TRES
Samantha observó las monumentales puertas dobles crujir y abrirse ante ella, y sintió un agujero en el estómago. Escoltada por varios guardias vampiros, entró a la sala de audiencias de su líder. No la estaban sujetando (nunca se atreverían) pero la acompañaban de cerca, y el mensaje era claro. Ella seguía siendo uno de ellos pero estaba bajo arresto domiciliario, al menos hasta que tuviera su encuentro con Rexius. Él la había convocado como un soldado, pero también la estaba convocando como prisionera.
Las puertas se cerraron con un golpe detrás de ella, y pudo ver que la enorme sala estaba llena. No había visto una convocatoria de este tipo en años. Había cientos de compañeros vampiros en la habitación. Era claro que todos querían ver, saber las noticias, qué había ocurrido con la Espada. Cómo ella había permitido que se la quitaran.
Sobre todo, era probable que desearan verla castigada. Sabían que Rexius era un líder implacable y que incluso el más pequeño error exigía un castigo. Una transgresión de esta magnitud ameritaba un castigo extravagante.
Samantha lo sabía. No intentaba escapar de su destino. Había aceptado una misión pero, había fracasado. Había encontrado la Espada sí, pero también la había perdido. Había permitido que Kyle y Sergei se la robaran.
Todo pudo haber sido perfecto. Recordaba claramente la Espada, allí, sobre el piso de la Capilla del Rey, en el pasillo, a unos pocos metros de su alcance. Estaba a solo unos segundos de tenerla, de cumplir su misión, de ser la heroína de su cofradía.
Y entonces, Kyle y ese horrible compañero suyo, Sergei, tuvo que llegar, quitándola de en medio, robándosela de su mano. No era justo. ¿Cómo pudo haberlo anticipado?
Y ahora, ¿qué era? La villana. Quien dejó ir la Espada. Quien hizo fracasar la misión. ¡Oh! sí, lo pagaría con el infierno. No tenía dudas.
Ahora lo único que deseaba era que Sam estuviera seguro. Lo habían noqueado, lo dejaron inconsciente y ella lo había cargado. Lo llevó todo el camino de regreso hasta allí, quería tenerlo cerca. No estaba preparada para dejarlo ir, y no sabía dónde más llevarlo. Había logrado meterlo, y lo había escondido en un lugar seguro, en el subsuelo de una habitación vacía de su cofradía. Nadie la había visto, al menos eso creía. Él estaría a salvo allí, lejos de las miradas inquisidoras de esos vampiros. Ella le daría su informe a Rexius, sufriría su castigo y después, esperaría hasta el amanecer, y cuando todos estuvieran dormidos, escaparía con Sam.
Por supuesto, no podía escapar inmediatamente. Tendría que informar primero, recibir su castigo o de lo contrario, su cofradía la perseguiría y tendría que estar escapando por el resto de su vida. Una vez que recibiera su castigo, nadie saldría en su búsqueda. Entonces, podría llevarse a Sam y huir lejos de allí. Podrían establecerse en alguna parte, solo los dos.
No había anticipado que aquél muchacho, Sam, pudiera conquistarle el corazón como lo había hecho. Cuando pensaba ahora en sus prioridades, primero pensaba en él. Quería estar junto a él. Necesitaba estar junto a él. De hecho, podía parecer una locura, incluso para ella, pero ya no podía imaginar su vida sin él. Estaba furiosa consigo misma. No sabía cómo había dejado que las cosas llegasen a este punto. Enamorarse de un adolescente, peor aún, de un humano. Se odiaba por ello. Pero era lo que era. No tenía sentido tratar de cambiar lo que sentía.
Esta idea le dio fuerza, mientras se acercaba lentamente al trono de Rexius, dispuesta a recibir su condena. Sufriría un dolor indescriptible, lo sabía, pero pensar en Sam le daba valor. Tendría un motivo para volver. Y Sam estaría protegido, a salvo de todo esto. Esa idea la ayudaría a soportar.
Pero, ¿él podría amarla después de que ella recibiera el castigo? Si es que conoce a Rexius, él le tenía reservado el tratamiento con ácido Iórico, y marcaría su cara todo lo que pudiera. Ella podría perder lo mejor de su físico. ¿Aun así, Sam la seguiría amando? Esperaba que sí.
Un silencio descendió sobre la sala, mientras los cientos de vampiros se acercaban más, impacientes por ver el cambio. Samantha dio unos pasos hacia Rexius y se puso de rodillas, inclinando la cabeza.
A solo unos pies de distancia, Rexius la observaba desde su trono, sus ojos azules, duros y helados la perforaban. La miró fijamente durante lo que parecieron varios minutos, aunque Samantha sabía que probablemente se trataba de tan solo unos segundos. Mantuvo su cabeza hacia abajo. Sabía que no debía cruzar la mirada con él.
—Entonces—comenzó Rexius, su voz ronca cortaba el aire—el pollo viene a casa a dormir.
Pasaron varios minutos más de silencio, mientras él examinaba a Samantha. Ella sabía que no debía tratar de justificarse bajo ningún motivo. Solo mantenía su cabeza baja.
