Actualidad
—¿Entonces? —le preguntó a Adkik—. ¿hablaremos como una familia o tendré que llamar a mis hombres para que me traigan la siguiente cabeza?
La cabeza continuaba sobre la mesa, Darko estaba de pie y Grisa pensaba diez formas diferentes de acabar con la jovencita. Todos pensaban en acabarla, en destriparla como un pescado por asesinar a Koç, o en demostrarles que la mafia roja no se había acobardado y que nadie llegaba a sus tierras a asesinar a los suyos y regresaba a casa con un premio. Adkik la miraba confundido. Por más de veinte años imaginó que solo eran ellos cuatro. Interrogaron a aquel hombre que les comentó que sí existió una niña, pero les aseguró que su padre la asesinó. Que regresara la hija de esa persona de entre los muertos, era un mal augurio, no solo para su aniversario, sino para su vida. Todo en lo que creyeron se derrumbaba ante ellos.
Las miradas se dividían entre la cabeza goteante en la mesa, Adkik y Asha. La jovencita mantenía el arma en su mano y las piernas abiertas. Por primera vez estaba ante las personas que para todos eran celebridades importantes. Los rusos Antonov eran personas intocables. Llegar y arrojarles esa cabeza en la mesa, demostraba que incluso los reyes sangraban, tenían una debilidad y eran igual de humanizados que el resto del planeta. Para Asha, después de asesinar a todos sus hombres, los rusos perdieron esa reputación y fortaleza que Zinov le enseñó que eran. Los Antonov eran hombres de carne y hueso que morirían por ella si no acataban lo que les ordenaba.
—Tengo mucho tiempo. —Se recostó en la silla—. Esperaré.
La palabra de peso estaba sobre la espalda de Adkik. Por ser el Korol’ (rey) de esa organización, nadie más podría actuar sin su autorización. El respeto que Levka no se ganó en sus siete años gobernando la mafia, lo hizo Adkik en menos tiempo. Sus hermanos confiaban en su criterio y en su decisión. El problema era que Adkik necesitaba procesarlo para actuar, y Asha lo notó. Adkik no era ese joven que se aventuraba a las guerras solo con un rifle y un chaleco. Era un hombre mayor que pensaba en sus hijos por encima de su vida. Adkik intuía que, si se negaba a hablar con ella, algunas de las personas sentadas en esa mesa no verían el sol naciente. Con la edad llegaba la sabiduría, y era eso lo que buscaba mientras la veía fijamente.
Shaindel sujetó su mano por debajo de la mesa. Desde tiempo antaño esa fue una de sus señales. Si se sujetaban las manos, era una forma de mostrar una complicidad ante alguna ejecución. Shaindel entrenaba a los chicos, ellos podrían defenderse si su orden era ejecutar a la chica. No existía ninguna clase de apego emocional hacia ella, y no era más que una desconocida que podía fingir ser una de ellos. Hasta no comprobarlo, si llegaban a hacerlo antes de sepultarla en el jardín, podía actuar igual que con un enemigo. No podían considerar familia a una persona que llegó con una cabeza en una bolsa y la arrojó en la mesa como si fuese el bouquet de una novia.
—Adkik, haz algo —susurró Shaindel, mirando de soslayo.
A Adkik le hubiera gustado tener la osadía de Levka al no pensar en las posibles consecuencias y dispararle entre los ojos, pero no era él, no actuaba igual que él. Eso era lo que los diferenciaba y convertía a Adkik en un buen ser humano. Estaba igual de molesto que los otros por la muerte de Koç, pero no le dispararía a alguien que podía ser su hija, y si todo lo que ella decía era cierto, Asha era su sobrina, hija de la hermana que no conoció. Adkik podía decir que le ganó el sentimentalismo. Después de formar una familia, nada volvió a ser igual. Ni siquiera Ignati, quien en su juventud fue el que no dudaba en arrojar una navaja, miraba a la muchacha consternado.
—¡Adkik! —gritó Shaindel—. ¡Maldición! ¡Haz algo!
Todos en la mesa miraron a Adkik. Nina, Adeline y Grisa estaban igual de enojados que Shaindel. Ellos pedían que la sangre de Asha limpiara el horror del asesinato de uno de los suyos. Nina no dejaba de mirar a su hija al otro lado de la mesa, y como toda la nueva generación esperaba por la decisión del líder. Adkik no quería decepcionar a nadie, y siempre escuchó a su Dama, pero su meduza, por primera vez, no sabía lo que él sentía. Era sencillo juzgar todo desde afuera, sin estar involucrado en lo que sería un problema familiar.
—¿Dónde esta Arinka? —preguntó Adkik.
—Segura.
