04. Posibles intrusos

1732 Words
Afortunadamente, Emily encontró fácilmente la estación de tren a solo tres cuadras del puerto. El pasaje solo costaba 35 centavos y, por suerte, logró encontrar una casa de cambio y pudo cambiar los pocos dólares que la madre superiora le había dado cuando salió del orfanato para señoritas: “Saint Mary”. “Con esto tendrás suficiente para vivir una semana, Emily. Ve con la señora McKenzie, te dará trabajo como costurera. Ya le dije que irías, así que te está esperando”, le había dicho una de las monjas del orfanato cuando se iba. «Si ella supiera que nunca fui a visitar a la señora McKenzie para conseguir el supuesto empleo de costurera...» pensó Emily mientras estaba sentada en su asiento en el tren que la llevaría hacia su entrevista de trabajo en la mansión Wolfsbone. Afortunadamente, la ruta hacia allá no estaba muy concurrida, por lo que el vagón de tren en el que Emily iba estaba prácticamente desierto. Solo había unas pocas personas dispersas sentadas en el vagón. A pesar de que había varios asientos libres, sorprendentemente, un hombre se sentó a su lado. Emily, que estaba fascinada por el vertiginoso paisaje verde que pasaba rápidamente por la ventana, se volteó para ver quién se había sentado junto a ella. Era un hombre joven con un sombrero de copa y ropa que denotaba una vida decente, ni demasiado pobre ni demasiado rica. Emily miró a su compañero de asiento y luego echó un rápido vistazo a los demás asientos desocupados. Le pareció extraño, pero decidió no decir nada y simplemente se acomodó en su asiento, apretando los bordes de su sombrero entre sus dedos. 2 horas más tarde Cuando llegó a su parada, Emily fue la única en bajar. Después de unos minutos, el tren continuó su recorrido. La joven se sentó en un largo banco que se encontraba allí, sacó un cepillo y comenzó a peinarse. Arregló su trenza y se colocó un chal tejido entre los hombros. Luego colgó su sombrero en la maleta y sin más, comenzó a caminar hacia su destino. —Parece que la mansión está más lejos de lo que me dijeron, no logro distinguirla —susurró Emily, pensando en lo apartado que debía estar ese lugar. La joven caminó y no tardó mucho en encontrar el sendero que la llevaría a la mansión, aunque notó que estaba muy transitado, con las marcas de carruajes en el suelo. Aunque lo sabía, no podía evitar sentir cierto temor al ver que a ambos lados del camino solo había espeso bosque, un lugar perfecto para que malhechores se ocultaran y atacaran a jóvenes desamparadas como ella. «Espero que eso no me suceda a mí», pensó Emily, acelerando su paso. Se dio cuenta de que, a pesar de estar rodeada de árboles, no escuchaba el cantar de los pájaros ni ningún otro sonido que indicara la presencia de vida animal, ella sentía miedo, no lo iba a negar, pero aun así seguía caminando hacia la mansión. —Ya estoy demasiado lejos para dar marcha atrás... Si no consigo este empleo, no sé dónde dormiré... —murmuró Emily, acelerando su paso al comprender que no tenía un plan B. Debía conseguir trabajo ese mismo día o pasaría la noche durmiendo en ese misterioso bosque sin más opciones. Mientras tanto, en la mansión, el señor Campbell se encontraba sentado en la cocina, preocupado, mientras bebía un vaso de agua. Hacía horas que la señora Duncan había abandonado el lugar y él no había podido retenerla. La mujer estaba demasiado asustada y ahora habían perdido a su cocinera. El mayordomo, con los codos apoyados en la mesa y la cabeza entre las manos, parecía alguien que había perdido toda esperanza. A su lado se encontraba Thomas, otro de los sirvientes que también hacía las veces de chofer y jardinero, dado que el jardinero original también se había marchado a principios de año. —Thomas, ¿sabes cocinar? —preguntó Campbell, observando al joven de pies a cabeza. —No creo que a su alteza Alexander esté interesado en comer solo papas y pescado frito, eso es lo único que sé hacer y lo sabes —respondió Thomas, comprendiendo lo que Campbell quería decir entre líneas. El mayordomo suspiró, frustrado, y se frotó el rostro. —Ahora solo quedamos, Jaime, tú y yo para atender a nuestro Rey... —Parece que volvimos a ser la manada original, como siempre sucede… —respondió Thomas, esbozando una sonrisa irónica. —No es la manada original... Thomas dejó de sonreír de inmediato y encogió los hombros. Justo cuando estaba a punto de hablar, escucharon un toque de la campana de la puerta principal. Thomas y Campbell cambiaron su expresión a una más alerta, mientras el mayordomo, con una mirada sombría, preguntó: —¿Invitaste a alguien, Thomas? —No —respondió el joven, mientras sus uñas comenzaban a convertirse lentamente en garras. La campana de la puerta siguió sonando, y el mayordomo se mantuvo en alerta mientras él y Thomas se acercaban al umbral, inhalando profundamente para percibir la esencia de quién podría haber cruzado la puerta sin invitación, porque, al igual