Capítulo 5

1806 Words
5 CATHERINE “Ya que la casa es tuya, deberías quedarte, al menos usarla durante vacaciones”, dijo Cara mientras removía la pajilla en su bebida. El Perro Ladrador era más una cervecería que un antro, con una pared llena de mesas de cabina, mesas altas y la barra tenía un espejo detrás de una reja de cobre. Los dueños hicieron un fantástico trabajo en asegurarse de que luciera como un salón del Viejo Oeste, pero sin los escupideros ni las mesas de póquer. Me había unido a Cara y a su esposo, Mike, en una de las mesas. Cuando recibí el primer correo del ejecutor de Charlie, reconocí el nombre de inmediato. Sam Kane. Por Dios. Sam maldito Kane. Me tomó por sorpresa, ya que era unos cuantos años mayor que yo, pero si él era uno de los pocos abogados del pueblo, era lógico que Charlie lo usara. Pero tenía que ser Sam Kane. Había sido mi enamorado de secundaria. Solía mirarlo furtivamente cuando se la pasaba con el hermano de Cara, Declan. Habían estado en la secundaria juntos y los recordaba a los dos, cuando estaba en casa de Cara, haciendo mucha comida para comer mientras veían películas. Siempre fui la extranjera, visitando desde Nueva York, pero siempre estuve —¡ah! — con los brazos y piernas de gelatina por él. No había descubierto ningún producto para controlar mi cabello ondulado en ese entonces. Ni siquiera tenía senos. Como la amiga de una hermana menor, sabía que ni se darían cuenta de mí. ¿Por qué lo harían? El último verano que vine de visita tenía solo doce años. ¡Doce! ¿Qué estudiante de secundaria se interesaría en una niña de doce? Cuando dejé de volver a Bridgewater en verano, Sam Kane desapareció de mi mente. Pero ahora..., ahora llenaba cada uno de mis pensamientos. ¿Estará tan lindo como recordaba? “Tierra a Katie”, dijo Cara con voz cantarina. Parpadeé, regresando a la mesa con mi amiga y su esposo. Era raro escuchar ese apodo de nuevo. Nunca fui Katie para mis padres, pero siempre lo era cuando estaba en Bridgewater. Mientras Cara era una pelirroja bajita con una piel suave y pálida, Mike estaba constituido como un apoyador de fútbol americano con la piel bronceada. Si no fuera por la rápida sonrisa y la mirada tierna que lanzó a su esposa, me habría sentido algo intimidada. Le di vueltas a mi tónico de vodka sobre la servilleta. “No es mía aún. Debo firmar el acuerdo mañana”. “¡Como sea!”, respondió Cara, agitando su mano. “Estos abogados y sus firmas oficiales. Muy bien, será tuya”. “Se siente raro casi poseer una propiedad lejos de casa”, continué. “Podrías hacerla tu casa. Con un inmueble así, sería más barato que vivir en Nueva York”. Casi estornudo mi trago. “Cualquier cosa es más barato que Nueva York”, me limité a responder. Mike sonrió. “Vivo en una caja de cartón como apartamento, pero nunca estoy allá si no es para dormir”. Cara miró a su esposo. “¿Lo ves?”. Me pongo a mirar entre los dos. “¿Qué?”, pregunté, algo preocupada. “Trabajas demasiado”, insinuó Cara. “Tienes que vivir un poco”. “¿Tienes novio?”, preguntó Mike. Me sentí sonrojada, pero esperaba que la falta de iluminación lo escondiera. Pensé en el tarado de Chad. “Tengo un exesposo y con eso me basta”. “No puedes dejar que un hombre lo arruine todo para ti”. Me señaló Mike. “Eres joven, lista, hermosa. Quizás son los sujetos de Nueva York. ¿Cómo es que los llaman? ¿Metrosexuales?” tomó un sorbo de su cerveza. “¿Qué rayos significa eso?”. Cara y yo nos pusimos a reír. “Yo creo que Sam Kane busca una socia”, comentó Mike. Lo miré fijamente, con ojos muy abiertos. “¿Una socia?”