Adkik rodeó la mesa y comenzó a acercarse a ella.
—No siento la seguridad desde que llegaste —le dijo.
Asha se colocó de pie. Aunque su deseo de poder era más grande que cualquier cosa, una pequeña parte de ella respetaba a su sangre. No atacaría a sus tíos si no recibía un ataque de su parte. La muchacha miró los ojos azules de Adkik y vio los de su madre. Asha asesinó a su madre, no murió en un accidente como le hizo saber a sus conocidos. También asesinó a Zinov, quien evitaba que ella se acercara a los Antonov y mantuvo segura a su madre durante muchos años. Asha quiso a su madre y cuando era una niña deseó conocer al resto de su familia, sin embargo, nadie quería que lo hiciera. Cuando creció, la humanidad se extinguió y solo quedó un odio ciego.
—Puedes hacerme la prueba de ADN, Adkik —le habló sin miedo—. Veinticinco porciento de mi sangre llevará tu ADN.
Adkik, quien estaba casi a la altura de la chica, la miró a los ojos.
—Hablaremos, pero no aquí, y tampoco sin que me entregues a Arinka.
Viktor, quien se mantuvo en silencio, se levantó de la silla.
—Adkik, ¿qué haces? —le preguntó.
Ignati también se colocó de pie. Él mantenía la visión periférica. No confiaba en esa niña, ni en lo que decía ser. Pudo llegar con más personas, podían observarlos desde la mira de un rifle. Su deber era proteger a su familia. Ignati desde que conoció a Nina, entendió que su vida era poca comparada con aquellos a los que quería. Y cuando sus hijos llegaron a su vida, no veía sino a través de ellos. Eran su razón de vida, su motivación para entrenar y mantenerse cuerdo. Si llegaba a perderlos, enloquecería y se convertiría en el mismo hombre desalmado que Nina salvó.
—Compruebo si pertenece a nuestra familia, los coloco a salvo y libero a Arinka de sus garras —comentó Adkik para todos—. Si no acepto, nada le impedirá asesinarnos a todos. Piensa que es lista, pero sé cómo juega.
Asha sonrió y se limpió la sangre en la parte trasera del pantalón.
—Sabio —susurró ella—. No iré sola. No confío en ninguno de ustedes.
—Es mutuo —dijo Ignati desde su lugar en la mesa.
Asha no desvió la mirada de Adkik.
—Si haces algo, llamaré a mis hombres —comunicó Asha—. Están cerca.
Adkik le quitó la mirada y se comunicó con sus hermanos solo con un leve movimiento de cabeza. Ignati besó la mejilla de Nina y Viktor le susurró a Lionetta que regresaría pronto. Shaindel se elevó de la silla y se acercó a Adkik. No confiaba en que eso se resolviera con un diálogo. Estaban ante una asesina igual que Levka. En lugar de parecer su sobrina, era una versión retorcida y oscura de Levka. Las mujeres temían que la paz se destruyera y que ese momento finalmente llegara, y lo que Shaindel temía era que sus hijos no estaban preparados para afrontar una guerra. Perderían si iban a una. Pelearían hasta desfallecer, eso les enseñó, pero no lo soportarían. No fueron educados bajo el rigor de Hedeon, ni bajo la crueldad de sus castigos.
—Adkik, no me gusta esto —susurró Shaindel.
Él sujetó la parte trasera de su cuello y la hizo mirarlo a los ojos.
—¿Confías en mí? —le preguntó.
Ella apretó su saco.
—Siempre —afirmó Shaindel.
Adkik le dio un beso de boca cerrada que solo duró tres segundos.
—Entonces no tenemos nada que hablar —dijo Adkik al separarse.
Los tres hermanos dejaron a su familia indefensa mientras intentaban conversar y mediar con Asha. Todos en esa mesa sabían que no podían afrontar una guerra. No estaban preparados para ella, ni contaban con el entrenamiento necesario para meterse en sus mentes y doblegarlos. Aunque les escociera por dentro, tendrían que aceptar los términos un tiempo. Fue por ello que siguieron a la chica hasta el jardín frontal. Adkik observó a sus hombres muertos sobre la grama llena de sangre. La estela de muerte era atroz. Ignati no entendía cómo pudo hacerlo sola, pero fueron años de entrenamiento de Asha, además de una fuerte motivación, lo que la hizo letal.
—¿Qué quieres? —preguntó Adkik deteniéndose.
Asha se detuvo y giró.
—Compartir todo esto con ustedes. —La muchacha abrió los brazos como si esperase que ellos la abrazaran—. No tengo por qué vivir como miserable, cuando mis tíos son los putos Antonov.
La luz de la luna se reflejaba sobre el césped y en los ojos de Asha.
