Capítulo 05 | AZUL IMPONENTE |

3618 Words
*Katherina*   Cuando aquella conversación sorpresiva por correo, termina. Una sonrisa en mis comisuras no se despega de él. Es como si aquello que se apagó con decepción, se alumbró un poco. Él demostró que le importo quizás para solo saber de mí. Pero, aquel sentimiento, de que su propósito principal es jugar conmigo, todavía no desaparece del todo. Aunque, aquella zorra interior, no se pondría en contra si algo ocurriera entre nosotros. Zorra interior, estate quieta. O serás la culpable de que salga herida de esto. Peleo con mi interior, como ya de costumbre. Aquellos pensamientos recurrentes de que conocerlo a él, ha sido imposible de creer, ya que, cuando sus pupilas impactan en mí, me quedo inmune a esos ojos convertidos en océanos. Cuando llega el sábado en la tarde, luego de días de cansancio todavía me espera una larga noche de tragos con mi amiga. Recibo una llamada del mecánico indicándome que está en proceso de reparación y que tardará al menos, una semana para tenerlo de vuelta conmigo. Cosa que me proporciona una gran nostalgia. Creando un etiqueta en Twitter "#SalvenABebéNeon", mi madre al ver esa etiqueta, me ofrece un auto donado por mi padrastro, llevándome a negarme. Mi orgullo por alguna razón, me llevará a la perdición. Estando en la casa, y visualizando el reloj que marca las horas faltantes para que María, pase a recogerme, decido ir hacia el armario donde se encuentran las prendas y los vestidos que mi madre ha donado a mi feminidad. Los observo con detenimiento, pensando en que ella estaría orgullosa de verme con ellos finalmente, luego de tanta insistencia de que debo de arreglarme más. Tomo en mis manos un vestido gris entallado, algo corto para mi gusto pero con un escote recado. Al ponérmelo, mis pupilas se instalan en la figura que se refleja en el espejo cuerpo completo de mi habitación. Abro la boca, sorprendida de cómo un vestido puede cambiarte por en su totalidad... Si Alejandro me viera así. Pienso, colocando mis mejillas de un color rosáceo, al calentarse por los pensamientos del Dios griego. Reprimo los pensamientos pecaminosos, para esbozar una sonrisa apretada en mis labios. Niego con la cabeza rápidamente, tratando de que ese hombre permanezca en mi mente mientras el alcohol buscará domarme en esta noche de estragos. Reviso por última vez mi maquillaje y vestido, tratando de jalarlo un poco hacia abajo, pero es imposible como decía mi abuela "lo que es corto, es corto" muy sabia ella cuando hablaba. El sonido del claxon me sobresalta espabilándome a tomar el bolso de mano y salir con rapidez para encontrarme con el auto de mi amiga. Al introducirme en el auto su semblante se queda sorprendido en mí. Sus ojos miel y su piel bronceada llaman más la atención de su cabello color caramelo. ─Madre mía Kathe, estás súper sexy ¿A quién le quieres dar un infarto?─ Pronuncia finalmente con gracia, haciendo una exagerada observación sobre mi aspecto. Le doy una sonrisa, con una meneada de hombros. Ella suelta un aullido divertido, colocando el auto en marcha. ─Es muy emocionante verte con esa nueva cara y ganas de salir, Kathe. Pensé que te había perdido luego de lo que pasó con Manuel─ habla, bajándole a la música que sonaba en la radio. Llevo mis ojos a su perfil. Mierda ¿Tan mal me veía cuando todo eso pasó? Pienso, colocando una mueca recta en mis labios. ─¿Nueva cara?