05. Secreto en la mansión

1508 Words
—¡Su majestad, deténgase por favor! —exclama Campbell mientras sujeta a Alexander y lo arrastra hacia el interior de la mansión, cerrando la puerta tras ellos. Con los tres lobos dentro de la lujosa vivienda que parecía un pequeño palacio, Emily, que ya había recogido sus cosas, se voltea y observa como le han cerrado la puerta prácticamente en su cara. Confundida, exclama: —¿Qué está sucediendo? Primero ese recibimiento agresivo y luego me cierran la puerta en la cara. Aunque ese trato era suficiente razón para marcharse, la joven decide regresar a la entrada, ya que no tiene un plan B y desea obtener una explicación sobre la grosería con la que fue recibida. Mientras tanto, dentro de la mansión, el mayordomo le muestra a Alexander el papel de periódico que recogió del suelo. —Esta fue la invitación, por eso ella entró aquí. La muchacha no proviene de Noctis Excidium, llegó a través del anuncio en el periódico... —explica el mayordomo. Los ojos de Alexander arden de furia. —¿No te encargaste de esto? ¿No habías desechado todos los periódicos esta mañana? Campbell traga saliva y responde: —Déjeme encargarme de este asunto, su majestad. Por favor, permítame solucionarlo. —Huelo a una trampa... es una trampa —murmura Alexander lleno de deseos de venganza. Justo cuando está a punto de abrir la puerta, Emily, del otro lado, dice: —¡Solo vine por el anuncio del periódico! Venía para una entrevista. No entiendo por qué son tan groseros si están buscando personal. Al escuchar el acento de Emily, Campbell, Alexander y Thomas intercambian miradas de sorpresa. Alexander es el primero en hablar. —Es una americana, su horrendo acento la delata —dice con molestia. —Permítame ocuparme de todo, su majestad. Por favor, manténgase al margen. Estamos aquí para cuidarlo —le pide Campbell, intentando calmar a su amo con un tono de voz más tranquilo. —Puedo cuidarme perfectamente solo —responde Alexander con irritación. Thomas y Campbell se miran, incrédulos ante las palabras de su rey. —Abriré la puerta a la extranjera, su alteza... le sacaremos la verdad por la fuerza, solo déjenos encargarnos —propone Thomas mientras abre la puerta y se encuentra con Emily, quien sigue allí. Alexander la mira de nuevo con desprecio, y Emily traga saliva porque ahora pudo ver bien a Thomas y Campbell, de inmediato ella reconoció a uno de ellos. Sorprendida, señala al mayordomo. —Usted es el caballero que compró todos los periódicos esta mañana. Yo estaba allí cuando los compró al niño pregonero. Se subió apresuradamente a su carruaje y no se dio cuenta de que se le cayeron dos periódicos. Tomé uno y vi este anuncio en el periódico... —explica Emily, observando detenidamente a Campbell. Al oír eso, el mayordomo se llevó una mano al rostro mientras Alexander lo miraba con furia. Ahora entendían con mayor razón por qué esa mujer estaba presente, todo era culpa de Campbell. —Así que era eso... —dijo el mayordomo, observando detenidamente a Emily, mientras Alexander hacía lo mismo. —Eso era lo que iba a venir con tu anuncio, Campbell—masculle Alexander con mal humor —solo vendrían mujeres feas y extranjeras... —dijo Alexander con molestia, adentrándose en su mansión. Esas palabras hirieron profundamente a Emily. —Pero ¿qué le pasa a este hombre? —murmura ella, frunciendo los labios y apretando el mango de su maleta. Los otros dos hombres permanecían allí presentes, y Emily sentía que lo más sensato era marcharse. No era tan ingenua, ya había comprendido todo... ese hombre elegante de traje, parecía ser el señor de la mansión, y el rubio malhumorado más desgarbado pero con mucho porte, era sin duda su hijo. Si el señor de la mansión había comprado personalmente todos los periódicos de esa mañana, era para evitar que alguien más viera ese aviso. Había ocurrido un error que desearon remediar de forma apresurada e improvisada. Al observar a Campbell, Emily notó que aparentaba unos cuarenta y pocos años, con cabello oscuro salpicado de algunas canas, ojos avellana y rasgos simétricos y atractivos. No parecía una persona común, ni siquiera el joven que estaba a su lado, quien juzgando por su ropa más sencilla, parecía ser un sirviente. Este último tenía tez morena, ojos verdes, cabello castaño y rizos en abundancia. Emily pudo percibir la diferencia