—¿Solo quieres dinero? —preguntó Ignati.
—Y poder. —Lo miró por primera vez e Ignati sintió que la energía de Levka estaba en ella. Fue una sensación escalofriante—. Quiero aprender lo que hacen, para hacerlo cuando mueran y quede en su lugar.
Viktor dio un paso hacia ella.
—¿Es una amenaza? —preguntó con las manos en los bolsillos.
—Tómalo como quieras —le respondió—. Tengo hombres suficientes para que vayamos a la guerra, pero después de saber que sus hijos son patéticos peleando, prefiero la paz. Que sea una cesión de poder pacífica.
Adkik miró la ropa de la chica y se preguntó cómo era posible que supiera tanto sobre su familia, y que ellos desconocieran su existencia. Había hoyos en esa información, y aunque la idea de tener un nuevo enemigo inyectaba adrenalina a una vida tranquila, no era la forma en la que hubieran querido que llegara, y menos con una amenaza sobre sus hijos.
—¿Pide paz quien trajo una cabeza y la arrojó en nuestra mesa? —indagó Adkik—. ¿Pides paz cuando trajiste la guerra a nuestra puerta?
Asha miró a Adkik. Tenía madera para ser líder. Por un momento pensó que todo lo que se decía de él no eran más que mentiras azucaradas.
—Me apego a mis métodos —le dijo—. Ustedes tienen los suyos.
Viktor tenía problemas con los cuales lidiar y no tenía la paciencia de Adkik. Si era o no una pariente, tenían que sacarla de sus vidas antes de que se convirtiese en un peligro para su sem’ya. Ellos crearon un mundo completamente diferente al que su padre hizo con ellos. Los hermanos rompieron el molde y estaban orgullosos de eso, pero la llegada de Asha era una bofetada a la realidad. Ellos no eran personas ordinarias. Eran criminales que vivían de los delitos que cometían y que debieron preparar a sus hijos para ello. El problema fue que no lo hicieron, y permitir que Asha se acercara demasiado a ellos, era un riesgo que Viktor no planeaba correr.
—¿Crees que permitiremos que convivas con nosotros cuando eres una asesina? —preguntó Viktor en un tono burlesco.
—Disculpa, ¿ustedes qué son? ¿Cuántas mujeres murieron para que tuvieran esa ropa? —Fue una pregunta que cernió el silencio como una capa protectora—. Exacto. Todos somos peces del mismo estanque putrefacto. Todos tenemos las manos llenas de sangre inocente.
Esa fue otra bofetada a la realidad. Incluso la ropa interior que llevaban, fue fabricada con el dinero que obtuvieron por asesinatos y secuestros. Ignati, quien intentaba mantenerse en los límites para que la bestia que Nina durmió no volviera a salir, preguntó algo cuando los demás callaron.
—¿Por qué apareces después de tanto tiempo?
Asha tenía un pasado. Así como tuvo los ovarios para asesinar a su madre, también los tuvo para entrar a un lugar tenebroso y formar alianzas y enemistades. El hombre con el que perdió su virginidad, manejaba un club de motorizados llamado Nórdicos. Eran hombres enormes, rubios, con los rasgos necesarios para ser considerados nórdicos. Asha encajó tan bien con ellos, que se hizo la reputación necesaria como para atacar a otras personas. Fue por ello que atacaron el club de los Titanes, asesinó a esos cuatro hombres con su catana y estaba escondida hasta que decidió afrontar las consecuencias de sus elecciones, pero con la ayuda de los Antonov.
—Tengo un par de enemigos en la calle que quiero destruir, pero solo lo haré cuando tenga acceso a su armamento, su sistema de rastreo y por supuesto una parte de sus hombres —comentó Asha con los brazos cruzados y la mirada recorriéndolos a los tres—. No pido demasiado.
Por lo poco que les contó, los tres concordaron con que no era una buena persona, y que no estaba ni un porciento bien de la cabeza. Si ellos tuvieron que lidiar con Ignati cuando era joven, esa chica se llevaba lo que Ignati hizo entre las cadenas de su pantalón. No solo estaba involucrada con un grupo de motorizados que transportaban droga y se especializaban en el abuso s****l, sino que estaban de su lado. Y como todo no podía colocarse más turbio, les comentó que una vez que ella ingresara a ser una parte vital de la organización, varios de sus perros tendrían que migrar al club. Asha no solo los reducía a ser unos simples moteros, sino que quería manchar la sangre elegante de los Antonov con decisiones tan horrendas como esa.
—¿Qué sucederá si vamos a la guerra? —preguntó Viktor.
Asha lo pensó dos segundos antes de responder.