─ Inquiero confundida. Ella asiente, dándome una sonrisa cuando el semáforo se coloca en rojo. ─¿Estás saliendo con alguien? Se te nota como un aire de enamorada─ responde, alterándome. Resoplo, quitándole importancia a su comentario. ─Nada de eso, estoy más sola que la una... solo que, supongo que he tenido una buena semana─ digo rápidamente. María achina los ojos hacia mí, como si no creyera nada de lo que he dicho. Vuelve su mirada a la vía, subiéndole volumen a la música. Para obligarnos a nosotras a bailar y tararear Drunk in love.  Bajándonos en el estacionamiento de la localidad, caminamos con nuestros vestidos con poca tela, hacia la entrada del bar. Nuestros ojos vislumbran a Daniel, con unos amigos de él acompañándolo. Al acercándonos a ellos, Daniel camina directamente hacia mí, haciendo un ademán rápido de alzarme. Yo le detengo, aceptando un abrazo de oso, de su parte. Su aroma varonil, lo reciben mis fosas nasales con un gusto extraordinario, mirando lo guapo que se ve. Con su barba de días sus ojos marrones sensuales y esa sonrisa deslumbrante que tiene. Él me deposita un beso sonoro en mi mejilla, espabilándome de su observación. ─Que bella estás, Kathe, sí que estás ardiente─ murmura para mí, emocionado. Su comentario me cae de sorpresa sintiendo cómo mis pómulos comienzan a arder. Le proporciono con inercia, un puño en su brazo de manera divertida, aligerando la tensión que comenzaba a crear entre nosotros. Él se acaricia el brazo con exageración, regalándome una sonrisa fascinante. Daniel sabe lo que hace, pienso, que su conquista puede que tenga resultado la noche de hoy. Daniel procede a presentarnos a sus amigos, luego de saludar a la sarcástica de María, quien soltó unos comentarios de que ya deberíamos de estar juntos. Cosa nos incomodó. Nos animamos a adentrarnos a pasar al lugar oscuro. Cuando cruzamos las angostas puertas del lugar, mi fosa nasal percibe de manera inmediata el olor a tabaco, sudor, hormonas y alcohol por todas partes. Mis ojos vislumbran a las personas bailando por doquier, haciendo de sus cuerpos un objeto de danza, mientras los besos furtivos en la pista de baile y las esquinas oscuras del lugar, no logran faltar. Al llegar a la barra de bebidas, María comienza a pedir unas rondas de cervezas, aprovechando el tiempo para bromear con los amigos de Daniel. Mientras que él, se queda muy cerca de mí, tratando de conversar conmigo a través del bullicio que se encuentra alrededor de nosotros. Al no entender lo que él me quiere decir, le hago un ademán de que hablemos luego, apretando mis labios en una sonrisa. Desvío mi mirada hacia la pista de baile, mirando a las personas que bailan con mucho ánimo. De repente, siento unos ojos en mi perfil, haciendo que voltee a mirarle. Daniel tiene sus ojos encajados en los míos, de manera fugaz. Él me proporciona una sonrisa encantadora para invitarme con esas comisuras a ir a la pista de baile. Asiento con la cabeza arrastrando la sonrisa, tomando su mano para guiarnos al lugar donde las personas se mueven con ansias. Cuando llegamos al centro de la pista, mis brazos se enredan en su cuello, dándome la oportunidad de observar lo sexy que se ha puesto. Él es el único amigo en que puedo confiar plenamente y no quiero arruinar esto por un desliz de pasión. Pienso, reprimiéndome rápidamente. Cálmate, Kathe. Indica mi interior en una peligrosa alarma. Nos meneamos al ritmo de un merengue que suena en los altavoces que rodean el lugar, María se nos une. Para darme un respiro en cuanto a controlarme de no arruinarlo todo con Daniel. Luego de bailar un largo rato, mi cuerpo pide un descanso. Decido alejarme de la pista dirigiéndome hacia la barra, dejo mi trasero en el taburete pidiéndole a uno de los chicos que me sirva un vaso de Ron. Cuando lo tengo en mi mano, procedo a verterlo en mi garganta como si no hubiera un mañana. María llega a un lado de mí, pidiendo dos más. Para celebrar un poco de todo. Los vasos comienzan a verse vacíos con mayor rapidez. Niego con mi cabeza cuando uno de los amigos de Daniel me ofrece un tequila. ─¡Vamos, Katherina!