de tamaño entre estos hombres de la mansión Wolfsbone y aquellos que había visto en el puerto y el tren, ellos tenían un aura distinta, como si fueran de otro lugar, pero Emily no tenia idea de donde, simplemente lo sentía. —No querían contratar a nadie, lo entiendo. Entonces me iré, disculpen las molestias causadas, ya me voy —murmura Emily, encogiéndose de hombros. —Espera —dijo Campbell antes de que Emily se marchara, escudriñándola de arriba abajo—. ¿Sabes cocinar, muchacha? Al oír esa pregunta, el sentido común de Emily comenzó a trabajar con ánimo, diciéndole que debía marcharse, salir corriendo de ese lugar, pero sus pies se negaban a moverse. —Sí, sé cocinar... —se apresuró a responder—. Puedo preparar todo tipo de comidas, también se hornear y hacer postres —agregó Emily, notando un ligero cambio en la expresión de aquel par de hombres. —Pasa, hablaremos con mayor calma adentro —dijo Campbell, mostrando una pequeña sonrisa y apartándose para dejarla entrar. Aquella propuesta de ingresar gritaba "peligro" por todos lados, y aunque no comprendía por qué aún no se había marchado, por más que necesitara un lugar para vivir y un empleo, ese no era el lugar indicado, Emily podía percatarse de que algo no iba bien allí. A pesar de ello, se atrevió a decir: —Gracias... —respondió Emily mientras ingresaba a la mansión. Cuando el joven de tez bronceada y rizos cerró la puerta tras de sí, Emily se estremeció al observar el interior. Era mucho más espacioso de lo que aparentaba desde fuera. La mansión irradiaba un aura de misterio, como si fuera una casa embrujada. Sin embargo, la chica de cabello castaño asumió que todo estaba en su imaginación, pues era la primera vez que veía adornos y muebles lujosos y sobrios que parecían pertenecer a otro siglo. —¿Cómo te llamas, jovencita? ¿Y cuántos años tienes? —preguntó Campbell con voz decente y confiable. —Me llamo Emily Smith, señor, y tengo dieciocho años —respondió Emily de inmediato. Al escuchar su edad, tanto Thomas como Campbell lanzaron un bufido disimulado, sorprendidos por lo joven que era. —Eres muy joven, chica de las colonias —comentó Thomas, quien junto a Campbell había colocado el anuncio en el periódico la noche anterior. —¿De las colonias? —cuestionó Emily, y en ese momento Campbell respondió: —Así se le llama a América por algunos todavía —dijo el mayordomo mientras se escuchó un grito proveniente de arriba en una habitación. —¡¿Dónde está mi almuerzo?! ¡Me estoy muriendo de hambre! —era Alexander, gritando desde su habitación. Su voz sonó como un rugido lejano pero lo suficientemente fuerte para que todos lo escucharan. Emily se estremeció, y aunque el señor Campbell y Thomas hicieron como si no oyeron nada, estaba claro que solo estaban fingiendo. —Puedo cocinar muy bien, se los aseguro —exclamó Emily, sintiendo la necesidad repentina de luchar por su puesto—. Puedo preparar comida para muchas personas, y tengo muy buen sazón. Mi comida puede alegrar hasta las criaturas más amargadas —dijo Emily refiriéndose con ironía a Alexander. Campbell y Thomas por supuesto que captaron la indirecta. —Entonces te pondré a prueba —dijo Campbell, mientras Thomas se acercaba a Emily diciéndole: —Entrégame tu equipaje. Lo llevaré a tu habitación —dijo con cautela, algo que Emily no notó. —Oh, por supuesto —respondió ella, entregando su equipaje al joven moreno, sintiéndose feliz al escuchar esas palabras "tu habitación". Luego, Campbell dijo: —Prepara el almuerzo para nuestro señor. Si le gusta, te quedas; si no, te irás... Al escuchar eso, Emily tragó saliva. —Lo haré —dijo con determinación. —Por cierto... —comenzó a decir Campbell. —¿Sí? —preguntó Emily con las manos unidas en su regazo. —¿Hablaste con alguien antes de venir aquí? ¿Alguien se te acercó? Al escuchar esa pregunta insinuante, Emily reflexionó y recordó al hombre que se sentó a su lado en el tren. —En el camino hacia aquí —dijo Emily, mientras Thomas se había marchado con la maleta y solo quedaba Campbell, quien se volvió muy atento al instante—. Cuando estaba en el tren, un hombre se sentó a mi lado y me preguntó la hora... pero no fue nada especial. —¿Un hombre? —asintió Campbell con la cabeza, y fue entonces cuando el mayordomo comprendió por qué la joven desprendía «ese» olor.
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