginidad de forma tan imprudente. También fue la culpable de mi pequeño problema con la fascinación por la pornografía, algo que creía superado.
Se me dificultó enormemente mantener una conversación coherente y lineal con ella. Si me hubiera preguntado qué me había dicho, hubiera quedado completamente en evidencia ya que no recordaba ni una palabra. Por suerte sus padres la llamaron treinta minutos más tarde para avisarle que pasaban a buscarla porque debían ir a no sé dónde; ni siquiera pregunté, sólo sentí alivio.
Me despedí de ella de la forma más natural que pude y regresé a mi cuarto a toda prisa. Cerré la puerta con llave, aunque mi madre odiara que lo hiciera, y me tendí en la cama con el teléfono en mano. Me coloqué los auriculares para no alertar a nadie con los ruidos. Necesitaba verlo una vez más, aunque sabía que luego lo borraría y me sentiría culpable durante varios días. En cuanto encontré el archivo mis pulsaciones aumentaron. Me sentí como Pandora ante la caja que guardaba todos los miedos y males del mundo, pero era tan ilusa que creía que podía manejar cualquier cosa.
El video duraba solamente cinco minutos. Al comienzo el ritmo de masturbación era lento, pero de a pocos se incrementaba hasta alcanzar un rápido movimiento constante que castigaba el sexo de mi amiga, el cual me quedaba en incógnita al estar cubierto por la bombachita de algodón; sólo podía imaginar cómo era. Me sorprendió que tuviera la entrepierna depilada, yo la llevaba prolijamente recortada, pero aún conservaba una buena cantidad de pelitos.
Lo que más me atrapó fueron los intensos gemidos de mi amiga, que llegaron directamente hasta mis tímpanos y comenzaron a hacer mella en mí. Moviéndome como una autómata, me desprendí el botón del pantalón y comencé a acariciar mi pubis. Reproduje el video una y otra vez, estaba abstraída. «Tranquilizate, Marcela», me decía a mí misma; pero mi mano parecía tener voluntad propia. Cuando toqué mi desatendido clítoris con la punta de mis dedos, una fría línea vertical de placer cruzó todo mi cuerpo. Por mímica comencé a tocarlo, tal y como Lara lo hacía en el video. Al poco tiempo sentí la humedad de mi sexo, eso me fascinaba en secreto; pocas veces lo admitía, pero me agradaba mucho tenerla mojada y poder tocarla libremente, algo que casi nunca ocurría. Estimulé mi almejita hasta igualar el ritmo de masturbación de mi amiga. Era una pena que su video terminara súbitamente vaya uno a saber por qué motivo; pero ya había habilitado la opción de reproducción continua, y éste iniciaba una y otra vez, dando la sensación de ser un video eterno. Sin darme cuenta comencé a imitar sus gemidos, hasta intenté hacerlos en el mismo tono de voz: suave y sensual, pero muy naturales; se notaba que le salían del alma.
Después intentaría lidiar con la culpa, pero en ese momento sólo me preocupaba escaparme a un mundo de placer. Forcejeé con el pantalón hasta quitármelo y bajé mi bombacha blanca hasta las rodillas. Aprecié mi conejito repleto de castaños pelitos prolijamente podados. Cuando intenté separar las piernas me di cuenta que debía quitarme la bombacha por completo, lo hice protestando por no haberme dado cuenta antes. Una vez que las tuve separadas, flexioné las rodillas, levantándolas. Mi clítoris estaba erecto, como si hubiera querido salir para ver qué ocurría. Tal vez se preguntaba por qué lo despertaban de su largo letargo. Mis rugosos labios vaginales contrastaban un poco con mi blanca piel. Los acaricié cubriéndolos con mis flujos y volví a estimular mi clítoris. Una de las reglas que me impuse, por si llegaba a masturbarme, era hacerlo externamente; tocando sólo por fuera. Pero esta vez violé esa regla ¡y de qué forma! Pegué mi índice al dedo mayor, juntos como hermanos, y los introduje en mi orificio vaginal hasta la segunda falange. Los moví un rato haciendo que chocaran contra las paredes internas de mi sexo, hasta que me decidí a meterlos completos. Hacía muchísimo tiempo que no sentía algo dentro de mi v****a y el haber metido dos dedos me provocó un dolor agudo, pero logré soportarlo; de hecho, hasta me acostumbré y terminó por agradarme.
Poco después dejé de mirar el video; sólo me bastaba con oír esos profundos gemidos que me transportaban a un mundo de placer sin culpa. Mis escasas sesiones de masturbación solían ser monótonas, con poco movimiento y, por lo general, me detenía antes de alcanzar el orgasmo. Esta vez era todo lo contrario, estaba descontrolada: sacudía mi cuerpo como una posesa; arqueaba mi espalda levantándola del colchón, quedando sólo apoyada con los pies y la cabeza; movía frenéticamente mis dedos escuchando levemente el chasquido que producían; tensaba mi cuerpo y me erotizaba poniéndome en diferentes posiciones, de lado o boca abajo. Mis dedos entraban y salían con la misma frecuencia con la cual Lara gemía, especialmente en esos últimos segundos frenéticos del video. Si sacaba mis dedos del orificio era sólo para frotar o presionar mi clítoris. Llegué al orgasmo y quedé sorprendida por la intensidad del placer que inundó todo mi ser. Nunca había experimentado algo semejante en toda mi vida, pocas veces me había mojado tanto, una gran cantidad de líquido había empapado mis sábanas y me costaba respirar con normalidad.
¿Qué había hecho? ¡Me había masturbado pensando en mi mejor amiga!
¡No! Lo hice imitándola. Sí, eso era. Una simple imitación.
No tenía nada de raro, es como un niño que ve a otra persona jugando al fútbol y lo imita para poder hacerlo igual, nada más. Aprendí a masturbarme mejor, sólo eso. “El mono hace lo que el mono ve”.
Mi comportamiento no fue el correcto, sabía que no debía tocarme; pero no significaba que tuviera pensamientos raros dirigidos hacia mi amiga.
Me puse de pie de un salto y corrí hasta el baño para lavarme con la esperanza de que el agua se llevara toda mi culpa. Luego tuve que cambiar las sábanas, por suerte siempre guardaba un juego limpio en mi cuarto. Apagué el teléfono; ya no quería tocarlo, lo guardé dentro del cajón de mi mesita de luz como si el aparato fuera la mismísima caja de Pandora y el pequeño cajoncito de esa mesita pudiera contener todo ese poder negativo que irradiaba. Me vestí de la forma más sobria y gris posible y salí de mi cuarto; no quería estar allí sola.