─ Exclama María con una sonrisa alcoholizada. Elevo mis hombros, diciendo que todo se podría ir al demonio, tomando el tequila para llevarlo a mi boca. Al paso de tantos tragos que la casa ha invitado y los chicos han ofrecido, mi cuerpo se comienza a sentir flotar. Me comienzo a sentir mareada y por alguna razón estúpida Daniel y María me llevan a la pista para saltar y bromear como lo hacíamos antes. Súbitamente, mis piernas quieren flaquear, Daniel me sostiene, evitando que caiga a causa de la cantidad absurda de alcohol que ahora hay en mi sangre. Él me ayuda a llegar a la barra de nuevo. Mis pensamientos me traicionan, enviándome de recuerdo tormentoso aquellos ojos azules. Pido un vaso de tequila, para tomarlo en su nombre. Las chicas que se encontraban a mis costados, se animan al igual que Daniel. Tomándonos el último trago. Al hacerlo, caigo en cuenta, que esta noche, será inolvidable. Mi cuerpo no puede por sí solo. Daniel pide que me quede sentada y se ofrece a buscarme un poco de agua. ¿Cómo carajos él puede estar como si nada luego de tanto alcohol? Pienso, mirando cómo camina con normalidad. Bajo mi mirada a mis piernas, haciendo un puchero. ─Inservibles─ murmuro molesta. Tal vez no fue muy buena idea, tomar tanta cantidad de alcohol después de tanta abstinencia. Levanto mi mirada viendo cómo María baila como si nada en la pista. ─¡Estúpida!─ Grito hacia ella. Pareciendo que voy a llorar. Ella se carcajea, dándome a entender, que ella lleva mucho tiempo entrenando para que no le pase lo que me está pasando. Las chicas a mis costados, junto a la soledad que parece intensificada a causa del alcohol. Hacen que hurgue en mi bolso de mano, algo sin motivo alguno. Mis ojos se abren de par en par, tratando de ver con nitidez la tarjeta que me he encontrado dentro del bolso. Al sacarla, observo las letras que forman un nombre, provocando en mi interior unas sensaciones indescriptibles. ─Idiota, idiota, idiota─ gruño hacia la tarjeta que me ha dado Alejandro. Las chicas me ven con extrañeza. Les esbozo una sonrisa alcoholizada. ─Chicas... yo tengo la tarjeta de un Dios griego. No, no... No me miren así, demasiada envidia para este body─ digo, arrastrando mis palabras y pareciendo más estúpida de lo que soy. Ellas ríen sin creerme. Abro la boca ofendida. ¿No me creen? ─Le llamaré para que vean que es verdad, ya van a ver, van a quedar secas de la vergüenza─ murmuro, tratando de marcar el número que se encuentra grabado en la tarjeta en mi celular. Al hacerlo, comienzo a escuchar el tono. Acelerando mi corazón, caigo en razón ¡¿Qué mierda estoy haciendo?! ─Hola, señorita Katherina ¿Está usted bien?─ Contesta finalmente, justo cuando pensaba colgar. Su voz altera de manera eminente mis sentidos. Las chicas me miran mientras estoy congelada. Maldito alcohol, farfullo en mi interior. Apretando mis ojos. ─¡Sííííí, Alejandro, muy bien!─ Grito ante el ruido del lugar. ─¿Estás tomando, Katherina?─ Pregunta con frialdad. Trago con dificultad mirando a mí alrededor. Encojo los hombros con inercia. ─Síííí un poco... no mucho, oye ¿Sabes cómo se llama el campeón de buceo japonés?─ Le inquiero, mientras las carcajadas explotan en mi boca. Trato de retenerlas con mi otra mano, pero es imposible. ─Me doy de cuenta que no es mucho, ¿Cómo se llama?