A Emily le aterraban los zorros, en especial ese joven. Aunque tenía un rostro amable, nunca le gritaba y siempre sonreía, ella sabía que era el peor de todos. Por eso, cuando se bajó y vio a Ethan, no se movió de su lugar. El joven se acercó y la cargó, diciendo: —No pesas nada, pequeña Inari. Podría lanzarte por la ventana con una sola mano y saldrías disparada, muy, pero muy lejos de aquí. Morirías en el momento en que aterrizases. Al escuchar eso, Emily hizo un puchero, conteniendo las ganas de llorar, porque sabía que aquel joven era capaz de hacerlo. —No —fue lo único que respondió la niña, y luego Ethan se despidió de la cazadora para llevarse a Emily a otro lugar. —Quiero que seas testigo de cómo me convierto en rey... hoy finalmente mataré a mi padre. Él no tiene buenas jugada