Hace mucho tiempo que el sol se ha escondido tras las montañas, los días se han vuelto más tristes desde tu partida y el sol sigue llorando por tu ausencia. Hace días que el frigorífico llora de hambre, que no llegan nuevos sabores que conocer ni se alimenta con cada broma tuya; pues tú ya te fuiste en busca de segundos platos.
Hace semanas que mi cuarto está más sombrío, que aquellos rayos que solían serpentear por la alfombra han dejado de aparecer, que los colores se han fundido con mi dolor, convirtiéndose en un tono grisáceo.
La ventana ya no vuela alto, ni la escalera del jardín ha vuelto a escalar la montaña de mi pared; mis alas se resignan a volar en un firmamento donde no estés tú, pues eras la única persona que conseguía alentarlas para conocer la inmensidad de un mundo inexplorado.
Al fin y al cabo, parece ser que echarte de menos está de más.
Porque aunque no quiera admitirlo, sé que tú nunca volverás. Porque ya no te pertenezco, porque has conocido mundo sin agarrarte de mi mano, porque has explorado todo cuánto aquello que soñábamos en nuestras noches más efímeras.
Quizás nunca vuelva a decírtelo, pero nunca estuvo de más echarte de menos.