—Sus hijos morirán —respondió Asha de inmediato—. Ustedes no son los mismos jóvenes de veinte años atrás cuando vencieron a una organización secreta y vivieron para contarlo. Tanta paz los reconfortó, los hizo débiles, casi temerosos. Pueden fingir que son los mismos, pero sabemos que los años cobran factura y no educaron a sus hijos como Hedeon lo hizo con ustedes. Los formaron inútiles, y no pelearán por su sem’ya.
La muchacha tenía un punto. La guerra solo se ganaba con soldados que estuvieran dispuestos a dejar sus extremidades en el campo de batalla. Ellos no temieron morir para quitarse la bota del cuello cuando Even los amenazaba, pero su capacidad para pelear era impresionante. La forma en la que Ignati podía acabar a diez hombres a la vez, era digno de ser enseñado. La manera en la que Viktor planeaba, y el corazón de Adkik para que todo encajara en su lugar, los convertía en armas, pero sus hijos apenas llegaban a ser un cartucho defectuoso. No estarían listos en un mes, eso sin mencionar que sus Damas morirían de dolor si llegaban a perder a uno de sus hijos.
En ese momento la guerra no era un tema de conversación. Podría ser considerado miedo, pero era precaución. Asha por su parte amaba que ellos dudaran de lo que eran capaces de hacer. Escuchó tantas historias de ellos, y aun en el club escuchaba lo que se decía de ellos, que conocerlos en una indecisión fue decepcionante. Ella esperaba que la atacaran, la apuñalaran y desaparecieran, para que de esa manera los suyos se apoderaran de todo lo que les pertenecía una vez que sus Damas y sus hijos murieran.
—Lo más difícil era entrar —agregó Asha al colgar los brazos en sus costados—. Una vez dentro, solo debo mover mis piezas.
Viktor miró a Ignati. Después de todo la decisión que importaba era la de Adkik, quien estaba más interesado en saber si ella era o no su sangre. Si esa maldita prueba resultaba negativa, nada la salvaría de sentir todo el poder, la furia y el entrenamiento de Hedeon en carne viva. Esa era la única línea frágil que después de tener una familia Adkik no cruzaba. Años atrás planearon asesinar a Levka, pero eso fue antes de todo lo que sucedió después. A Adkik le importaba la familia, sin importar lo que eran.
—Haremos una prueba de ADN.
—¿Y luego? —indagó Asha.
—Veremos.
Asha estaba cansada, hambrienta y su objetivo del día fue ejecutado. Solo tenía que regresarles a Arinka y la primera fase habría terminado.
—Tienen mucho que procesar y un cadáver que enterrar —dijo Asha—. Envíen a uno de sus hombres a esta dirección cuando quieran mi sangre.
Le entregó a Adkik un papel arrugado y lleno de sangre donde estaba la dirección del club. Allí se quedaría hasta que todo terminara y finalmente pudiera sumergirse en una tina en una mansión. Asha no se fue sin antes decirle a uno de sus hombres que llevara a Arinka. La mujer continuaba inconsciente cuando la colocaron en la grama y les dijeron que no dieran un paso en falso. Asha se fue con el hombre que llevó a Arinka y los tres se reunieron alrededor de una Arinka que desconocía lo que sucedió con Koç. Había dolor en el aire, y habría el doble cuando Arinka despertara.
—¿Qué haremos, Adkik? —preguntó Ignati.
—Primero una prueba, luego la guerra.
Adkik tocó el cuello de Arinka. Continuaba respirando. Se quitó el saco y la cubrió justo antes de elevarla en sus brazos y caminar con ella de regreso a la mesa donde todos esperaban que regresaran con la cabeza de Asha. Nina se elevó de la mesa para abrazar a Ignati y Grisa corrió a auxiliar a Arinka. Buscaron algo de alcohol y le colocaron en la nariz, pero no despertaba. Adkik le pidió a Shaindel que se comunicara con el médico y él se encargó de llamar a más hombres para que fueran por ellos al restaurante. Todos estaban hablando sobre la chica, su osadía y la falta de voluntad de Adkik.
—¿Qué haremos? —le preguntó Darko a Dante.
Dante, el hijo de Viktor, miró toda la escena. Él sacó la inteligencia de su padre y la osadía de su madre. Odiaba entrenar, pero su mente era como un engranaje aceitado. Dante miró a Darko, y luego la arrastró por el resto de su sem’ya. Sabía que no podían desacatar una orden del Korol’, pero él aun no se pronunciaba sobre lo que debían hacer, lo que era ventaja para ellos.
—Si llegó a nuestra puerta, jugaremos su misma carta —le susurró—. Mañana conoceremos el lugar donde se hospeda nuestra querida prima.