La partida de ajedrez entre Ethan y Adrian estaba impregnada de una tensión sutil pero palpable. Sentados frente al tablero, las piezas blancas en el lado de Adrian y las oscuras en manos de Ethan, cada movimiento reflejaba su estrategia y la complicidad de su vínculo. Con cada jugada, una danza de fichas se desplegaba, tejiendo una narrativa silenciosa entre ellos. —Ethan, debo admitir que con el paso del tiempo te has convertido en un rival formidable en el ajedrez —comentó Adrian, moviendo uno de sus peones con inteligencia. Ethan alzó la mirada hacia Adrian, con sus ojos examinándolo con detenimiento, capturando cada matiz de su expresión. Con una sonrisa que podría decirse era seductora, respondió: —No solo en el ajedrez —declaró Ethan sin dejar de sonreír, volviendo su atención al