—Te envié a una misión muy sencilla—continuó—. Después de los fracasos de Kyle, necesitaba a alguien en quien poder confiar. Mi soldado más valioso. Nunca me habías decepcionado antes, no en miles de años—dijo mirándola fijamente—. Pero en ésta, esta sencilla misión de alguna manera te las ingeniaste para fallar. Y fracasar lamentablemente.
Samantha bajó la cabeza otra vez.
—Entonces, dime exactamente lo que pasó con la Espada. ¿Dónde está?
—Mi señor—ella comenzó a hablar lentamente—. Ubiqué a la muchacha, Caitlin, y a Caleb. Los encontré a los dos. Y encontré la Espada. Hasta logré que Caitlin me la cediera. Estaba sobre el piso, a mi alcance. En cuestión de segundos, seguramente habría estado en mis manos para traérsela de regreso.
Samantha tragó saliva.
—No pude anticipar lo que sucedió después. Me sorprendieron, Kyle me atacó.
Un fuerte murmullo estalló por toda la habitación repleta de vampiros.
—Antes de que pudiera agarrar la Espada, —continuó—. Kyle ya la había tomado. Huyó de la iglesia, ya no pude hacer nada. Traté de encontrarlo, pero ya se había ido. Ahora, la Espada está en su poder.
Un murmullo aún más fuerte se propagó por toda la habitación. Se podía palpar la ansiedad en la sala.
— ¡SILENCIO!—gritó una voz.
De a poco, el murmullo se apagó.
—Entonces, —comenzó Rexius—después de todo, permitiste que Kyle tomara la espada. Prácticamente, se la entregaste.
Samantha sabía qué debía hacer, pero no pudo contenerse. Tenía que decir algo en su defensa—. Mi señor, no había nada que pudiera hacer.
Rex la interrumpió con solo un movimiento de cabeza. Ella temía ese gesto. Significaba que lo que seguía no era nada bueno.
—Gracias a ti, ahora tengo que prepararme para dos guerras. Esta guerra patética con los humanos, y ahora, una guerra con Kyle.
Un pesado silencio cubrió la habitación, y Samantha sintió que su castigo era inminente. Estaba lista para recibirlo. Con firmeza, mantuvo en su mente la imagen de Sam, y el hecho de que no podían matarla así nomás. Ellos nunca lo harían. Habría una vida después de esta, algún tipo de vida, y Sam estaría en ella.
—Tengo un castigo muy especial reservado para ti—dijo Rexius, mientras su boca se rompía lentamente en una sonrisa.
Samantha oyó las amplias puertas dobles abrirse detrás de ella y se volvió para ver.
Su corazón se estremeció.
Allí, arrastrado por dos vampiros, encadenado de pies y manos, estaba Sam.
Lo habían encontrado.
Estaba amordazado, y por mucho que se retorciera y tratara de emitir algún sonido, no podía. Sus ojos se abrieron por el shock y el miedo. Lo arrastraron hacia un lado de la habitación, las cadenas repiqueteaban, lo sostenían firmemente, obligándolo a mirar.
—Parece que no solo perdiste la Espada, sino que también has desarrollado afecto por un humano, en contra todas las reglas de nuestra r**a—dijo Rexius—. Tu castigo Samantha, será ver sufrir a lo que es más querido para ti. Puedo intuir que lo que más quieres no eres tú, es este niño. Este pequeño y patético muchacho humano. Muy bien—dijo, inclinándose para acercarse aún más, y sonriendo—. Entonces, es así cómo serás castigada. Vamos a infligir un dolor terrible a este muchacho.
El corazón de Samantha latía fuertemente en su pecho. Era algo que no había previsto, y no podía permitir. Sea cual fuere el precio.
Entonces, entró en acción, saltó en dirección de los guardianes de Sam. Se las arregló para llegar hasta uno de ellos. Cuando pateó su pecho con fuerza, salió volando hacia atrás.
Pero antes de que pudiera a****r al siguiente, varios vampiros estaban ya sobre ella, la atraparon y la sujetaron. Ella luchó con todas sus fuerzas, pero eran demasiados y no pudo rivalizar con todos al mismo tiempo.
Impotente, observó cómo varios vampiros arrastraron a Sam hacia el centro de la habitación. Lo colocaron en el área reservada para quienes son sometidos al tratamiento con ácido Iórico. El castigo era indescriptiblemente doloroso para los vampiros. Los dejaba marcados de por vida.
En un ser humano, sin embargo, el dolor era inconmensurable, y el castigo implicaba, seguramente, una muerte horrible. Llevaban Sam a su ejecución. Y la obligaban a mirar.
Rexius sonrió aún más cuando encadenaron a Sam en el lugar. Cuando Rexius asintió, uno de los asistentes arrancó la cinta de su boca.
Inmediatamente, Sam miró a Samantha con miedo en sus ojos.
—Samantha—gritó—. ¡Por favor! ¡Sálvame!
Para su pesar, Samantha se echó a llorar. No había nada, absolutamente nada, que pudiera hacer.
Seis vampiros deslizaron un enorme caldero de hierro, que burbujeaba y silbaba, en la parte superior de una escalera. Pusieron el caldero en posición, justo por sobre la cabeza de Sam.
Sam levantó la mirada hacia el caldero.
Y lo último que vio fue el líquido saliendo de la caldera, burbujeando y silbando, cayendo directamente sobre su rostro.