Isabella quedó perpleja al ver cómo Thomas se fue prácticamente huyendo de su propia habitación. Una sensación de tristeza invadió su corazón, ya que estaba segura de que estuvieron a punto de fundirse en un beso apasionado, pero, repentinamente, él se echó atrás. Sus mejillas enrojecidas y sus labios entreabiertos reflejaban el torbellino de emociones que la embargaban: tristeza, sorpresa y un toque de deseo. Con cautela, Isabella ingresó al diminuto baño y, al observar el espacio reducido, sintió un nudo en la garganta. Sin embargo, decidió pasar por alto las incomodidades que eso implicaba. A fin de cuentas, prefería mil veces estar allí, en esas modestas instalaciones, que en medio de lujos superfluos y atrapada en un matrimonio infeliz con un hombre despreciable que le haría la vida