Apenas cruzo el dintel de la puerta, siento unos menudos brazos rodearme desde atrás y apretar mi cintura, haciéndome quedar estático en el sitio. Siento el choque de un cálido aliento sobre mi piel, una respiración agitada y un perfume que me asombra poder reconocer. —Peter... –su voz es apenas un murmullo, pero aún así, provoca una corriente eléctrica que me recorre de la cabeza a los pies, dejándome más que confundido. Me quedo quieto, respirando de manera agitada por la carrera auto impuesta y por el enojo que recorre cada fibra de mi piel, volviéndome un ser completamente irracional. Me siento irritado, estúpido y por si fuera poco; ridiculizado por caer de manera tan idiota en los juegos de una mocosa de casi diez años menor. Eso sin contar el enojo por tener que admitirme a