Caja de Pandora - I

2423 Words
Algunos afirman que las personas nunca cambian, que siempre mantienen la misma esencia interior desde el día que nacen, o desde el día en que forjan por completo su personalidad. Sin embargo, yo considero que somos seres en constante cambio, somos un flujo de vivencias, aprendizajes, aciertos y errores. Pero al mismo tiempo, dentro de esa evolución permanente, podemos ser capaces de conservar nuestra propia identidad. Como las cataratas del Iguazú, que siempre fluyen y se erosionan, nunca vemos la misma agua dos veces; pero no por eso dejamos de llamarlas: cataratas del Iguazú. Fui bautizada, dentro de los más estrictos lineamientos católicos, con el tedioso nombre de Marcela. Me guste o no, es parte de quien soy en realidad; pero también soy mucho más que eso. Me crie en el seno de una familia religiosa conformada por: mis ortodoxos padres, Adela y Josué; yo, en el rol de hija mayor, con veintiún años; y mi hermana, Abigail, con dieciocho años. Todos los nombres de mi familia parecían extraídos de alguna parte de las sagradas escrituras y eso me molestaba, me hacía pensar que carecíamos de independencia creativa e intelectual. Dios sabe que no tengo nada en contra de Él; pero tampoco me molesta admitir que siempre fui la menos apegada a la religión dentro de mi entorno familiar. Conservo mis creencias y mi fe intactas; pero no me paso las veinticuatro horas del día pendiente de la iglesia, ni de Dios, ni de Jesucristo. Esta actitud me generó más de una disputa con mis progenitores, quienes se rehúsan a pensar por sí mismos. Hay feligreses que se toman la religión con calma y disfrutan de la iluminación espiritual; mis padres, en cambio, ya están al límite de perder por completo su libre albedrío. Gracias a Dios los reproches que recibía solían menguar en cuanto los ponía en evidencia, haciéndoles notar que ninguno de los dos era perfecto y que yo también tenía derecho a equivocarme de vez en cuando; Dios nos hizo imperfectos para que podamos auto superarnos. Otro importante punto a mi favor era que yo iba por el camino recto a convertirme en el orgullo de la familia. Como era de esperar, asisto a una Universidad Católica muy prestigiosa; curso la carrera de Administración de Empresas y mis calificaciones son excelentes; tal como lo habían sido durante toda mi etapa escolar. No creo que esto se deba tanto a mi inteligencia; en gran medida es porque suelo ser aplicada y estudiosa. La universidad se encuentra unida a un colegio secundario, de la misma índole y ambos comparten una espaciosa capilla. En la antigüedad este edificio fue un gran convento, el cual en parte sigue funcionando hoy en día, aunque gran parte de sus instalaciones originales fueron adaptadas al área escolar. Esto generó una curiosa amalgama arquitectónica, fusionando estructuras antiguas con modernas. Muchas veces me quedé mirando maravillada cómo las paredes pasaban de ser conformadas por pesadas y grises piedras, al cemento prolijamente pintado con colores suaves. Es una universidad mixta y permiten cursar a estudiantes de diferentes religiones; siempre y cuando cursaran la materia Teología y la aprobaran como todos los otros alumnos. Allí pude hacer buenos amigos. Debo admitir que tengo cierta facilidad para hacer nuevas amistades, aunque por lo general éstas me duran poco tiempo… creo que la gente se aburre de mí en cuanto se dan cuenta que no llevo la vida normal de una chica de mi edad, ya que mis padres sólo me permiten salir para cumplir con mis actividades y obligaciones; en caso contrario cualquier salida conlleva un interrogatorio previo. Como suelo hartarme de esos interrogatorios, termino directamente optando por no salir. Sin embargo, no todas mis amistades se alejan, hay un grupo de chicas con el que suelo reunirme de vez en cuando; pero en otro momento hablaré de ellas, ahora basta con mencionar a una: Lara. Ella es de familia judía. Sé que definirla de esa forma puede parecer un tanto antisemita, pero lo menciono porque ese hecho es una particularidad que tiene gran importancia en nuestra amistad. Recuerdo que cuando la conocí, en nuestro segundo año universitario, una de las primeras conversaciones que tuvimos fue sobre religión. Terminamos discutiendo de una manera no muy agradable ya que ella comenzó a criticar la figura de Jesús; por mi parte cometí el gran error de mofarme de la Torá. Pudimos haber comenzado una nueva guerra santa, sin embargo al día siguiente nos buscamos mutuamente, para pedirnos perdón. Tanto ella como yo nos habíamos pasado la noche lamentándonos de criticar las creencias de otras religiones y prometimos ya no volver a pelear por ese tema; aunque