. “Ambos son abogados. Estoy seguro de que podrías encontrar clientes aquí más fácilmente que en una gran firma que apenas te permite dormir”. Mike era un ranchero, y aunque su horario se pasa en proveer ganado y demás tareas, su rutina era muy diferente de la mía. No tenía que viajar para trabajar. No tenía que trabajar en hora pico. Nada de fechas límite ni trabajar horas extras. Nada de mensajería instantánea, mensajes de texto de jefes mandones, ni buzones sobrecargados. Solo cielo azul y muchas vacas. “Katie pensó que te referías a otro tipo de socia”, aclaró Cara, formando una sonrisa burlona en su rostro. Mike miró confundido a su esposa por un momento, y entendió algo tarde. “Bueno…, te puedo decir que garantizo a Sam, Katie”. “¡Qué bueno saberlo”, murmuré, tomando un sorbo de mi tónico. Elaine quería que me soltara con sexo salvaje. Cara simplemente quería que buscara una pareja estable, y Mike actuaba de empleador. Ni siquiera he visto a Sam desde que tenía doce años y parecía como si mis amigos hubieran formado un comité que me daba un sello certificado para trabajar con Sam Kane, y lo más importante, cogérmelo. “Perdón por la demora”. Un joven atractivo y rubio llegó a la mesa, y se inclinó a besar a Cara…, en la boca… ¿Usó la lengua? Y ella lo dejó. No solo eso, Mike lo dejó. ¿Pero...? ¿Qué… demonios? Mi trago estaba a mitad de camino en mi boca y me congelé, con mis ojos cambiando entre el Nuevo, Cara, Mike y de regreso al Nuevo. El Nuevo le susurró algo al oído a Cara y ella lo miró adorablemente, como si fuera... Mike. Mike le dio un suave codazo a Cara y los tres se quedaron mirándome. “Te dije que no lo recordaría”, dijo Mike. Cara se echó a reír. “¡Deberías ver tu cara, Katie!”. Me sonrojé y me sentí como salida de alguna clase de chiste. “Esto… sí, bueno…”. El Nuevo meneó la cabeza. “Soy Tyler, el otro esposo de Cara”. Mike y Cara se acomodaron para hacerle espacio a Tyler en la mesa. Se movió entre ellos, con Cara apretada en el medio. Tres cabezas: un moreno, un rubio y una pelirroja. “Santo Dios”, murmuré, y tomé un gran sorbo. Llamé a la mesera y le hice señas para otra ronda. Cara siguió riendo e inclinó su cabeza a un lado. “Realmente no recuerdas, ¿o sí?”. “¿Qué? ¿Que tienes dos esposos?”. Me acerqué y susurré lo último, asustada de que alguien pudiera escuchar. “Lo recordaría si me lo hubieras dicho. Te lo prometo”. Mike meneó la cabeza. “¿No recuerdas que Cara tiene dos esposos o que la mayoría de las mujeres de aquí los tienen también?”. “¡La mayoría de las mujeres no…!”. Abrí la boca para discutir, pero luego la cerré. Con la cara arrugada, miré alrededor del bar, luego a las familias sentadas en el restaurante. Había muchas mesas con mujeres, niños y… dos hombres. No en todas las mesas, pero lo suficiente para tragar saliva. Fuerte. Por Dios. Volví a ver a Cara y a sus hombres. “Pero Cara, tus padres…” “Recuerdas a mamá, obviamente, y a mi papá, Paul”. Asentí, puesto que había jugado en su casa muy frecuentemente, hasta almorzaba ahí. El papá de Cara reparó la cadena de mi bicicleta una vez. Charlie me había comprado una bicicleta roja ese último verano. “¿Conociste a Frank?”