─ Me pregunta con sarcasmo en sus palabras. Escucho un suspiro de su parte. ─Tokofondo, ¿entiendes? Tocó. Fondo─ respondo, mientras me carcajeo a más no poder. Katherina, por eso, estás soltera. Replica mi subconsciente. ─No sigas tomando más, por favor─ manifiesta con severidad. ─¡Trataré, pero no prometo nada!─ acoto, mi risa no es intervenida, ante mi respuesta. ─¿Con quién estás, Katherina?─ Pregunta con una voz fría. ─Con un chico...─ hago una pausa dramática─... una chica y otras personas, aunque, de seguro te gustan algunas de las chicas que están a mi alrededor, he notado que te gustan las cosas fáciles─ digo, apretando mi mano al celular. Él resopla molesto. Imaginándome su ceño fruncido. ─¿Dónde estás?─ Cuestiona con un tono de voz severo. ─En un lugar, eso te lo aseguro─ le respondo, soltando una risa irónica. ─¡¿Joder, Katherina, en qué lugar?!─ Exclama hacia mí y, eso me saca de quicio. Ah, ah. Nada de estarme gritando Dios griego de pacotilla. ─¡Donde. No. Te. Importa!─Le contesto, gritando detenidamente ¡A mí nadie me grita! ─¡Joder!─ Escucho que farfulla antes de que culmine la llamada finalmente. Al colgarle mis nervios aumentaron cual montaña ¿Qué mierda hice? Mis ojos se quedan en la pantalla de mi celular, observando la llamada remitente de Alejandro. Trago con dificultad al darme cuenta que he sido una tonta... él no es nada mío, apenas si nos conocemos... y yo le trato de esa forma. María me da un empujoncito al darse cuenta de mi cara. Decido dejar mi celular sin responder a sus llamados, no quiero entrometerme más de esa forma en la vida del Dios griego, simplemente, tengo que dejar de hacer estupideces. María me pide otro Ron, no me niego a su invitación. Me limito a tomármelo para tratar de olvidar la metida de pata que acabo de hacer. Para colmo, a él. Mi teléfono repica y sigue repicando. Pero, yo me limito a no cogerlo, sigo bailando, terminándome mi último vaso de Ron. En mi entran unas sensaciones indescriptibles de ir al baño, decido cruzar la pista para llegar al baño. Colándome entra las personas que están bailando. De repente, me tropiezo con un hombre que me sujeta del brazo. Forcejeo con toda la fuerza que me queda, para quitarme de su agarre desconcertante. Él aprieta más su mano en mi antebrazo, doliéndome. Cuando volteo a ver quién es, me sujeta bruscamente de los dos brazos, es un hombre que me es imposible reconocer, ante mis sentidos alterados por el alcohol. Solo mi mente pudo reconocer una sonrisa de sádico que marca por completo su rostro. La desesperación me embarga, moviéndome con fuerza y tratando de zafarme. Le grito y le empujo, pero es imposible...él me dobla en tamaño y fuerza. Creo que, Katherina murió aquí. ─¡Suéltame, desgraciado!─ Le grito con dificultad. Él solo se inmuta a seguir mirándome con asquerosidad y, una sonrisa que hiela. Dándome a entender que cuando más necesitas a tus amigos, no están y que este hombre no tiene buenas intenciones. Me desespero más y le lanzo un rodillazo en su entrepierna. Él cambia su gesto a uno de dolor. Me doy cuenta que de esta no me zafo tan fácil ¿Este hombre es de piedra o qué? El brazo me duele de tanto combatir con su fuerza. Y la gente a mi alrededor piensa que estoy bailando... ellos están peores de tomados que yo. Inesperadamente, veo que el hombre cae al suelo con velocidad, zafándome de su agarre. Me quedo inmóvil al ver a la montaña caer, sin que yo haga algo. Lo que puedo observar es que le han soltado un golpe en la cara descomunal como resultado de que yaciera en el suelo. Dándome la vuelta, exasperada, para ver quién habría sido, mi corazón parece haber dejado de latir y mi estómago se retuerce... Alejandro. Mi boca se siente seca y mi cuerpo quiere tomar una siesta en el medio de la pista. Vislumbro cómo él respira con dificultad y en su mirada se ve que no está para nada feliz, no quita su mirada del sujeto a quien están ayudando a levantar. ─¡Te dijo que la soltaras hijo de tu grandísima puta madre!