sí teníamos permitido expresar nuestras opiniones. Nuestro vínculo creció mucho desde entonces. Comenzamos como simples compañeras de estudio que se toleraban la una a la otra y de a poco descubrimos cuánto teníamos en común y lo bien que la pasábamos juntas; ambas amábamos la literatura y coincidíamos en gustos por algunas bandas de rock clásicas… por culpa de las cuales también discutimos más de una vez; pero en esta ocasión lo hicimos desde el respeto y con más sentido del humor. El principal enfrentamiento que tuvimos al respecto fue cuando quisimos definir cuál había sido la mejor banda de los ‘90, a lo cual ella respondió inmediatamente que había sido Nirvana y yo sostuve firmemente que, por mucho, la mejor había sido Radiohead… ella me criticó diciendo que Radiohead sólo había publicado tres discos en los ‘90 y que el resto fueron lanzados desde el año 2000 en adelante. Defendí mi amada banda inglesa diciéndole que Nirvana sólo había durado hasta el ‘94, cuando Kurt Cobain decidió decorarse el cerebro con perdigones. Luego de muchos otros argumentos y contraargumentos por parte de las dos, y de casi una hora y media de discusión, acordamos que la mejor banda de la década era Guns N’Roses, porque a pesar de haber comenzado en los ‘80, su época de mayor éxito fueron los ‘90. Creo que con esas anécdotas ya ilustré un poco cómo es mi relación con Lara: un constante “tira y afloja”; sin embargo, al final de cuentas siempre llegamos a un acuerdo y cada día nos entendemos mejor. Cuando ella me visitó en mi casa por primera vez, tuve que mentir a mis padres diciéndoles que era tan católica como nosotros; no es que mis padres fueran antisemitas, pero de saber que ella pensaba diferente, la hubieran bombardeado con preguntas y referencias del Nuevo Testamento hasta que la chica admitiera a Jesús como su Señor y Salvador. Al principio Lara se molestó con esa mentira ya que ella estaba orgullosa de ser judía y poco le importaba lo que pudieran pensar mis padres; sin embargo, con el tiempo se fue dando cuenta lo fanáticos que son con temas religiosos, y ella misma prefirió evitar el tema. Di el asunto por concluido cuando le aseguré que no mentía porque ella me diera vergüenza, sino porque los que me avergonzaban eran mis padres. Lara no era mi única amiga, la mayoría de mis amistades estaban compuestas por mujeres. Los hombres me caían bien y me agradaba estar con ellos; pero no podía tenerlos como amigos por mucho tiempo ya que mis padres comenzaban a invadir mi privacidad y a hacer demasiado hincapié en las supuestas intenciones de estos muchachos. Por eso evitar a los hombres siempre había sido para mí una forma de ahorrarme problemas, aunque no siempre lo conseguía. Aquí viene un gran conflicto, el tema tabú en mi familia: el sexo. Siquiera mencionarlo bastaba para amargarle el día a todos en mi casa, especialmente a mí ¿Por qué a mí? Por la sencilla razón de no ser virgen. Me desvirgó (y lo digo de esta forma porque yo no hice más que mirar cómo lo hacía) un chico que salía conmigo cuando yo tenía tan sólo dieciocho años. No quiero dar muchos detalles sobre este asunto ya que fue bastante traumático para mí. No es que el chico me haya violado; pero se valió de sucios trucos de manipulación y se aprovechó de mi tremenda ingenuidad para conseguir meterse entre mis piernas. Luego de esa experiencia me sentí tan mal conmigo misma que le conté a mi madre lo sucedido, entre llantos y espasmos nerviosos. Mi padre armó la de “Dios es Cristo” y al pobre chico casi lo crucifican en su propia casa. Este degenerado en potencia se salvó de la cruz y los clavos, pero se ganó una buena golpiza por parte de su propio padre. Su gran pecado fue haber “abusado” de una dulce e inocente criaturita del Señor que vagaba por la vida con sonrisa de niña inocente y con tan poco conocimiento del sexo que podría haber hecho parecer impura a la mismísima Virgen María. Por un milagro no quedé embarazada; ya que él ni siquiera se dignó a usar protección. Desde esa vez nunca volví a acostarme con un hombre… ni con nadie; pero me volví un poco más sabia en cuanto a las prácticas sexuales. Aprendí a detectar cuando alguien pretendía llevarme a la cama; o mejor dicho, aprendí a desconfiar de todos los hombres. Gracias a internet pude dar mis primeros pasos, a consciencia, dentro del amplio mundo del sexo; pero mis pequeños pasos eran tan cuidadosos y técnicos que ni siquiera llegaba a comprender del todo lo que significaba la palabra “morbo”. Aprendí más que nada la mecánica s****l básica y leí algunas anécdotas de muchachitas que habían pasado por situaciones parecidas a la mía… pero muchos años antes que yo. Esto