El tiempo pone todo en su lugar. Cada rey en su trono y a cada payaso en su circo. De esa manera exactamente me sentía a 6 meses del inicio de la “estrategia” de mi padre Aidan para que tomará “camino”. Lo que no sabía él, era que yo no necesitaba tomar ningún camino, no necesitaba que alguien me obligase a aceptar a quien no quería, y que él no me diría qué hacer a mis 27 años de vida.
Primero muerto, humillado, y eso nun-ca.
A diferencia de lo que seguramente deseaba mi padre al quitarme mis privilegios, he vivido un medio año de lo más tranquilo y divertido. Puede que no llegasen a mis cuentas bancarías las inyecciones mensuales de las acciones que se supone son mías, o que, si quisiera algún auto nuevo, no podía llamar a los empleados de la empresa para que hicieran el papeleo.
Sin embargo, seguía teniendo mis maneras de ser yo a todas mis anchas. Tenía mis tarjetas de crédito personales a las que don dictador no podía acceder, y ni hablar de todos mis amigos. Mis maravillosos amigos con los que hospedarme y vivir la vida.
Como me burlé en esa fría noche de mi progenitor, me fui a las Bahamas, luego a Barbados y finalicé en la República Dominicana. De lo único que me preocupé entre día y día fue de la insolación y la resaca. Hasta que me harté, y regresé a la capital, porque era un hombre con un corazón sensible que siempre buscaba volver a su hogar.
Y un hogar podía tener muchos nombres femeninos diferentes. Rebeca, María, Sofía, Julia, Penélope. La lista seguía y seguía y seguía. Tanto lo hacía que me era complicado recordarla del todo, pero lo importante era que podía mantener vigente en mi mente el nombre de donde me estoy quedando en este momento.
Mariana. Mi sexy amiga Mariana, muy habilidosa con sus pies, no explicaré mucho eso. Más bien necesito descansar luego del round que acabábamos de tener. Algunas mujeres eran complicadas de satisfacer y mucho más considerando lo joven que era la noche.
Le doy un vistazo a mi lado puesto que ambos estamos tendidos en su cama a medio cubrir con las sábanas. Pero noto algo raro en su frente, son pequeñas arrugas que se están formando, y eso lo hacían cuando estaba conteniendo la lengua de decir algo.
—Te tienes que ir — exclama de pronto apretando contra su pecho la tela de su cama.
—¿Qué? — pregunto confuso. ¿De qué hablaba?
Mariana traga mucho, se sienta y comienza a acomodarse la ropa lo mejor que puede. No me mira a los ojos mientras habla.
—Mi papi se enteró de que te estás quedando conmigo, y me advirtió que si lo sigues haciendo dejará de pasarme mi mensualidad — me explica en el drama del siglo.
Espera un minuto. ¿Desde cuándo al papá de Mariana le importaba con quién se acostaba? Peor aún, por qué debería tener algo en contra de mí ese viejo. Es allí cuando me percato que entre viejos se entienden.
Aidan. Esos dos tenían negocios juntos.
—¿De casualidad tu padre no habló con el mío? — exclamo incrédulo ante esa posibilidad.
—Puede que sí o no. No me importa Gabriel, lo que sí lo hace… — ella me toma de las manos con una misericordia infinita — lo que sí lo hace, es mi nuevo salón de belleza de perritos. ¿Dejarías sin buenos cortes a los pobres animalitos? No, yo tampoco, ellos se lo merecen.
Mis ojos no pueden estar más abiertos que nunca ante los juegos sucios de mi padre, y los malditos perros de Mariana. Me pongo lo más rápido que puedo mi ropa, y los zapatos. En todo eso Mariana me persigue pidiéndome que no me moleste con ella, y dándome más consejos ridículos que no quiero escuchar.
—Gabo, por favor, haz las paces con tu familia. Todo el mundo habla de cómo tu padre nombrará como su sucesor a Adrián, ¿te imaginas que lo haga y a ti te deje por fuera? ¡Tienes que actuar ya o será muy tarde! — parlotea.
No me interesa su parloteo, porque como he dicho, no necesito a ninguno de esos invidentes. Que siguieran viviendo con la Liliana Víbora Salas envenenándoles el cerebro. Firme en mi postura termino de meter lo poco que me he traído conmigo hasta el país en mi maleta de mano y me quiero marchar.
—Espera, espera — se guinda de mi brazo Mariana y me impide salir del departamento — ¿me vienes a visitar mañana? ¿Si? ¿Un ratito nada más?
—Ya veré Mariana … — le digo haciendo que se suelte de mí y escuchando cómo llama mi nombre mientras me marcho.
……
Esa petición de Mariana de que me fuese de su departamento fue solo el inicio de una serie de desgracias que no me soltarían hasta verme caído.
No iba a arriesgarme a dañar mi reputación siendo echado del departamento de otra de mis amigas, las que tenían mis alojamientos favoritos tenían nexo con el círculo de amistades de mi familia. Y quienes eran más reservadas en sus moradas, no creía fuesen capaces de darme lo que me merecía, y lo que necesitaba para desestresarme: un alojamiento cinco estrellas.
Pero cuál fue mi sorpresa cuando al querer hospedarme en uno de mis hoteles favoritos me… me negaron mi tarjeta de crédito. No solo esa, sino la segunda. La tercera y la cuarta. Incluso un par de débito. Aun así, la humillación más grande fue que no aceptasen que me quedase.
