El calor comienza a inundar tan rápidamente mi cuerpo; que a los pocos segundos me encuentro encendido de deseo y placer, por las suaves manos que recorren mi abdomen desnudo y por unos labios que me llevan al delirio de la locura.
Gina, la pequeña danzarina, prácticamente se me abalanzó encima apenas hube cerrado la puerta para concentrarme solamente en ella; en sus besos y caricias, en sus gemidos y jadeos quedos que comienzan a hacer aún más estragos en mí.
No puedo casi pensar, no puedo respirar con normalidad y sólo puedo abocarme a sentir, a dejarme llevar como nunca; dejar de lado cualquier excusa que pudiera inventar o cualquier impedimento que pudiera tener para que no tome a Gina y la haga mía de una maldita vez, como debió ser en ese hotel.
Pero de pronto una duda vuelve a at
