En la cocina de la majestuosa mansión, los tres lobos tenían a las dos mujeres cautivas en unos elegantes taburetes, donde las sometían a un intenso interrogatorio. Campbell, el que llevaba la voz cantante, clavó con firmeza la punta de su daga en la palma de la mano de Elena, quien resistía con valentía el dolor y respondía sin titubear a cada pregunta que le formulaban. Las preguntas resultaron sorprendentes para Thomas, Campbell y Jaime, tan inesperadas como presenciar una nevada en pleno verano. —Tras presenciar la destrucción de mi aldea, con la pérdida de mi familia, amigos y sirvientes, anhelé venganza —confesó Elena, sintiendo el ardor punzante en la palma de su mano. Mientras tanto, Katerina, temerosa por lo que les esperaba, contemplaba a su madre con espanto—. Me trasladé a Rus