─ Exclama con fuerza que hace como resultado, que mi cuerpo tiemble ante su enfado. Me quedo estupefacta ante su reacción, ya mi mente creo que comienza a delirar y está viendo al Dios griego decir groserías. Él desvía su mirada hacia mí, es hermosa, acompañada de un ceño fruncido característico. ─¿Estás bien, Katherina?─ Pregunta denotando preocupación. Estoy hecha cemento, pegada al piso. No sé qué es lo que está ocurriendo. Asiento con mi cabeza, sintiendo cómo él arropa con su mano mi muñeca. Intensificando todo en mi interior, al enviarme aquellas sensaciones, solo con su tacto. Comienza a llevarme entre las personas, con rapidez. Mis piernas se dejan guiar, ya que ellas misma ni saben qué hacer. Inesperadamente, María y Daniel aparecen al frente de nosotros, con rostros preocupados al verme. ─¿¡Dónde estabas?!─ Exclaman al unísono. Luego, sus miradas, viajan al Dios griego que no se inmuta, y que permanece sosteniendo mi muñeca. ─Yo...─balbuceo por el alcohol y todas las emociones. Abriendo la boca para responder a la pregunta de mis amigos, mi cuerpo se queda inerte, ante un ademán de Alejandro de responder por mí. ─La llevaré a su casa─ declara sin miramientos. Alejandro da unas miradas severas a ellos. Alterándolos por su arrebato. ─¿No que más sola que la una, Kathe?─ Inquiere citando mis palabras. Hago una mueca con mis comisuras. Yo estoy que ya no puedo ni con mi alma. ─¿Quién es usted? No se llevará a mi amiga─ inquiere María, tratando de disimular una carcajada. Tuerzo los ojos, ella en serio, dejará que él me lleve. ─Alejandro Salvatore. Ella me llamó─ responde con serenidad. Daniel se coloca al frente de nosotros, con un semblante enfadado. ─¿Y tú quién eres?─ Le pregunta Alejandro mirándolo con desprecio. ─Su novio─ suelta Daniel, sobresaltándome. ─No, no, no. No es mi novio─ reitero rápidamente. Alejandro suelta una carcajada. Que llama toda mi atención. ─No tienes el más mínimo derecho de decir que eres su novio. ─ Amenaza Dios griego. Él me suelta de la muñeca, para ponerse de frente y erguido hacia Daniel. Los dos parecen dos torres perfectas de belleza. ─¿Tú quién eres, el príncipe Erick?─ Pregunta irónico, Daniel. Alejandro resopla. ─Te aseguro que no soy el príncipe Erick, pero sí que te puedo dar unos guantazos si no te alejas de ella─ farfulla Alejandro, dejándome ver una faceta que me sorprende, excitándome. Me coloco rápidamente en medio de ellos dos. ─Antes de que se peleen por mí, necesito probar la mercancía─ anuncio, lanzándome hacia el Dios griego. Inesperadamente, él me deja con la trompa hecha, evitando el beso. ─No lo hagas. Te vas a arrepentir de esto, cuando el alcohol no te controle─ me susurra dándome sus ojos azules. Coloco un puchero en mi boca. ─Aguafiestas─ digo, vencida. Él me da una sonrisa, colocándome a un lado de él. ─Ella me llamó y yo vine por ella. La llevaré a su casa ni puede caminar por sí sola─ explica Alejandro, mientras mira a Daniel con ganas de matarlo, él posa su mano en mi cadera, apretándome hacia él. Daniel me mira y yo solo asiento ante lo que dijo Alejandro, mientras, veo que se tensa su cuerpo al verme. Alejandro está por avanzar y llevarme con él, pero María lo detiene posando una mano al frente de él, para que detenga su avance y amenaza bruscamente con su mirada imponente. ─No te atrevas a tocarla en ese estado. Te juro que te hago daño─ le advierte con su voz decisiva. Me