no sólo me asqueó, por lo perverso que podía ser el mundo, sino que además me hizo ver lo mojigata que era. Me enojé conmigo misma por estar aprendiendo de forma tan tardía conceptos tan básicos, como la masturbación; algo que ya había descubierto tiempo atrás, pero que evitaba a toda costa debido a los “sabios” consejos de mi madre en los que aseguraba que esas cosas sólo las hacían las niñas que luego terminaban vendiendo sus cuerpos en cualquier esquina… y yo, como una estúpida, le creí. Atravesé más de tres años de crecimiento teórico; pero sin llevar nada a la práctica. Como mucho llegué a algún simple toqueteo con la finalidad de explorar mi propio cuerpo. Con esto no solía llegar a buen puerto ya que sólo conseguían hacerme sentir más culpable. A pesar de que una parte de mi mente supiera perfectamente que hacerlo no era tan malo como lo pintaba mi madre, la culpa me perseguía a todas partes. Lo más traumático de ese proceso de aprendizaje fue cuando vi las primeras imágenes pornográficas. Nada de lo que podría haber imaginado, desde mi magra experiencia s****l, se asemejaba a esas crudas y explícitas imágenes. Aún puedo recordar perfectamente la primera vez que vi una fotografía en la que un hombre tenía evidentes intenciones de copular con una chica, me asusté tanto que apagué el monitor de la computadora por miedo a que algún integrante de mi familia me sorprendiera viendo eso. Luego de analizar y llegar a la conclusión de que estaba completamente sola en la sala de mi casa, volví a encender la pantalla y miré atentamente esa impactante imagen. Me sorprendí a mí misma con la mano izquierda fuertemente apretada entre las piernas mientras pasaba de una imagen a otra; la boca se me secó de tanto tenerla abierta y el cerebro se me inundó de fuertes representaciones sexuales. Con esas fotografías aprendí que era perfectamente posible que existieran encuentros sexuales entre dos hombres o entre dos mujeres. Por supuesto que no era tan estúpida como para ignorar completamente la homosexualidad, sin embargo, me habían criado con un concepto tan aberrante hacia eso, que casi imaginaba ver demonios participando en esos actos sexuales entre personas del mismo sexo. Muy distinto fue lo que vi, la mayoría de esas personas lucían “normales”, si es que no se tiene tan en cuenta el gran estado físico en el que la mayoría estaba. Lo que más me desconcertó fue ver que muchas de esas personas lucían felices. ¡Miento! Lo más impactante de todo fue ver, de forma clara y precisa, cómo un hombre de grueso m*****o, penetraba analmente a otro. Esa imagen se instaló en mi mente y afloró en cada ocasión en la que me excitaba. No entendía del todo por qué algo como eso lograba encender mi libido. Estas exploraciones en el mundo de la pornografía trajeron consecuencias en mí. Pasaron meses hasta que pude controlar el impulso de encender una computadora para buscar este tipo de material. De todas formas, no estaba tan descontrolada, por lo general me bastaba con ver una o dos fotos y tal vez algún video corto. Luego de eso ya regresaba a mi cuarto a distraerme con otras actividades. En pocas ocasiones llegué a tocarme directamente la zona genital sólo para producirme placer, y fue justamente el llegar a este punto lo que me hizo detener. ¿Qué pensarían mis padres si supieran que su hija prodigio había desarrollado una insana atracción por la pornografía? En mi defensa podría decir que ése era mi único contacto con el sexo, no podrían acusarme de nada más. Al menos no andaba por la calle acostándome con cuanto chico se me cruzaba, a pesar de haber recibido alguna que otra oferta de forma indirecta... y no tan indirecta. Algún día mis padres deberían comprender que yo quería llevar una vida normal; lejos de las limitaciones que ellos impartían a diestra y siniestra… bueno, a siniestra no. Ellos solían evitar todo lo que les pareciera “siniestro”; y la pornografía sin duda lo era. Logré volver a la normalidad y ser la afable y aplicada Marcela que nunca ocasionaba dolores de cabeza a sus progenitores (o casi nunca), pero algo se había activado en mi interior y se estaba fermentando lentamente. Gracias a toda esa investigación referente al sexo llegué a la conclusión de que mis padres pertenecían a la edad media. No andaban por la calle con carros tirados por caballos sólo porque eso no encajaba con la suntuosidad de nuestra familia. También supe que mi hermanita y yo éramos víctimas de una fuerte represión, y que el mundo estaba lleno de cosas divertidas que no eran necesariamente malas o “siniestras”, y tampoco nos mandarían al infierno de una patada.
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