que su señor Alexander, ellos también eran hombres lobo, alfas puros para ser más específico. Lentamente, las garras en las manos de Campbell empezaron a aparecer, al igual que en Thomas. —Su esencia parece humana, no percibo nada fuera de lo común, aunque huele muy bien... —dijo Thomas, mirando de reojo al señor Campbell, quien continuó su camino hacia la entrada. —De todas formas, debemos estar alertas. No creo que Jaime haya invitado a nadie, y nuestro señor... bueno, ya sabes cómo es —comentó Campbell, prácticamente frente a la puerta, mientras olfateaba aún más, como un can buscando rastro —el aroma es de una mujer... Pero justo cuando Thomas y Campbell se acercaban con precaución, imaginando lo peor, escucharon el estruendo causado por Alexander al saltar desde el piso de arriba de la mansión y dirigirse hacia la entrada. —¿Quién se aventuró a entrar a mi territorio sin mi propia invitación? ¿trajeron visita sin decirme? —preguntó Alexander, ahora que también percibía el sonido de la puerta. Debido a que su habitación no daba a la entrada, no pudo ver quién era. Además, detectó otro aroma aparte del humano. El olfato de Alexander era más agudo que el de Thomas o Campbell, quienes, a pesar de ser hombres lobo, no poseían la misma sensibilidad que su rey. Alexander no detuvo su paso hasta llegar a la entrada, dispuesto a abrir la puerta. —¡Mi señor, no abra la puerta, podría ser peligroso! —exclamó Campbell, intentando detenerlo. Pero a Alexander poco le importó y respondió: —¡Si es una cazadora, la mataré yo mismo! Además, así aprovecho para liberar algo de estrés. No amanecí de buen humor hoy —dijo Alexander, mientras Thomas murmuraba en voz baja: —Nunca amanece de buen humor —comentó, sin mover los labios. Emily, del otro lado de la entrada, comenzaba a sentir miedo. Aunque tocaba repetidamente la enorme y sólida puerta de madera, nadie salía a recibirle. Había logrado traspasar la reja que protegía la mansión, que curiosamente estaba abierta, asumiendo que estaba así para las chicas que supuestamente iban a la entrevista. Lo que no sabía era que ese candado robusto que cerraba la reja y parecía impedir el paso, en realidad se había abierto para darle paso a ella, como si hubiera sido “invitada” de alguna manera a través del aviso en el periódico. —Y las ventanas están con las cortinas cerradas... —susurró Emily, ya que ni siquiera a través de las grandes ventanas en la planta baja podía vislumbrar el interior de la mansión. —¿Hola? ¿Hay alguien aquí? Vengo por el trabajo —dijo Emily, justo después de pronunciar esas palabras, la puerta se abrió de par en par, revelando a un hombre alto, de cabello rubio algo desordenado y un aspecto descuidado en su vestimenta. Sin embargo, eso no le quitaba nada de atractivo en la forma en que Emily lo percibía. Fue tal su fascinación que contuvo la respiración por un segundo antes de hablar. Nunca antes había visto a un hombre tan guapo en su vida. Alexander observó a la joven de arriba a abajo. A simple vista, parecía una chica de apariencia común, desaliñada y desnutrida, nada interesante, pero quizás eso era lo que deseaban que ellos creyeran al traer a una chica así en sus dominios. Lo primero que notó fue la maleta que llevaba consigo, y al instante, en su mente, apareció la pregunta: «¿Cómo esta mujer logró entrar? ¿Acaso los cazadores han ideado nuevas tácticas?». Alexander no dudó en arrebatarle la maleta a Emily de un solo golpe, asumiendo que en su interior había algo, algo perjudicial para él. —¡Por qué hiciste eso! Yo... —exclamó Emily, conmocionada por la forma en que su maleta salió volando, lejos de allí. Pero antes de que pudiera seguir hablando, aquel rubio demasiado atractivo para ser real, pero extrañamente agresivo la interrumpió diciendo: —¿Son estos los nuevos trucos de la organización, eh malnacida? ¿Cómo entraste, zorra? ¿Cuánto te pagaron para que te atrevieras a poner tus sucios pies aquí? ¡Hueles a esos bastardos! —rugió Alexander, dando un paso fuera de su mansión. Los ojos de Emily se abrieron de par en par, impactada por ser llamada zorra y otras palabras que no comprendía. No sabía qué hacer ni qué decir, solo pudo voltear para buscar su maleta en el momento exacto en que Alexander mostraba sus garras licántropas, afiladas como navajas de doble filo, dispuesto a destrozarla con sus propias manos. Campbell y Thomas asomaron la cabeza, también preparados para atacar, mientras veían a Emily correr a recoger sus cosas, probablemente para irse lo más pronto posible. Fue en ese instante que el mayordomo vio un trozo de papel de periódico en el suelo. Emily lo tenía en la mano cuando llegó a la puerta. Campbell lo leyó y se dio cuenta de que era el aviso del periódico de esa mañana. «Ella no ha sido enviada por la organización... ¿Pero por qué huele así?» pensó Campbell, con más preguntas que respuestas en su mente.
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