sorprendo por la altanería de mi amiga. Ella llega hasta mí, arropándome en un abrazo. Susurrándome que le llame cuando llegue a mí casa. Daniel pide permiso hacia Alejandro, para abrazarme, cuando lo hace su abrazo se vuelve estremecedor. Como si a él le doliera. ─No hagas nada estúpido, Kathe─ susurra en mi cuello antes de que Alejandro rodee mi cintura para alejarme de ellos. Mis piernas y mi cuerpo intentan flaquear durante todo el camino hacia el auto n***o que al parecer es de Alejandro. Mi mente ya no es la misma de antes, todo es confuso y está cansada, solo quiere apagarse por un momento queriendo dejarse domar, por el alcohol que yace en mí. Tambaleándome, él me abre la puerta, ayudándome a colocarme segura en el asiento del copiloto de auto. Entre tanto, mis pupilas saltan en él, que se coloca en mi frente, para darme de cuenta que está sujetando mi cinturón de seguridad. Mis instintos que están desenfrenados, se aprovechan de eso. Acercándome un poco más, para oler el aroma que él proporciona. Un sutil aroma a perfume junto a su presencia, hacen que mis sentidos se disparen. Al grabarme el olor que él emana, mi vista choca con una sonrisa sugestiva de él, en sus comisuras ardientes. Me quedo impactada, ante la corriente en la que reaccionó mi cuerpo. Volviéndose de algún modo, su sonrisa, en el punto de ebullición de mi descontrol. Él se aleja de mí, rodeando el auto, para entrar a mi lado y encender el motor. Al hacerlo, me recuesto de lado, dejando que mi rostro permanezca en su perfil. El asiento se vuelve más cómodo de lo que mi mente alguna vez pensó, mientras que mis pupilas sigan en él, el lugar es el cielo. Vislumbro su mandíbula está apretada, sus ojos directos en la vía, y su entrecejo se encuentra en la cima de mi admiración. Puedo observar cómo sus músculos se mueven debajo del suéter blanco que carga, cuando él mueve el volante para cruzar, haciendo que me reacomode en el asiento, sintiéndome conforme mirando una hermosa escultura. Viajo mis ojos a sus manos grandes, que se aprietan con fuerza, tanto, que sus nudillos se ponen pálidos por la brusquedad, pero, algo llama mi atención, son las marcas color carmesí en los nudillos de su mano derecha, estremeciéndome con dolor. Hago una mueca en mi boca, apretando mis labios, queriendo besar aquellos nudillos, para dejar de sentirme culpable. Mi cuerpo está adormecido. ¿Por qué vino por mí? ¿Por qué arriesgarse de esa manera por una desconocida? Las preguntas comienzan a arremeter a una mente desconcertada y nada estable. Pestañeo buscando un poco de claridad, dejándome domar por una especie de dopamina que él me ha proporcionado. Súbitamente, oigo que él suelta unas palabras que sonaron como suaves y calmantes para mí. Esbozo una sonrisa, terminando de cerrar mis ojos. Sea lo que él haya dicho, me es imposible poder comprender o siquiera decir algo. Caigo en una dimensión donde solo existe la figura realizada por mí de Alejandro. Un Dios griego que se ha convertido en un héroe para una chica torpe que decide ahogar sus emociones en alcohol, para que él, le demuestre que de alguna manera, le importa. ** De repente, abro los ojos, y logro captar veo de que estoy en sus brazos, me tenso al sentirlo alrededor de mi cuerpo. Su calor me reconforta, su tacto es mi devoción en estos momentos. Agradezco haber sido una tonta. Le observo por debajo de mis pestañas y veo que él me está mirado con esos ojos penetrantes convertidos en océanos. Malditos océanos que tienen mi mente hecha una tormenta. He perdido la razón. Pienso, cerrando de nuevo los ojos.   
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