. “Sí”. “Él es mi otro papá”. “Tu otro… Él maneja tu rancho. Yo… pensé que él era el capataz”. Recordé a los padres de Cara y al capataz, vagamente, y desde la perspectiva de una niña de doce años. Nunca los vi a los tres padres de Cara juntos, ahora que lo pienso, pero eso no significaba nada. Mis padres solo estuvieron juntos por cuestiones de trabajo o cenas de caridad, o al menos hasta hace poco. Empezaron a viajar juntos cuando estaba en la secundaria. En un crucero en el Mediterráneo, en tours de cata de vinos en Burgundy, en safaris en África. Sin mí. Siempre me había sentido como la rechazada, la falla. Ellos habían ignorado mi existencia lo mejor posible, haciendo tiempo en sus ocupados itinerarios para sentarse entre el público durante la primaria, y luego en la graduación de la universidad. Cuando me había graduado de la escuela de leyes, ellos habían estado en un crucero en las Bahamas, pero enviaron un correo felicitándome. Nunca los había visto tocarse o abrazarse o, francamente, actuar como si se quisieran entre sí. Cara y sus esposos me hacían sentir extremadamente incómoda, y para ser honesta, sentía algo de envidia. Cara asintió. “Frank maneja el rancho. Pero es el rancho de ellos”. “Pero tú…”. Apunté a ellos tres, que se veían muy cómodos con el tema. No bromeaban, no estaban otra cosa más que locamente enamorados. “Si ves a tu alrededor, lo notarás. No solo en el bar. También en el pueblo”. Miré las otras mesas una vez más, fijándome en las otras mujeres, esperando notar un letrero en luces de neón sobre sus cabezas que dijera: ¡Tengo dos esposos! “Es ilegal”, añadí, y me sentí mal. Meneé la cabeza. “Perdona, pero esto es una locura”. La mesera trajo las bebidas y me sentía a gusto de volver a llenar el vaso. Podía sentir los efectos del primer trago, y recibí el calor que se esparcía a través de mi estómago. Después de tomar la orden de Tyler, la mesera y los tres volvieron a fijar su mirada en mí, en espera para responder mis preguntas. Y no se equivocaban. Tenía preguntas. “¿Todas las mujeres se casan con dos hombres?”. Los tres menearon la cabeza en negación al unísono. Mike levantó su brazo y lo colocó en el espaldar detrás de Cara. Se sentía a gusto, cómodo. “No todas. Algunas se casan con solo un hombre. Otras se casan con tres. No es tan raro, solo es... normal para nosotros”. No estaba segura de cómo podía considerarse normal la poligamia, pero por la forma en que Mike y Tyler miraron a Cara, podía notar que eran felices. “Sí, pero…”. Entrelacé mis dedos, pensando en el sexo y cómo podía funcionar. “¿Respecto al sexo?”. Preguntó Cara, como si leyera mi mente. Sonrío con picardía, mirando a un hombre, y luego al otro. “Con cuidado, nena”, dijo Tyler, colocando su mano sobre la de ella. “Iba a decir…”. Lo miró astutamente. “…Que es asombroso. ¿Qué mujer no querría tener a dos hombres que cuiden de ella? ¡Deberías intentarlo!”. Cara se sacudió en su asiento, y sus mejillas se pusieron rosadas de la emoción. “No es para todos”, murmuró Tyler. Me eché a reír. “Creo que necesito trabajar con un hombre primero. ¿Dos? Creo que sería pasarme un poco”. “Ya hay uno en la barra que te echó el ojo”, dijo Cara, apuntando con la barbilla en aquella dirección. Carentes de sutileza, todos volteamos a ver. Lo reconocí enseguida, luego suspiré. “Ese no cuenta. Es tu hermano”, le gruñí. Cara ya estaba roja de tanto reír. “Aun así, te está mirando y quiere decirte ‘hola’”. Volví a suspirar, y me moví en el asiento. “Un momento. ¿Él y otro hombre comparten una esposa?”. “Soltero”, respondió Cara. “Bueno. Iré a hablar con él y pediré la siguiente ronda”. Mike levantó su vaso, casi lleno. “Tómate tu tiempo. Si Declan no es el indicado, espera. Pronto estarás como una flor a las abejas, dulzura”. Le lancé una mirada dudosa a Mike. “No hagas nada que yo no haría”, dijo Cara entre risitas. Apretada entre dos hombres, ambos siendo sus esposos, solo podía imaginar en lo que había hecho.
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