—¿Qué diablos querrá ahora? —Con esta exclamación bastante exasperada Basil arrugó la nota de Adeline. Aquel gesto podía querer indicar que no deseaba tener noticias de ella; sin embargo, al día siguiente se presentó en su casa. Sabía lo que ella deseaba desde hacía tiempo, o sea casi un año; quería que se convirtiera en el administrador de sus bienes y en el tutor de su hijo. Él se había prestado de buena gana a esos deseos —se había sentido conmovido por la confianza que depositaba en él—, pero aquel experimento se había hundido rápidamente. Los asuntos de la señora Luna estaban en manos de administradores que los atendían perfectamente, y Ransom se dio cuenta inmediatamente de que su función consistía sencillamente en mezclarle en cosas que no le concernían. La ligereza con que Adeline