No me aceptaron que me quedase sin pagar por adelantado, cuando era algo que podía hacer antes por ser un cliente habitual de ese sitio. Lo era hasta que una fuerza oscura estaba usando sus influencias en poner a esta ciudad en mi contra.
Era suficiente.
No me dejaría manipular por Aidan solo porque era un mal perdedor y no podía admitir que YO estaba ganando en su juego. Por eso tuve un solo sitio al que asistir para dejarle un mensaje contundente.
El departamento de mi hermano, no el que siempre me ha odiado, el otro, Diego.
La relación de Diego y mía como trillizos y compañeros de crimen siempre fue muy buena. Aunque a él le gustaban cosas diferentes que, a mí, al estar más conectado con la naturaleza, y no sé qué más temas de hippie.
Que hubiese estado aceptando a la víbora tanto últimamente, no me gustaba. Tampoco que se hubiese puesto de parte de Aidan en toda esta guerra. Pero si con alguien tuviera que dar mensajes en medio de la batalla, que fuese con él.
Estaciono mi auto fuera de su residencia, y me dejan entrar como si fuera el dueño. Ya fuese una confusión por mi rostro, o que supieran que era el hermano, me va y viene, porque tenía una gran prioridad.
Ni me molestó en tocar el timbre al estar en la puerta de departamento, solo golpeo con más fuerza de la que debería. Escucho su voz pidiendo unos segundos, y cuando me abre su gesto sorprendido seguido de sus brazos abiertos, es lo que recibo.
—¡Hermanooooo! — me saluda en un abrazo — años sin saber de ti.
—Sí, sí — le respondo amargado y entrando en su apartamento — aliméntame, tengo hambre.
Le pido tirándome en el sofá más cómodo que encuentro a la vista. Aprovecho para dar un vistazo rápido a su hogar y es tan parecido a Diego, que es hasta gracioso. Hay cuadros por doquier de sus viajes explorando la naturaleza del mundo, más plantas que en el jardín de una abuela con 80 gatos y el olor a Incienso es bastante molesto.
—¿Quieres lasaña recalentada? Es lo que tengo — me comenta desde su cocina.
No era un fanático de los recalentados, pero mi estomago rugía de hambre y tenía que confesar que esa hora queriendo ser admitido en el hotel me agotó. La forma en la que el pobre diablo ese me miraba, ¿a mí? ¿A Gabriel Bryrne de esa manera? Era una inaudito.
—Dámela — le contesto. Diego pone a calentar la comida en su microondas.
—¿Qué quieres de beber? Tengo té, jugo de fresa, kiwi o-
—Whisky. Dame Whisky con la cena — le propongo mejor.
—O…key… — me devuelve en un tono incierto y se acerca a mí con las manos en los bolsillos de sus pantalones — ¿necesitas alguien con quién hablar?
Me mira como alguien que necesita terapia, quizás sí la necesite para liberar todo el odio que tengo dentro de mí.
—Con quien necesitas hablar tú es con nuestro padre Diego. Dile que le quedó linda la jugada en la que chantajea a sus socios con que no me ayuden indirectamente — reclamo.
—No entiendo mucho, pero estoy seguro de que papá no ha hecho nada de lo que dices — lo defiende.
—¿No? ¿Y lo de las tarjetas sin fondo? ¿o que no me acepten en el Hilton? — le devuelvo.
—Para no tener fondos, tuviste que gastarlos. Y para hospedarte en un hotel, tienes que pagarlo ¿no? — me responde yendo de un sitio a otro a servir bebidas y luego a atender lo de la lasaña que estaba lista — ¿por qué mejor no hablamos de algo más positivo?
Como… ¿en qué has estado trabajando todo este tiempo? A mí me aprobaron el proyecto del acuario que te conté.
Diego había estudiado biología marina y estaba a poco de finalizar su proyecto de grado, era reubicar a las especies de un acuario clausurado por maltrato y esas cosas. Muy lindo, muy ecologista, pero yo tenía otras pasiones, y verdades que decirle.
—En nada — digo sin descaro alguno y me siento en la mesa que está preparando. Mi hermano me ve extrañado.
—¿Cómo que en nada? ¿Y cómo has estado viviendo? — interroga.
—Trabajar es de pobres hermano — resuelvo y como tengo tanta hambre comienzo a comer sin importarme tanto el sabor del recalentado o la calidad de la bebida. Ignoro el regaño que me da con su mirada cansada.
—En fin, Gabriel — se sienta conmigo a comer también — deberías conciliarte con papá, con Adrián y volver a charlar con mamá. Yo tampoco era el más grande fanático de Liliana, pero han estado juntos por ¿4 años? Y lo más importante, el niño está a nada de nacer, y si vieras lo emocionados que estamos todos… tienes que estar allí Gabo.
La vena en mi frente que me latía al escuchar a esa mujer inicia con lo suyo, por eso ignoro su comentario. Le miro mal y sigo alimentándome. Diego suspira y me sigue en silencio. Hasta que percibo que no está nada mal este departamento, puedo quedarme por la noche.
—Quiero una habitación que no huela a Incienso — le aclaro.
Entonces él pasa del impacto a una sonrisa dulce.
—No te puedes quedar aquí — me afirma.
Mis pies se sienten en el aire sin esperarlo.
—¡¿Cómo?! — exclamo consternado, iracundo y con la certeza de que todos se habían vuelto locos este día.