Ese mismo día, Nicolás decidió acompañarme a casa para hablar con mi madre. Aunque intenté mantener la calma, la ansiedad me invadía. Sabía que ella querría respuestas y me preocupaba las preguntas que iba a hacerle a Nicolás. Mi madre había insistido en hablar con él. Y aunque no me lo dijo directamente, era evidente que quería asegurarse de que él se haría responsable.
Nicolás, en cambio, parecía relajado, como si la situación no le afectara en absoluto. Mientras conducía, mi mente no dejaba de repasar una y otra vez lo que estaba a punto de ocurrir.
—¿Estás segura de que tu madre no se molestará si voy a hablar con ella hoy mismo? —preguntó Nicolás, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.
—No, —respondí, sacudiendo la cabeza—. Mientras más pronto mejor, supongo —
